Prólogo

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En la vastedad de la mansión Hyuuga, donde las sombras se alargan como los secretos que allí se esconden, una mujer dio su último aliento en la quietud de una noche sin estrellas.

Hinata Hyuuga, hija de una de las más nobles y antiguas familias de la aristocracia, se desvaneció como un suspiro, llevándose con ella el brillo de una esperanza jamás confesada.

La vida que emergió de su vientre fue un nuevo albor, un hijo que lloraba con la fuerza de los que claman por justicia antes de entender el peso del mundo.

El nacimiento de Boruto Hyuuga fue como una grieta en el mármol perfecto de la reputación familiar. Para los Hyuuga, la perfección no era una elección, sino una exigencia insoslayable. Y así, cuando el sol se levantó sobre el cadáver frío de Hinata, la mansión se llenó de un silencio tan pesado como el juicio de los dioses.

Su padre era un misterio sellado en los labios pálidos de Hinata, quien, con su último respiro, había decidido proteger al hombre que le había dado la única chispa de vida que conoció.

La noticia se esparció por la mansión como un fuego contenido, uno que no se ve pero se siente en el calor sofocante de las paredes. Los ancianos del clan se reunieron en susurros y miradas, construyendo una prisión de mentiras alrededor del niño recién nacido.

Boruto, hijo del escándalo, sería ocultado como una mancha en un lienzo inmaculado, criado en las sombras de la mansión que alguna vez fue su cuna, ahora su cárcel.

Las ventanas cerradas eran su único horizonte, y las puertas pesadas, su frontera. Boruto creció como un árbol cuyas raíces nunca tocan tierra fértil, encerrado en el silencio de la casa que lo aislaba del mundo.

Su educación fue un destilado de la perfección que los Hyuuga exigían, pero nunca fue lo suficientemente bueno para borrar el estigma de su nacimiento. Cada lección que aprendía era un recordatorio de las cadenas invisibles que lo ataban a un pasado que no conocía, pero que lo definía.

Hanabi, su tía, lo observaba crecer con ojos que se iban oscureciendo con cada día. Era como si el reflejo de Boruto en sus ojos se transformara lentamente en el rostro de su verdadero padre.

La revelación la golpeó como una tormenta en el mar tranquilo de su mente, y la furia que emergió en su corazón fue tan feroz como el fuego en un bosque seco. Comenzó a descargar su odio en Boruto, como un volcán que arroja cenizas sobre la tierra inocente, cubriéndolo de desprecio y dolor.

Neji, el paria de la familia, fue el único que vio en Boruto algo más que la sombra de un escándalo. Para él, Boruto no era una vergüenza, sino una llama que ardía en la oscuridad de la mansión.

Neji, quien también había conocido el peso del desprecio familiar, se convirtió en el escudo invisible de Boruto, protegiéndolo de la tempestad que era su tía Hanabi. En Boruto, Neji veía una oportunidad para redimirse a través de la compasión que le habían negado.

Mientras tanto, en un rincón lejano del mundo, Naruto Uzumaki se alejaba de todo lo que alguna vez conoció. La aristocracia, que lo había elevado, lo había lanzado al abismo de la desesperación. Su madre, otrora su refugio, lo desechó como se arranca una flor marchita de un jardín.

El apellido Uzumaki, que alguna vez fue su escudo y orgullo, le fue arrancado de las manos como un ropaje inservible. Viuda y desesperada por asegurarse un futuro con su nuevo esposo, su madre le exigió que se fuera, como se barre la suciedad de una alfombra persa.

Naruto se convirtió en un náufrago en la tierra donde nació, y su única salvación fue el monasterio que lo acogió, no como un hombre, sino como una sombra de lo que alguna vez fue.

Allí, en la penumbra de los claustros, donde el eco de los rezos era la única compañía, Naruto intentó apagar el dolor que quemaba en su pecho, un fuego alimentado por el desprecio y la soledad.

El amor nunca había sido parte de su vida, y cuando Hinata, con su delicada astucia, lo llevó a su cama en una noche de ebriedad, Naruto no fue consciente del destino que sellaba con ese acto.

Hinata, quien había guardado su embarazo como el último y más doloroso de los secretos, nunca tuvo la oportunidad de revelarlo.

Cuando Naruto dejó la ciudad, Hinata cargaba con la semilla de su encuentro, una semilla que se transformó en Boruto, pero que también selló su destino en la oscuridad de la mansión Hyuuga.

Naruto, ignorante de la vida que dejó atrás, se hundió más en el silencio del monasterio, intentando enterrar su dolor bajo capas de fe que nunca lograron cubrir las heridas abiertas. Heridas provocadas por la traición de su familia, su clan y de aquellos a los que alguna vez concideró amigos.

Así, en dos mundos paralelos, Boruto y Naruto vivieron vidas marcadas por secretos y silencios, cada uno atrapado en su propio laberinto de dolor.

Sin saberlo, sus destinos estaban entrelazados por hilos invisibles, que tarde o temprano los arrastrarían hacia una confrontación inevitable con la verdad.

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Entre Rejas Y Secretos (MitsuBoru) (SasuNaru)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora