CAPÍTULO 34 - POR: Alexander Black

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—Solo en eso piensas —me acusa—. ¡Lo que necesito es no morir de frío!

—Ok. ¡Seré tu manta eléctrica!, hazte al fondo de la cama —le pido.

En cuanto me acuesto, se hace puño junto a mi cuerpo y la atraigo a mí, apretándola tanto como me es posible sin causarle daño, ambos suspiramos, pero ninguno dice nada, solo puedo pensar, en que este es su lugar, el único en el que encaja y encajará a la perfección, ¡aunque se diga que su marido es espectacular!

Mi amigo no tarda en agarrar fuerza y valor, esperanzado de poder volver a llevarme a la gloria en el cuerpo del amor de mi vida, evito hacer cualquier movimiento, para que no piense que me le estoy insinuando, su respiración vuelve a acompasarse, indicándome que se ha quedado dormida.

Y eso es señal de su agotamiento, me preocupa que pueda enfermar, la temperatura le bajó por completo, pero podría regresarle en cualquier momento. A pesar de que intenté mantenerme despierto tanto como pude, finalmente el sueño me vence, ¿y cómo no?, si tenerla entre mis brazos me resulta paradisiaco.

En la madrugada al despertar, seguimos tan juntos como cuando nos dormimos, solo que ahora ella está de frente y recostada en mi pecho, con nuestras piernas entrelazadas. A pesar de saber que es algo pasajero, mi corazón se hincha de felicidad y le acaricio los hombros, deleitándome en su delicada piel, tiene su rostro con la inflamación típica de después de una noche de lágrimas.

Se retuerce entre mis brazos, pero no abre los ojos, ni me suelta, sus movimientos van despertando poco a poco a mi amigo que anda tan dispuesto, y la tentación por moverme solo un poco, y colocarme bien entre sus piernas es grande, «pero si logré contenerme anoche, con mayor razón tengo que hacerlo hoy», me digo intentando convencerme.

No me extrañaría ver a Dormán entrando por esa puerta, y lo que menos deseo es hacerla sufrir por verse en semejante situación.

—Te amo, y dormir contigo así, y despertar así, han convertido este día en el mejor que he tenido en varios años, —le confieso besando su cabellera, y moviéndome, para separarme de su cuerpo y salir de la cama.

Voy hasta mi ropa, y me la pongo, ya se ha secado por completo, al igual que la de ella, se la acerco a la cama y me agacho para despertarla.

—Voy a ir por el coche, vístete —le pido viendo que por fin abre los ojos.

Me mira fijamente, como si no pudiera creer que soy yo, acaricia mi rostro y le deposito un beso en la mano, mientras disfruto de su caricia, baja la mano hasta mi pecho, y luego la aparta como si hubiese tocado algo caliente.

—¿Qué hora es? —pregunta con voz sexy, pero adormitada.

—Son casi las seis, vístete, voy por el coche, quiero llevarte con el médico, iremos de una vez a Seattle, le pediré a Milton que traiga el helicóptero para que sea más rápido.

—¡Allá, todo regresará a la normalidad entre nosotros! —se lamenta.

—Tiene que revisarte un médico, te dio temperatura y podría ser por el pie, sin mencionar que podría ser parte de un resfriado.

—Gracias por rescatarme —vuelve a decir, sentándose, le ayudo a que lo haga.

—¿Quieres que te ayude a vestir? —le pregunto, procurando que mis ojos, la vean a la cara y no a los pechos, que van cubiertos solo con su sostén de seda rosa.

—Preferiría que no, —dice sin verme—. Si anoche nos logramos contener, no tendría sentido que caigamos a último momento.

—Tienes razón, además, pronto estarás con tu hombre extraordinario —le reprocho con rabia, porque sé que no va a tardar en volver a levantar esa barrera en mi contra.

El DESTINO Y SUS JUEGOS - ¿GANARÁ EL AMOR?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora