CAPÍTULO 4 - POR: Alexander Black.

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—¡No es necesario que tomemos el té! —le digo con sarcasmo—. Vine a que Isabella me explique, ¡porque me ocultó algo tan importante por tanto tiempo!

—No la juzgues, sin antes saber todo lo que ha pasado por tu culpa, —dice, levantándose y dirigiéndose a un minibar, saca una botella con agua, la destapa y con lentitud bebe de ella, alterando aún más mi paciencia, «no debo caer en su provocación», me repito como un mantra.

—¿Vas a avisar a Isabella que estoy aquí?, ¿o tengo que buscarla por todo el hotel? —lo cuestiono, sintiendo como el límite de mi paciencia se acerca.

—Ya que te has enterado de la existencia de los niños y quieres conocer que fue lo que pasó, con gusto te lo voy a contar, pero antes he de advertirte, ¡que ni pienses en hacer sufrir a Isabela por sus hijos!, porque ya antes, en más de una ocasión, estuve tentado a ir por ti por haberte portado como un idiota con ella, y ahora no lo dudaré —me amenaza, según él.

—¡Ni antes ni ahora vas a encontrarme sentado! —le respondo, pensando en cuanto me gustaría partirle la cara de idiota que tiene.

—Si me abstengo de entrar en conflicto contigo, es porque sé que a Isabella no le agradaría vernos enfrentados, y sé que tampoco sería bueno para los niños —me responde, sensatamente muy a mi pesar, y eso me hace bajarle un poco.

—¡Mis hijos!, a los que tú registraste como tuyos, ¡sin serlo! —le echo en cara.

—Quizá biológicamente no lo sean —acepta—. Pero conozco cada detalle de ellos, desde que su madre descubrió su existencia.

—¡Mientras a mí me negó el derecho de hacerlo! —le reprocho, él solo me mira.

—Dime, ¿qué sabes? —Me cuestiona—. Estoy seguro que si Isabella te cuenta lo ocurrido omitirá buena parte de la historia —agrega cancelando una llamada que le está entrando al celular—. ¡Porque es muy dolorosa para ella! —concluye, guardando el teléfono en su bolsa del pantalón y volviendo su atención a mí.

Sin estar seguro si dice la verdad o no, pero consciente de que ya no le quiero causar más dolor a mi princesa, le respondo.

—Sé que murió una de nuestras hijas, si me hubiera hecho partícipe de su embarazo, habría estado ahí para apoyarla —argumento desesperado.

—¿Cuándo la apoyarías?, antes o después de que ella te viera llevándole flores, y un peluche a tu esposa —me pregunta con sarcasmo, ¿Cómo?, «¡Isabella me vio en el hospital!», me pregunto sorprendido, mientras Dormán sigue hablando—. ¿O después de que te viera, cuando ibas de salida hablando felizmente con tu mujer, mientras llevabas a tu hija en brazos? —Agrega incrementando el sarcasmo, cuando se refiere a Eliana, y confirmando que el dichoso destino, se debe de divertir de lo lindo a nuestra costa—. ¡Mientras que ella, ni siquiera pudo asistir al sepelio de su recién nacida hija! —remata, confirmando la información que Milton me dio—. Y para que lo sepas, no solo yo estuve tentado a ir por ti, para cobrarte cada lágrima que le hacías derramar —concluye.

—Es bueno saber que tengo un grupo de fans —le respondo con sarcasmo.

—Fueron días muy difíciles para ella, —comenta, sin prestar atención a mi comentario—. ¡No hacía más que llorar!, incluso hubieron días en los que ni siquiera Mateo ni Valentina le levantaban el ánimo —me cuenta, haciéndome saber lo que ya sospechaba, mi princesa sufrió tanto y yo sin darme cuenta y para colmo, ¡me vio con Eliana!, no una, ¡sino dos veces!, y eso me desarma aún más.

—No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo con ella —me defiendo, ya que así como lo pinta, ¡parezco una mierda!—. Si tan solo se hubiese tomado la molestia de decirme, no la habría dejado sola —le aseguro—. ¡Aunque hubiera tenido que partirme en dos!, y en todo caso, ella hubiera sido mi prioridad —le hago saber.

