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Viajando en silencioY queriendo tocar yo tu calidez

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Viajando en silencio
Y queriendo tocar yo tu calidez.
Desperté y lo encontré
Que era solo un recuerdo
De un lejano ayer

A little pain — Olivia





—¿Un diario? —dijo Chris, frunciendo el ceño.

Jisung estaba frente a él, sentado detrás del escritorio revisando documentos. La tensión entre ellos disminuía cuando se trataba de la empresa; los intereses monetarios siempre serían una prioridad. Aunque Han se empeñaba en pronunciar su apellido en cada reunión, dejando claro cuál era su verdadera prioridad.

—Sí, Félix lo mencionó en el almuerzo. En cuanto lo dijo, recordé mi visita a su apartamento.

Chris se tensó al pensar en una libreta con los pensamientos de Minho, escritos en su puño y letra; un testimonio que podría cambiar su destino para mal. Observó el rostro de Jisung en busca de alguna señal de molestia, pero él estaba concentrado en su lectura. Soltó un suspiro antes de alzar la vista y mirar a Chris.

—Ese día pasaron demasiadas cosas; no tengo la más mínima idea de dónde terminó. Quiero que la busques.

Jisung parecía cansado, y su petición sonaba más como una súplica. Ni con todo el amor que sentía Chris, hacia él podría entregarle algo tan importante y comprometedor. Si lo hacía, quedarían expuestas desde la primera pelea con Minho hasta la última vez que lo golpeó, cuando Jisung se fue a Londres. No tenía dudas sobre el contenido.

—Lo intentaré, pero no puedo prometer nada. Ha pasado tiempo —se humedeció los labios involuntariamente—. ¿Cómo era la libreta?

—Es igual a la mía, solo que en ella tiene grabadas sus iniciales. —Jisung bajó la mirada, cargando el peso de aquel recuerdo.

—San Valentín. —Chris hizo una mueca—. Lo escuchaste hablar con Yejin sobre querer escribir, y se la regalaste. ¿Quién lo diría? Ahora quieres recuperarla. —soltó, hastiado.

Jisung se levantó de su asiento, guardando en su bolsillo las llaves y el teléfono. El atardecer se veía espectacular desde su oficina; no tenía interés en verlo, pero la insistente sensación de angustia lo hizo girar. El cielo, con sus tonos arrebolados y el predominante naranja entre grises, lo atrajo al recuerdo de aquel día. Apenas llevaban un ciclo escolar como compañeros de clase y Minho, robó su corazón por completo.

Se dispuso a encontrar el regalo perfecto para esa fecha y lo dejó en su casillero: una preciosa caja de azul cobalto con un moño plateado. Ese día, Lee estuvo castigado, saliendo cuando los pasillos estaban vacíos, o eso creyó. Jisung se ocultó para ver la reacción del castaño y valió cada minuto de espera. Al abrir la caja, quedó boquiabierto, sin poder creer el contenido de la caja. Acarició el cuero y casi lloró al ver sus iniciales.

Jisung se lamentó durante una semana por no dejar una nota; ahora su pesar era romper la primera barrera entre ellos. Inhaló profundo; no podía permitirse seguir navegando en el pasado. Exhaló mientras miraba el ocaso y encontró una nueva razón para sentirse libre. Aquel joven de cabellos largos y mejillas salpicadas de pecas, Félix, le estaba regalando algo que parecía perdido: paz.

Sería estúpido de su parte tirar a la basura sus logros por conquistarlo, por conformarse con el juguete roto y desgastado, si podía tener uno nuevo, perfecto para moldearlo a su conveniencia. Su aura de pureza podía hipnotizar a cualquiera; una belleza en toda la extensión de la palabra, lo obtendría a toda costa. Volteó hacia Chris sonriendo, una expresión que lo descolocó.

—Olvídalo, nada de lo que esté escrito me hará cambiar de opinión.

Jisung pasó a un lado de Bang y tomó su abrigo mientras se despedía. El repentino cambio de opinión dejó a Chris en un estado de confusión, entre aliviado y agobiado; no tenía idea de que algo tan peligroso hubiera estado en manos de Han. “Si alguien la encontró, no es posible; ha pasado tiempo, ya deberían haber dado señales para…”

Chris esbozó una sonrisa que poco a poco se convirtió en carcajada. Todo el tiempo estuvo cerca, vigilando y señalando sus acciones, pensando que solo quería desplazarlo para obtener su puesto. Rió tan fuerte que su abdomen dolió; tenía que aceptar lo meticuloso de su juego. Se recompuso después de un minuto de revelación, limpió la comisura de sus ojos y acomodó su traje.

—Jeongin, idiota, no sabes lo que te espera.
































Después de la escena en Paradox y discutir sobre sus acciones siguientes, Seungmin propuso ir a Tailandia para averiguar sobre las Porcelain Dolls, algo demasiado arriesgado. Jeongin se negó en un primer instante, pero la insistencia de su novio y sus argumentos razonables lo hicieron ceder; tenía curiosidad por saber el origen y, sobre todo, por Iseul. Nunca conoció a la mujer; en casa de los Han, el tema era un completo olvido. Hyunjin ni siquiera sabía dónde estaba enterrada o si tenía familia; para él, Han Nari había sido su única madre.

En el aeropuerto, cualquier lógica lo abandonó. Jeongin se aferró a Seungmin, llenándose de su perfume y del exquisito calor que su novio desprendía. Al comenzar su relación, había sido muy difícil soportar estar separados tanto tiempo (solo serían cinco días, pero Yang sentía que moría por no verlo), por ello tenía los nervios a flor de piel.

—Cariño, nos veremos el domingo —dijo Kim, colocando su barbilla en el cabello de su novio mientras acariciaba su espalda—. Me llamarás, yo te llamaré y verás que los días pasarán rápido.

Jeongin sujetó con más fuerza la cintura de Kim, sintiendo un nudo en la garganta. Pegó su oído al pecho de Seungmin, escuchando el ritmo constante de sus latidos. Aún no entendía cómo algo tan simple como escuchar su bombeo podía traerle paz. Kim Seungmin era pieza clave en su existencia; desde el momento en que lo conoció, se sintió irremediablemente atraído.

No era solo por su atractivo, su dinero o sus conexiones. Seungmin arrasó con sus prejuicios sobre el amor, entregándole lealtad, paz y muchas cosas que jamás pensó obtener. No tuvo ejemplos de una relación sana más allá de las películas; lo más cercano al afecto lo encontraba cuando se acostaba con cualquiera que le dedicara unas lindas palabras. De pronto, Kim apareció en su vida como si realmente perteneciera a ella.

Al ser lo más valioso en su vida, no quería abandonarlo a su suerte. Temía por su bienestar en Tailandia; allí la organización tenía más enemigos que amigos. Aunque Seungmin no era un integrante directo, muchos conocían su relación, y no estar para protegerlo le preocupaba.

—Lo sé —dijo Yang, separándose solo para conectar sus miradas—, pero siento que será una eternidad.

Seungmin se enterneció. Amaba cuando su hombre invencible se convertía en un pequeño terrón de azúcar. Se enorgullecía de ser el único en ver tal faceta. Se inclinó para depositar un beso en la frente de su novio y acunó sus mejillas, apretándolas para formar un piquito que besó en reiteradas ocasiones.

—Volveré —besó la mejilla derecha—. Entonces —besó la izquierda— tú —a la barbilla— me —en la frente— invitarás a una cena en nuestro restaurante favorito y tendremos una luna de miel en el hotel DW-AS.

Yang asintió emocionado. La idea de olvidarse de todo a su lado era lo único que necesitaba. Se puso de puntillas y unió sus labios en un movimiento lento; la danza de sus labios decía "te amo" sin palabras. Jeongin se sentía flotar con cada roce, acarició detrás de las orejas de Seungmin, robándole una sonrisa entre el beso.

Separaron sus labios, mirándose, ambos sonriendo. Ninguno quería tomar distancia. En los parlantes anunciaron el vuelo a Tailandia. Se abrazaron una vez más y Yang dejó un sonoro beso en la mejilla de Seungmin, lo vio partir arrastrando su maleta casi vacía, que planeaba llenar con regalos para su novio. Después de quedarse veinte minutos después de que el avión despegara, se retiró del aeropuerto, aún con la sonrisa en su rostro.

Mr. Caos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora