En el corazón de una sociedad aristocrática regida por las tradiciones y el honor, Boruto Hyuuga vive una vida de restricciones y secretos. Hijo ilegítimo de una noble fallecida al nacer y de un padre desconocido, Boruto ha sido criado en la sombra...
Los días que siguieron al declive mental de Naruto fueron una espiral descendente, una caída lenta pero constante en la cual la paranoia lo envolvía más y más, como una niebla densa que no permitía ver con claridad. Sai era el epicentro de esa tormenta, un tormento invisible que manipulaba cada rincón de la mente de Naruto, llenándolo de dudas, de miedos, de sombras.
Las apariciones calculadas de Sai eran un recordatorio constante de que, aunque legalmente no había cruzado ninguna línea, mentalmente estaba destruyendo a Naruto con precisión quirúrgica.
La mente de Naruto, agitada y herida, no podía distinguir entre realidad y percepción, entre lo que realmente sucedía y lo que su paranoia le dictaba. Todo se desdibujaba, como un paisaje visto a través de un cristal empañado, donde las figuras se deforman, pero el miedo sigue siendo real.
-Sasuke, está aquí. Lo sé. Lo vi otra vez hoy -susurraba Naruto, su voz rota por la tensión constante.
-Naruto, Sai no puede lastimarte -respondía Sasuke, aunque él mismo sentía cómo sus propias palabras carecían de fuerza. La impotencia lo consumía por dentro. Amaba a Naruto con todo su ser, pero no sabía cómo salvarlo de un enemigo que no dejaba huellas visibles.
Sasuke había intentado todo lo que estaba a su alcance. Había confrontado a Sai directamente, pero sin evidencia física o una agresión real, Sai se limitaba a sonreír, eludiendo cualquier confrontación abierta. Incluso cuando Sasuke se acercaba demasiado, Sai mantenía una calma imperturbable, jugando con los límites de la situación como un maestro del engaño.
-Naruto, no podemos permitir que Sai te controle así -dijo Sasuke una tarde, mientras observaba a su amado sentarse en la cama, los ojos perdidos, fijos en el suelo como si estuviera escuchando algo que solo él podía oír-. Vamos a encontrar una solución. No dejaré que te derrumbes de esta manera.
Pero Naruto ya no parecía escuchar. La paranoia había echado raíces tan profundas en su mente que cualquier atisbo de esperanza o lógica se desvanecía rápidamente.
Cada vez que intentaba salir de la habitación, sentía la presencia de Sai incluso cuando no estaba allí físicamente. Cada rincón de la mansión se convertía en una posible trampa, en un lugar donde Sai podría estar observándolo desde las sombras, esperando el momento perfecto para aparecer una vez más.
Kawaki, joven pero observador, también veía cómo Naruto se desmoronaba poco a poco. Aunque no entendía del todo el poder psicológico que Sai tenía sobre su padre adoptivo, sentía la opresión en el aire, el constante miedo que llenaba cada espacio de la casa.
-Papá, tenemos que hacer algo... no puedes seguir encerrado aquí -dijo Kawaki, su voz cargada de preocupación.
Pero Naruto ya no era el mismo hombre fuerte y decidido que lo había adoptado. El miedo lo había transformado en una sombra de lo que alguna vez fue, una figura vacía que se movía lentamente, siempre con el peso de la vigilancia imaginaria de Sai sobre sus hombros.
El aislamiento de Naruto se hacía cada vez más extremo. Las cortinas siempre permanecían cerradas, las puertas cerradas con llave, y el silencio en la casa era casi absoluto. El viento, su elemento natural, ya no le hablaba con claridad. Cada ráfaga de aire que entraba en la mansión era interpretada como un susurro de advertencia, como si incluso los elementos hubieran sido corrompidos por la presencia de Sai.
Sai, con su astucia como psiquiatra, había desplegado un plan meticuloso. No necesitaba atacar directamente a Naruto para destruirlo. Sabía cómo sembrar la duda, cómo aparecer en los momentos más vulnerables para sembrar el caos en la mente de su víctima.
Cada movimiento estaba cuidadosamente planeado para que Naruto nunca tuviera pruebas tangibles de acoso, pero sí la constante sensación de ser perseguido, observado, acechado.
-Lo más peligroso de la paranoia -había explicado Hidari, el hermano de Sasuke y abogado- es que puede destruir a una persona desde dentro, sin necesidad de una sola agresión física. Sai sabe exactamente lo que está haciendo.
Naruto estaba atrapado en un ciclo en el que el miedo crecía, alimentado por la incertidumbre y la incapacidad de escapar de su acosador.
El peligro de la paranoia es que se autoalimenta, convirtiendo cualquier pequeño evento cotidiano en una prueba más de que el mundo conspira en su contra.
Para Naruto, cada paso que daba fuera de su habitación era un riesgo; cada sombra en los pasillos era una señal de que Sai podría estar allí, esperando.
Los días se alargaban, y Naruto, cada vez más agotado mentalmente, comenzó a perder la noción del tiempo. El insomnio se convirtió en su compañero más fiel, y la falta de sueño solo empeoraba su estado mental.
El sonido del viento que antes lo calmaba ahora lo hacía temblar. Cualquier ruido en la casa, cualquier crujido de la madera, se convertía en una señal de que Sai estaba allí, acechándolo.
Sasuke observaba con desesperación cómo el hombre que amaba se desmoronaba. Había intentado todo para mantenerlo anclado a la realidad, pero sentía que sus esfuerzos eran insuficientes.
La sombra de Sai era como una niebla oscura que envolvía a Naruto, y cada día que pasaba, esa niebla se volvía más espesa, más opresiva.
-Naruto, tienes que salir, tienes que enfrentarlo de alguna manera -insistió Sasuke una noche, mientras intentaba acercarse a Naruto, que estaba sentado frente a la ventana, mirando la oscuridad del exterior.
-No puedo, Sasuke... No puedo soportarlo más -respondió Naruto, su voz quebrada-. Él está ahí, siempre está ahí. Aunque no lo veas, lo siento.
El terror en su voz era palpable, y Sasuke sintió una punzada de impotencia al darse cuenta de que Naruto ya no podía distinguir entre la realidad y los fantasmas que su mente había creado bajo la influencia de Sai.
Kawaki se sentía igualmente frustrado. Veía cómo Naruto, su figura paterna, su héroe, se convertía en alguien irreconocible. El hombre fuerte que lo había rescatado, que le había dado un hogar, ahora estaba prisionero de su propia mente.
-Hidari nos dijo que no podemos hacer nada legalmente -murmuró Sasuke, casi para sí mismo-. No podemos detener a Sai porque no ha hecho nada que la ley considere una agresión. Pero, ¿cómo se puede medir el daño psicológico? ¿Cómo se puede detener a alguien que ataca con sombras en lugar de puños?
La mente de Naruto se había vuelto un campo minado, donde cada pensamiento era una explosión de miedo y desesperación. Sai no necesitaba acercarse para destruirlo; su presencia, siempre insinuada, era suficiente para mantener a Naruto en una constante vigilancia paranoica.
Esa noche, mientras la tormenta azotaba la ciudad con ráfagas de viento helado, Naruto cerró los ojos y se acurrucó en la cama, cubriéndose con las mantas como si pudieran protegerlo de las sombras que lo acechaban.
Pero el verdadero enemigo estaba dentro de él, en su mente, donde Sai había plantado las semillas del terror, y ahora florecían como una oscuridad imparable.
Sasuke se sentó junto a él, abrazándolo, intentando transmitirle algo de calor, algo de esperanza. Pero sabía que lo que Naruto necesitaba no era solo amor, sino una manera de detener a la sombra que lo consumía lentamente.
Y así, mientras la noche continuaba su curso, Naruto permaneció prisionero en su propia mente, mientras Sai, en la distancia, seguía tejiendo su red, invisible, pero mortal.
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