Me siento sobre una silla y los coloco a ellos sobre la mesa sin soltarlos, continúo conversando y platicando con los dos, me encantan sus sonrisas, no es porque sean mis hijos, pero los tres son muy lindos, «serían cuatro», me pasa el pensamiento, cierto, ¡mi nena a quien no pude conocer!
—Vas a contarme algún día como ocurrió todo, entiendo que estuvieras enojada conmigo, pero me perdí de mucho —le hago ver, sin ocultar mi resentimiento.
—No fue solo por enojo, aunque estaba dolida, también influyó que te vieras tan feliz en tu nueva vida, ¡y no quise interrumpir esa felicidad!
—Para tu información, lo único que realmente me ha hecho feliz desde nuestra separación, ha sido el nacimiento de Arianita, y ahora, aunque me resultó frustrante en un inicio, me siento feliz de tener a dos hijos más —le aclaro.
—En realidad son tres —me corrige ella.
—¡Cierto!, Angie, ¿cómo era?
—Prefiero no hablar de ella por favor, ¡me duele mucho! —Responde viéndome a los ojos—. Solo puedo contarte que se parecía mucho a Valentina.
—¡Parece que la combinación de ambos no salió tan mal! —trato de bromear.
—No, —responde sonriendo, al ver a los niños—. ¡Si vieras como son de traviesos!, y tienen un genio, ¡que para qué te cuento!
—¡A saber a quién se parecen!, ¿verdad? —le pregunto burlándome.
Ella sonríe en respuesta y vuelve a poner su atención al teléfono, yo sigo entretenido con los niños, hasta que ellos se aburren y comienzan a llorar, primero comienza Mateo y a los segundos arranca Valentina, armando un verdadero escándalo, Isabella los vuelve a ver y la nena le echa los brazos.
—Mam —dice, buscándola.
—¿Qué pasó amor?, ¡aquí estoy! —le responde ella, mimándola y viniendo hasta adonde nosotros.
—Tata —pide Mateo.
—¡Acaban de comerse una manzana!, ¿ya tienen más hambre? —les pregunta divertida.
—Kike —dice Valentina, echándole los brazos también.
—¡No hay Kike!, pachita van a tomar —le responde Isabella, besándole la frente.
—Kike, ¿es pecho? —le pregunto a Isabella, sorprendido de que aún les dé.
—Sí, y tata es pacha —me traduce ella.
—¿Aún les das pecho? —indago.
—No, les di hasta que cumplieron un año, en enero se los quité, pero aún hacen la lucha pidiendo de vez en cuando —dice sonriendo y arrullando a Mateo, Valentina ya se ha quedado callada, porque se ha entretenido con mi reloj.
—¿No les costó dejarlo? —quiero saber, acumulando toda la información que puedo sobre mis hijos.
—Yo diría que no, desde que tienen seis meses comenzamos a darles fórmula, a los ocho meses le agregamos comida a su dieta, y el pecho se les iba disminuyendo poco a poco —me cuenta.
Y yo me guardo el coraje que me da tener que haberme perdido todos esos detalles, pero los niños están saludables y es notable su buen cuido, así que reconociéndolo le digo.
—Gracias por cuidar bien de ellos.
—Son mi vida, ¡no podría hacer menos! —me asegura ella—. Voy a llevármelos para darles su pachita —me informa sacando su teléfono para llamar a alguien—. Puedes venir a ayudarme por favor —pide y luego cuelga—. Te llamaré mañana para que nos pongamos de acuerdo con tus visitas —me dice, agarrando a Valentina.
—Yo puedo ayudarte a llevarlos —me ofrezco.
—Preferiría que no, por favor procura llevar la fiesta en paz con Patrick —me responde de inmediato—. No sería bueno para nadie que vivan enfrentados.
—Por mí, ¡pienso venir ondeando un pañuelo blanco cada día! —le aseguro.
—Gracias —me responde, y pude ver una chispa de brillo en sus lindos ojos, justo cuando tocan a la puerta y una de las chicas entra.
—Despídanse de papá —les pide Isabella a los niños, acercándolos a mí para que les pueda dar un beso, así lo hago y guardo en mi mente el aroma de los tres.
—Hasta pronto mis amores —le digo a los niños, pero en el fondo la incluyo a ella, por supuesto sin voltear a verla.
Salimos los cinco de la oficina, yo me voy recto por el pasillo hacia la salida y ellos cruzan en uno a la derecha, saco el teléfono y le llamo a Milton.
—Ya he terminado aquí, nos vamos, recógeme en donde me dejaste —le pido.
—Sí señor, —responde y cuelga.
Hace tiempos que no me sentía verdaderamente feliz, aunque la noticia me impactó en un inicio, tuve la oportunidad de conocer y abrazar a mis hijos, y estar cerca de ella sin pelear, y eso es lo mejor que me ha ocurrido últimamente.
Mañana temprano iré a ver a Angie, ella también tiene que saber que soy su verdadero papá, y que aunque no haya tenido la oportunidad de conocerla, siempre vivirá en mi corazón más adelante, espero que Isabella pueda mostrarme alguna fotografía que hayan tomado de ella.
De pronto viene a mí, la pregunta del millón, ¿Cómo se lo voy a decir a Eliana?, «¡fácil!», dice mi mente retorcida, Isabella era mi prometida y los niños fueron concebidos durante nuestra relación, así que no hay nada que explicar, solo que informar.
Llego a casa y Eliana ha salido con la niña, por lo que después de ponerme cómodo, me voy al estudio a avanzar con el trabajo, cuando ellas vienen, cenamos y el tiempo pasa tan rápido y no se me antoja contarle nada aún, quiero guardar este secreto solo para mí, ¡por un día aunque sea!
Cuando estoy jugando con Arianita, no logro evitar sorprenderme en cuan parecidas son ella y Valentina, si acaso el cabello de Arianita es un poco más claro y ondulado por Eliana, «¿Cómo hubiera sido Angie?», me pregunto sin evitar que se me forme un nudo en la garganta.
Y mientras le leo un cuento para que se duerma, me pregunto si alguna vez podré leerles uno a sus hermanitos, y me carcomen las ganas por contarle a mi hija, que tiene a tres hermanitos, aunque a una de ellas no podrá conocerla.
Al siguiente día, antes de ir a la oficina, paso por una floristería y compro un hermoso arreglo de flores, son unos Girasoles baby, con rosas rosadas y yerberas fucsias, «a Isabella le habría encantado».
Conduzco al cementerio y voy hacia la tumba de Angie, le coloco el arreglo floral y me agacho ante su lápida.
—Hola princesita, habría sido hermoso conocerte, y un día verte jugando con tus otras dos hermanitas, y tu hermano, ¡lo siento por no haber podido venir antes amor! —le digo sintiendo como gruesas y calientes lágrimas bajan por mis mejillas—. Aunque no te conocí, aunque no tuve la oportunidad de cargarte en mis brazos, ¡quiero que sepas que te amo y que aquí en mi corazón, siempre habrá un espacio para ti! —le hago saber.
Luego de despedirme de ella y de asegurarle que regresaré pronto a visitarla, me dirijo al trabajo y por la tarde, Isabella me llama a la oficina, Lucí me pasa la llamada, y no pudo pasar desapercibida su sorpresa.
—Alexander, hemos considerado que el mejor lugar, para que te reúnas con los niños mientras se conocen, es en el hotel —dice yendo directo al grano.
¡Nada de un saludo!, y no me pasa desapercibido, ¡el hemos pensado!, y eso sí que me cabrea, porque por el bien de mis hijos tengo que tragarme como un imbécil, el que otro pueda tomar decisiones sobre ellos, ¡pero tengo que ser paciente!, si quiero que eso cambie.
—No te parece un tanto incómodo —le pregunto, pensando en que un hotel no es el mejor lugar para que unos niños estén.
—No, hay una habitación acondicionada para ellos, bueno, para los tres, es mi oficina y guardería —comenta, con algo de diversión—. De lunes a viernes de cuatro a seis estoy en el gym, puedes venir a esa hora y estar con ellos, si no puedes las dos horas, tal vez una —sugiere.
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El DESTINO Y SUS JUEGOS - ¿GANARÁ EL AMOR?
RomanceDespués de todo lo que han pasado Isabella y Alexander, ¿será posible que el destino les tenga preparada alguna jugada en donde vuelva a unir sus vidas? Y de ser así, ¿qué ocurrirá? 1. Será que ahora que Isabella es mamá y conoce el valor de un hijo...