En el corazón de una sociedad aristocrática regida por las tradiciones y el honor, Boruto Hyuuga vive una vida de restricciones y secretos. Hijo ilegítimo de una noble fallecida al nacer y de un padre desconocido, Boruto ha sido criado en la sombra...
El monasterio era un mundo aparte, un laberinto de piedra donde la luz del sol solo llegaba como un eco lejano, diluido entre los altos muros que lo contenían.
Para Boruto, este lugar se convirtió en un vasto océano de sombras, donde cada paso que daba era como hundirse más en un abismo sin fondo. Las paredes que lo rodeaban parecían cerrarse sobre él, como si quisieran aplastar la última chispa de vida que aún ardía en su interior.
El aire dentro del monasterio era denso, como si estuviera cargado de las almas perdidas que habían pasado sus últimos días en ese lugar.
Boruto sentía cómo cada respiración se convertía en un peso más sobre su pecho, una opresión que lo dejaba sin aliento, como si estuviera atrapado en una caja de cristal, observando el mundo desde dentro, pero sin poder tocarlo.
La claustrofobia lo abrazaba con sus garras invisibles, apretando su mente, y la soledad se extendía ante él como un desierto interminable, donde el tiempo se diluía en la monotonía de los días que no se diferenciaban unos de otros.
El amor que sentía por Mitsuki, que alguna vez fue su salvación, ahora se convertía en su tortura. Cada recuerdo de los momentos compartidos con él era una llama que quemaba su alma, un dolor que lo consumía desde adentro. Boruto pasaba las noches en vela, sus pensamientos atrapados en un ciclo interminable de desesperación.
El rostro de Mitsuki, que antes lo llenaba de esperanza, ahora se convertía en un espejismo, siempre fuera de su alcance, desvaneciéndose justo cuando creía poder tocarlo.
El amor que los había unido, tan puro y fuerte, ahora se convertía en una carga insoportable. Boruto sentía que su cordura estaba al borde del precipicio, como una cuerda tensada al máximo, a punto de romperse.
La soledad, antes un compañero silencioso, ahora se convertía en un monstruo que lo devoraba poco a poco, cada mordisco llevándose un pedazo de su espíritu.
Su mente se llenaba de pensamientos oscuros, como nubes de tormenta que cubrían todo rastro de luz, y el monasterio se transformaba en una prisión mental, donde la única salida parecía ser el olvido.
Pero en medio de esta oscuridad, hubo un rayo de luz, un destello de esperanza que llegó de la fuente más inesperada. El padre rector del monasterio, un hombre de apariencia serena pero con un aura de melancolía, comenzó a prestarle una atención peculiar.
Naruto, sin saber por qué, sentía una extraña conexión con Boruto, una atracción inexplicable que lo llevaba a observar al joven con más frecuencia de la que él mismo se daba cuenta.
Naruto se acercaba a Boruto con una suavidad que contrastaba con la frialdad del lugar. Sus palabras eran cálidas, como un manto de terciopelo que envolvía el alma herida de Boruto, dándole un respiro en medio del tormento que lo azotaba.
Cada vez que Naruto estaba cerca, Boruto sentía cómo la presión en su pecho disminuía, como si su presencia tuviera el poder de disipar las sombras que lo atormentaban.
Con el tiempo, Boruto comenzó a sentir que la desesperación que lo consumía se hacía menos intensa, como si la oscuridad dentro de él se resistiera a la luz que Naruto traía consigo.
Aunque la tristeza seguía allí, inmensa y abrumadora, la presencia del padre rector era un bálsamo que calmaba, aunque fuera un poco, el dolor en su corazón.
Boruto no sabía por qué, pero la cercanía de ese hombre lo hacía sentir menos solo, menos perdido en el abismo que lo rodeaba.
Naruto, por su parte, no entendía del todo el por qué de su interés en Boruto, pero sentía que había algo en el joven que le resultaba extrañamente familiar, como un recuerdo olvidado que intentaba resurgir a la superficie. Sin saberlo, ambos estaban atados por un hilo invisible, un lazo que los unía más allá de lo que podían comprender.
Así, en medio de su encierro, Boruto encontró un pequeño refugio en la atención del padre rector, un resquicio de humanidad en un lugar donde todo parecía destinado a extinguirse.
Aunque el dolor seguía presente, aunque la ausencia de Mitsuki seguía siendo una herida abierta, Boruto comenzó a aferrarse a la idea de que no estaba completamente solo.
Y en ese hilo delgado de esperanza, encontró la fuerza para seguir adelante, aunque el camino que tenía por delante fuera incierto y lleno de sombras.
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