—¡Desconozco tus prioridades! —Me responde en tono de burla—. Lo cierto es que mi mujer ha sufrido mucho por tu culpa, ¡porque prácticamente le diste golpe tras golpe!, —me acusa, y a mí me dan ganas de mandarlo a la mierda, ya que ha vuelto a recalcar que Isabella es su mujer.

—Cuando se enteró de que estaba embarazada, quiso contártelo, —continúa relatando, sin ninguna duda que está disfrutando hacerme sentir como una mierda—. Te llamó varias veces al celular por más de un día, incluso hasta se preocupó de que te hubiera ocurrido algo —dice el muy idiota, se levanta por más agua y regresa a su asiento, yo lo observo y procuro mantener la calma.

—A tal punto que terminó por llamarte a la oficina —continúa contándome—. Y tu eficiente secretaria le dijo que andabas de viaje, ¡en tu feliz luna de miel!, ¿Cómo esperabas que reaccionara? —me cuestiona, dejándome sin palabras, sobre todo porque desconozco que le dijo la chica que estaba cubriendo el interinato de Lucí.

Me siento por fin, porque sus palabras me agobian, solo de imaginar cómo debió de sentirse mi princesa, debió de pensar que la dichosa luna de miel fue un viaje idílico para mí; y para colmo, cuando vi sus llamadas perdidas, ni siquiera tuve el valor de llamarla, sino que en un mensaje de texto le conté que me había casado!, ¡aun así, «tuvo que haberme dicho de los niños!», me recuerdo.

—Era mi derecho saberlo!, ¡me he perdido casi dos años de la vida de mis hijos!, ni siquiera tuve la oportunidad de conocer a Angie —me quejo—. Quiero hablar con ella, quiero ver a mis hijos, tengo que recuperar el tiempo perdido con ellos —le aclaro, preocupado de que nos vaya a tocar hacer esto por la vía legal, y en ese caso no podría conocerlos ni verlos, hasta que un juez lo autorice.

—¡Ni se te ocurra intentar separarla de ellos! —Me amenaza Dormán—. ¿No te parece que suficiente daño le has hecho ya?, como para que le hagas algo así.

—¡No he hablado de eso!, y no por tu amenaza, ¡porque no me asustas! —le aclaro también—. Lo que si te aviso, es que los reconoceré y les daré mi apellido, el que tienen que llevar por derecho.

—Con respecto a eso, haz lo que tengas que hacer, solo espero que no le generes más penas, porque es lo único que le has dado desde que te descubrió con tu ahora mujer en una habitación —Escupe el muy imbécil, poniéndose de pie y recargándose en sus puños sobre la mesa, según él para intimidarme.

—No hables sobre eso, que no tienes la menor idea de cómo ocurrieron las cosas —le respondo cabreado y poniéndome de pie, listo por si quiere acción.

—En esa habitación no, pero no hay que ser sabios para saber lo que hicieron, que hasta concibieron un hijo —responde el muy idiota.

—¿En tus tiempos libres eres comediante? —Lo cuestiono con sarcasmo, por no mandarlo a la mierda—. Más me parece que te has aprovechado de su vulnerabilidad, para quedarte con ella —lo acuso, apretando más fuerte mis puños, para evitar ir por él, recordándome que tengo que contenerme.

—¡Vulnerable!, vulnerable estaba esa noche en que evité que la atropellara un coche —escupe con mayor sarcasmo ahora él—. Mientras caminaba desolada bajo la fuerte lluvia, sin rumbo y en shock porque acababa de ver a su novio en la cama con otra —concluye viéndome directamente a los ojos

—¿De qué hablas? —lo cuestiono, que yo sepa, ¡Isabella nunca estuvo en peligro!, Milton le siguió la pista hasta que ella me pidió que la dejara en paz.

El DESTINO Y SUS JUEGOS - ¿GANARÁ EL AMOR?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora