El Eco del Desprecio

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Los días en el monasterio se estiraban como sombras interminables, y para Boruto, cada amanecer era un recordatorio de las cadenas invisibles que lo mantenían prisionero en un lugar donde la libertad era solo un espejismo. Las restricciones que lo rodeaban eran como una red que se cerraba más y más, ahogando cualquier intento de escapar.

Las paredes de piedra que lo contenían no solo lo separaban del mundo exterior, sino que también levantaban una barrera entre él y los otros jóvenes que compartían su encierro.

Los chicos de su edad, huérfanos en su mayoría o hijos de plebeyos que habían encontrado en el monasterio una última esperanza, no lo veían como uno de los suyos.

Boruto, con su linaje aristocrático, era una mancha en su mundo de sencillez y lucha. Para ellos, él no era más que un extraño, un intruso en su refugio. Lo miraban con ojos llenos de desdén, como si su presencia fuera una afrenta a la humildad que ellos valoraban.

Boruto sentía el peso de esas miradas como si fueran piedras lanzadas contra él. Cada gesto de desprecio, cada palabra susurrada a sus espaldas, eran puñaladas que se clavaban en su corazón.

Se sentía como una flor marchita en un jardín donde todas las demás flores florecían juntas, compartiendo la misma tierra, el mismo sol, mientras él permanecía solo, marchitándose en la soledad de su existencia.

Los otros jóvenes lo rechazaban, no por lo que era, sino por lo que representaba: un pasado lleno de privilegios que a ellos les fue negado.

Intentaba acercarse, encontrar un lugar entre ellos, pero sus esfuerzos eran inútiles. Sus palabras chocaban contra un muro de indiferencia, y sus intentos de amistad se desvanecían como el humo en el viento.

Boruto estaba rodeado de personas, pero la soledad que sentía era más profunda que cualquier aislamiento físico. Era un rey sin reino, un príncipe sin corte, y la corona que llevaba no era más que un símbolo de la separación que lo condenaba a ser un eterno forastero.

La desesperación se apoderaba de él, un sentimiento que se enroscaba en su alma como una serpiente que aprieta a su presa, asfixiando cualquier esperanza de encontrar compañía. El monasterio, que para los otros chicos era un hogar, para Boruto se había convertido en una prisión sin puertas.

No había escape del desprecio que sentía, y su corazón, que alguna vez había conocido la calidez del amor, ahora se helaba en la fría indiferencia de aquellos que lo rodeaban.

Cada vez que intentaba hablar, su voz se ahogaba en el vacío, como un eco que se pierde en un abismo sin fondo. Su alma, que había soportado tantas pruebas, ahora se encontraba al borde del colapso.

No solo estaba atrapado por las reglas del monasterio, sino que también estaba atrapado dentro de sí mismo, prisionero de un dolor que no podía compartir con nadie. El mundo exterior se desvanecía, y todo lo que quedaba era la amarga realidad de su aislamiento.

Las noches eran las peores. En la oscuridad, Boruto podía escuchar los murmullos de los otros chicos, sus risas apagadas, sus conversaciones en las que nunca tenía cabida.

Era como un fantasma que deambulaba por los pasillos, invisible e inaudible, condenado a observar un mundo del que no podía formar parte. La soledad lo envolvía como un sudario, y cada día que pasaba sentía que perdía un poco más de sí mismo.

En medio de esta desesperación, Boruto se aferraba al recuerdo de Mitsuki, como un náufrago se aferra a un pedazo de madera en medio del océano. Pero ese recuerdo, que alguna vez fue su salvación, ahora se convertía en otra forma de tortura.

Pensar en Mitsuki era como encender una hoguera en su corazón, una llama que lo consumía desde dentro, recordándole lo que había perdido y lo que nunca podría recuperar.

El dolor de esa pérdida lo llevaba al borde de la locura. Boruto sentía que su mente se fragmentaba, como un espejo roto en mil pedazos, cada uno reflejando una parte de su sufrimiento.

La falta de conexión con los otros chicos, la ausencia de Mitsuki, y la opresión constante del monasterio se combinaban en un cóctel tóxico que amenazaba con destruirlo.

Sin embargo, en medio de esta tormenta, la presencia del padre rector seguía siendo su única ancla. Naruto, sin saberlo, se había convertido en el único lazo que mantenía a Boruto unido a la realidad.

Cada vez que Naruto lo buscaba, cada vez que intercambiaban palabras, Boruto sentía que el peso en su pecho se aligeraba, aunque fuera por un breve momento.

El calor que emanaba de Naruto era un contraste al frío del desprecio que lo rodeaba, y Boruto comenzaba a depender de esas interacciones más de lo que quisiera admitir.

Naruto, aunque ajeno a la verdadera naturaleza de su relación con Boruto, sentía una responsabilidad creciente hacia el joven. Veía en Boruto algo que le recordaba a sí mismo, a la lucha que había enfrentado en su juventud, y sin entender del todo por qué, se esforzaba por estar presente para él.

A veces, cuando miraba a Boruto, sentía un dolor inexplicable, una sensación de pérdida que no lograba comprender, como si algo en su interior lo empujara a protegerlo a toda costa.

Boruto, por su parte, comenzaba a ver a Naruto no solo como el padre rector, sino como una figura que le brindaba el consuelo que tanto necesitaba.

Aún no podía explicar esa conexión, pero cada día que pasaba, el abismo de su soledad se hacía un poco menos profundo gracias a la presencia de Naruto.

Sin embargo, la sombra de su desesperación seguía allí, amenazando con tragarse cualquier destello de esperanza. Esto lo impulsaba a acercarse a Naruto cada vez más.

 Esto lo impulsaba a acercarse a Naruto cada vez más

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Entre Rejas Y Secretos (MitsuBoru) (SasuNaru)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora