Los Fragmentos Del Olvido

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La vida de Mitsuki se había convertido en una rutina vacía, una monotonía aplastante que lo envolvía día tras día. El peso de la nada lo sofocaba, como una sombra que lo seguía constantemente, llenando cada rincón de su mente y corazón.

Era un vacío que no entendía, pero que lo consumía desde dentro, amenazando con destruir lo que quedaba de su espíritu. Su mente era un desierto gris, carente de vida, sin esperanza, sin recuerdos.

Cada mañana, Mitsuki despertaba con la misma sensación: una amargura en su pecho, una tristeza que no podía explicar, como si hubiera perdido algo vital, algo que era parte de él. Pero no sabía qué.

No recordaba qué lo había dejado tan vacío. Sus días transcurrían en una niebla silenciosa, donde los rostros de las personas que lo rodeaban parecían borrosos, irreales, como sombras moviéndose en un sueño del que no podía despertar.

Pero entonces, comenzaron los destellos. Al principio, eran apenas chispas en su mente, pequeños fragmentos que aparecían y desaparecían antes de que pudiera capturarlos.

Imágenes sueltas, borrosas, de un rostro que no lograba reconocer del todo, pero que le provocaba una oleada de emociones tan intensas que lo hacían estremecer.  Escenas sueltas, fugaces, de risas compartidas bajo un cielo azul, de caricias suaves, de miradas llenas de un amor que no comprendía. Pero tan pronto como esos destellos aparecían, se desvanecían, dejándolo más confundido, más desesperado.

Mitsuki no podía soportarlo más. El vacío se hacía más grande con cada destello, con cada recuerdo fragmentado que lo dejaba al borde del abismo emocional. Sentía que estaba perdiendo la cordura, que algo oscuro y profundo lo estaba destrozando desde dentro. Y en esa desesperación, decidió buscar respuestas en un lugar que pocos se atreverían a visitar: la gitana Tsunade.

Tsunade vivía en los márgenes de la ciudad aristocrática, en una casa apartada rodeada de bosques oscuros y profundos. Su nombre era conocido en susurros, como una mujer capaz de ver más allá de lo visible, de indagar en los secretos más profundos del alma.

Su poder y belleza eran legendarios, pero también lo era su misterio, y Mitsuki, desesperado por respuestas, decidió que no tenía nada más que perder.

La casa de Tsunade estaba envuelta en una atmósfera mística, una estructura antigua de piedra, con enredaderas trepando por las paredes y faroles que arrojaban una luz suave y cálida en la oscuridad del bosque.

El interior, a diferencia del exterior, era acogedor y cálido, lleno de colores vivos y aromas exóticos que inundaban los sentidos. Velas encendidas iluminaban la estancia, proyectando sombras danzantes en las paredes llenas de tapices y símbolos extraños.

Tsunade lo esperaba en el centro de la habitación, sentada con gracia en un diván de terciopelo rojo, sus ojos dorados fijos en él como si pudiera ver directamente a través de su alma.

Su belleza era hipnotizante: piel tersa, labios carnosos pintados de un tono suave y ojos que parecían contener el universo entero. Había en ella una sensualidad poderosa, pero también una sabiduría que trascendía el tiempo.

Su cabello dorado caía en suaves ondas sobre sus hombros, y su figura, elegante y femenina, irradiaba un poder que hacía que la habitación pareciera vibrar con su presencia.

—Has venido a buscar respuestas —dijo Tsunade, su voz profunda y seductora llenando el espacio — Tu alma está rota, y los fragmentos de lo que fuiste están perdidos en la oscuridad. Pero sé lo que te atormenta, y puedo ayudarte a encontrar lo que has olvidado.

Mitsuki, sumido en la confusión y el dolor, asintió. No había palabras suficientes para describir lo que sentía, pero su desesperación era evidente en sus ojos, en la forma en que su cuerpo temblaba levemente al estar en presencia de Tsunade.

—Por favor… —murmuró—. No puedo seguir así. Necesito saber qué es lo que me está destrozando.

Tsunade se levantó con gracia, sus movimientos fluidos, y se acercó a Mitsuki.  La energía en la habitación cambió inmediatamente, como si el aire se hubiera vuelto más denso, más pesado. Con un gesto suave, tomó su mano y lo guió hacia un cojín en el suelo, donde lo hizo sentarse frente a ella.

—Cerraré las puertas que te mantienen prisionero de la confusión — dijo, mientras encendía más velas alrededor de ellos, llenando el espacio con un aroma a sándalo y flores de loto —. Abriré las puertas que te mostrarán la verdad. Pero debes estar preparado para enfrentarte a lo que has olvidado.

Mitsuki asintió, aunque el miedo y la ansiedad lo oprimían. No sabía qué encontraría en su mente, pero estaba dispuesto a descubrirlo. El vacío que sentía se estaba volviendo insoportable.

Tsunade comenzó a murmurar palabras antiguas, suaves como el viento, pero llenas de poder. Sus manos se movían en el aire, dibujando símbolos que Mitsuki no podía comprender, pero que de alguna manera sentía profundamente.

El tiempo parecía detenerse, y una neblina ligera comenzó a rodearlos, envolviendo a Mitsuki en una sensación de paz y calma. Por primera vez en mucho tiempo, el vacío en su interior dejó de apretar.

—Ahora… deja que fluya —susurró Tsunade —. Deja que los recuerdos vuelvan a ti, uno por uno.

Y entonces, los recuerdos comenzaron a desbloquearse. La primera imagen fue borrosa, pero pronto cobró forma. Boruto. Su sol. Su amado sol. Mitsuki lo vio claramente por primera vez, y con esa imagen, una oleada de emociones lo golpeó con tanta fuerza que sintió que no podía respirar.

El rostro de Boruto, su risa, su mirada llena de amor… todo eso volvió a él como un torrente imparable, arrastrándolo en una marea de recuerdos que había sido forzado a olvidar.

—¡Boruto! —susurró Mitsuki, su voz rota por la intensidad de lo que sentía. Cada parte de él se estremecía, y con cada nuevo fragmento que recuperaba, el dolor crecía en su pecho. Recordaba sus momentos juntos, la conexión que compartían, el amor que los unía, pero también el vacío que había dejado cuando todo fue arrancado de su mente.

La ira comenzó a crecer dentro de él, una furia tan intensa que lo quemaba por dentro. El abuelo de Boruto, Hiashi Hyuuga, había sido el responsable de todo. Había sido él quien lo había forzado a olvidar a su sol, quien había arrancado a Boruto de su vida, dejándolo con ese vacío que lo estaba destruyendo.

—¡Hiashi! —gritó Mitsuki, su voz llena de rabia—. ¡Él me lo quitó! Me robó a mi sol…

Tsunade lo observaba en silencio, sus ojos dorados fijos en él mientras los recuerdos se desbloqueaban, uno tras otro. Sabía que lo que Mitsuki estaba experimentando era doloroso, pero también sabía que era necesario para que pudiera sanar, para que pudiera recuperar lo que había perdido.

Mitsuki temblaba, su cuerpo convulsionándose bajo el peso de sus emociones. Cuando finalmente Tsunade retiró sus manos, el hechizo se desvaneció, pero el dolor y la ira en Mitsuki no desaparecieron. Había recuperado sus recuerdos, pero con ellos había vuelto el sufrimiento, la amargura y la furia.

Tambaleándose, Mitsuki se levantó del cojín. Su mente estaba embotada, su cuerpo débil por la intensidad de lo que acababa de experimentar. Pero a pesar del mareo que lo embargaba, solo podía pensar en una cosa: Boruto. Su sol.Ahora lo recordaba todo. El amor, la conexión, y el vacío que Hiashi había intentado imponer entre ellos.

—Boruto… — susurró mientras salía de la habitación de Tsunade, sus pasos inciertos, tambaleantes — Voy por ti.

Y mientras la noche se cernía sobre el bosque, Mitsuki, débil y herido, caminaba con un solo propósito en su mente: recuperar a su amado sol.

Y mientras la noche se cernía sobre el bosque, Mitsuki, débil y herido, caminaba con un solo propósito en su mente: recuperar a su amado sol

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Entre Rejas Y Secretos (MitsuBoru) (SasuNaru)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora