Celdas De Sombras

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Boruto despertó lentamente, su mente sumida en un mar de confusión y oscuridad. Los vestigios del cloroformo seguían en su sistema, nublando sus sentidos y haciéndole difícil distinguir entre la realidad y el sueño.

Sus párpados, pesados como plomo, se levantaron con dificultad, revelando un mundo extraño y aterrador. La habitación en la que se encontraba era pequeña, sofocante, como si cada centímetro de aire estuviera impregnado de desesperanza.

Una luz pálida, fría, como los restos de una estrella moribunda, se filtraba por la única ventana que había en el lugar. Los barrotes de hierro, retorcidos y oscuros, eran las cadenas visibles que impedían que el exterior tocara siquiera un atisbo de libertad.

La luna llena brillaba en lo alto, pero sus rayos apenas lograban penetrar la prisión en la que Boruto estaba atrapado. El aire era espeso, y cada respiración que tomaba era como si un peso invisible se asentara en su pecho.

—¿Dónde estoy? —murmuró Boruto, su voz apenas un eco en la fría oscuridad que lo rodeaba.

La cama que yacía en un rincón de la habitación era más una forma simbólica de descanso que una verdadera fuente de consuelo. El colchón, delgado y duro, parecía una extensión más del propio encarcelamiento de Boruto, una estructura que no ofrecía paz ni refugio.

Las paredes grises, desnudas y opresivas, parecían cerrarse alrededor de él, como si la misma habitación lo abrazara con la fuerza sofocante de una serpiente constrictora.

La ventana con rejas era su único contacto con el mundo exterior, pero los barrotes no solo bloqueaban su salida física, sino que también parecían impedir que la esperanza de alguna escapatoria entrara en su mente.

El viento, su aliado constante, ahora no podía hacer más que susurrar con debilidad a través de los barrotes, como una brisa atrapada, impotente ante las circunstancias.

Desesperación. La sentía clavarse en su pecho, como una garra invisible que no le permitía respirar con libertad. El silencio era insoportable, un manto de soledad que lo cubría por completo, dejándolo solo con sus pensamientos oscuros y las sombras que se alargaban en las esquinas de la habitación.

Su corazón latía con fuerza, pero no por el esfuerzo físico, sino por el pánico que comenzaba a arrastrarse lentamente en su interior.

Era como si el mundo entero hubiera desaparecido, reducido a ese pequeño cuarto con paredes de piedra y el susurro de la luna fría que se colaba sin misericordia.

—No... no puedo estar aquí —pensó Boruto, su voz interior vibrando con una mezcla de miedo y determinación.

Pero a cada lado que miraba, todo lo que encontraba era la barrera implacable de la prisión. Su mente era un torbellino, una tormenta de emociones que lo abrumaban: miedo, furia, impotencia. Sus manos temblaban, queriendo golpear las paredes, romperlas, desgarrar la realidad que lo rodeaba, pero sabía que era inútil.

Y entonces, lo sintió.

Oculto en las sombras de la celda, Boruto percibió la presencia de su tío Neji, aunque sus ojos no lo veían. Era como si las vibraciones de la oscuridad le susurraran la verdad, diciéndole que no estaba solo, aunque la compañía que tenía estaba tan atrapada como él. Su tío estaba allí, una figura de ojos vacíos y mente perdida.

—Tío Neji... —murmuró Boruto, su voz temblando al enfrentarse al silencio aplastante — Sé que estás ahí. Y sé que nada de esto es tu culpa.

Las palabras de Boruto, suaves pero llenas de verdad, atravesaron la prisión mental en la que Neji estaba encerrado. Detrás de esos ojos vacíos, detrás de la fachada de un hombre controlado, algo dentro de Neji se agitó. Era un pequeño fuego, casi extinto, pero las palabras de Boruto lo avivaron ligeramente, trayendo consigo recuerdos del pasado, de un tiempo en el que Neji era dueño de su propio destino.

Neji, atrapado dentro de su propio cuerpo, sintió una punzada de dolor que atravesó el letargo de su esclavitud. Quería hablar, quería gritar. Pero su cuerpo no respondía. El control de Sai era absoluto, y cada intento de liberarse era como golpear una pared invisible que no hacía más que reforzar su prisión.

—Boruto… no puedo… — pensaba Neji, su mente luchando con desesperación. Los dos estaban encerrados, pero sus prisiones eran diferentes. Boruto estaba atrapado en una celda física, mientras que Neji sufría dentro de una prisión mental, donde su voluntad había sido robada, y su cuerpo se movía bajo las órdenes de un amo cruel.

Las lágrimas no cayeron de sus ojos, pero dentro de Neji, la desesperación lo consumía. Era un prisionero, un títere atrapado en los hilos invisibles de Sai, incapaz de liberarse, incapaz de proteger a su sobrino, incapaz de romper las cadenas que lo mantenían atado a la voluntad de otro.

—Perdóname, Boruto… —pensaba, pero sus labios no podían formar las palabras.

El entendimiento entre ambos se tejió en el aire. Boruto y Neji estaban atrapados, ambos sufriendo bajo la opresión de diferentes tipos de encarcelamiento. Boruto lo sabía, podía sentir la lucha interna de su tío. Sabía que Neji no quería hacerle daño, pero el control de Sai era más fuerte que la voluntad de su tío en ese momento.

De repente, la puerta de la celda se abrió con un rechinido aterrador. Sai entró en la habitación, su figura delgada y elegante contrastando con la oscuridad que parecía rodearlo. Una sonrisa burlona curvaba sus labios, una sonrisa que contenía la promesa de más sufrimiento. Neji, como un autómata, se movió a su lado, su cuerpo rígido, obediente, pero sus ojos seguían vacíos, sin vida.

—Veo que estás despierto, Boruto —dijo Sai, su voz como un susurro venenoso que se extendía por la celda.

La ira en Boruto explotó en su pecho. Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia Sai con toda la furia acumulada en su interior, pero antes de que pudiera alcanzarlo, Neji lo sujetó. Los brazos de su tío se cerraron alrededor de él, inmovilizándolo con fuerza. Boruto forcejeó, tratando de liberarse, pero el agarre de Neji era firme, implacable.

—¡No podrás salirte con la tuya, maldito! —gritó Boruto, su voz llena de rabia—. ¡Libera a mi tío ahora mismo!

Sai rió, una carcajada fría y vacía que resonó en las paredes de la celda, como si el eco mismo compartiera su crueldad. Sus ojos brillaban con malicia mientras miraba la lucha de Boruto.

—Tu cadáver será entregado a tu padre, Boruto — dijo Sai, su sonrisa siniestra ensanchándose —. Y será tu querido tío Neji quien lo haga. Él sufrirá las consecuencias de tu muerte.

Las palabras de Sai eran como cuchillos que atravesaban el aire, llenas de promesas de dolor. Boruto gritaba, forcejeaba, pero Neji, aún atrapado en su prisión mental, no lo soltaba.

Sai se dio la vuelta, su risa burlona resonando en la celda mientras se alejaba, dejando tras de sí el eco de su maldad. La puerta se cerró, dejando a Boruto y Neji en la oscuridad, ambos prisioneros de diferentes jaulas, ambos sumidos en la desesperación.

El viento que entraba por la ventana seguía susurrando, pero ahora sus palabras eran de lucha y resistencia. El tiempo se agotaba, pero Mitsuki estaba en camino.

—No te rindas, Boruto… —susurró el viento, llevando consigo una promesa de esperanza de su amado Mitsuki.

—No te rindas, Boruto… —susurró el viento, llevando consigo una promesa de esperanza de su amado Mitsuki

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Entre Rejas Y Secretos (MitsuBoru) (SasuNaru)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora