XXX

43 5 0
                                    

Harry tragó con dificultad al ver el letrero de la sección de urología. La comprensión le golpeó de repente, entendiendo de lleno el peso que tenía para Louis someterse a este tipo de examen. No era solo un chequeo rutinario. Era una prueba de valentía que lo enfrentaba directamente con los recuerdos más oscuros de su pasado.

Miró a Louis, que se veía tenso, con las manos temblorosas y la mirada esquiva. Sabía lo que significaba para él exponer su cuerpo de nuevo, permitir que alguien lo examinara, alguien que no era él mismo ni alguien en quien confiara plenamente.

Y más que eso, Harry entendía que este no era un examen cualquiera. Era una lucha interna, una confrontación con las cicatrices invisibles y la memoria dolorosa de aquella noche traumática, un episodio que todavía lo perseguía en pesadillas y lo mantenía atrapado en un miedo constante. Louis no solo temía lo que pudieran encontrar en el examen; temía que reviviera esa vulnerabilidad, esa sensación de ser observado y juzgado.

Harry sintió una oleada de impotencia, deseando poder borrar esos recuerdos y aliviar su dolor. Pero sabía que lo único que podía hacer era estar ahí, acompañarlo sin prisa ni presión, mostrando que no importaba lo que ocurriera en esa sala; él lo amaba por completo, con todas sus heridas y miedos.

—Estoy aquí, Louis —le susurró suavemente, apretando su mano—. Y no voy a irme.

Louis asintió con un leve movimiento de cabeza, tratando de mantener la compostura. Con pasos lentos y calculados, se acercó al mostrador, donde la secretaria lo recibió con una sonrisa cordial. Sentía el corazón martilleándole en el pecho mientras daba su nombre y los detalles del turno.

Harry se mantuvo a unos pasos detrás, observándolo con discreción, pero sin perder el contacto visual. Sabía que, en estos momentos, Louis estaba lidiando con una oleada de emociones difíciles de expresar. El simple acto de anunciarse, de decir en voz alta que estaba ahí para un análisis, era una victoria en sí misma.

La secretaria le indicó que debía esperar unos minutos y le ofreció asiento en una de las sillas de la sala de espera. Louis tomó asiento, respirando profundamente, mientras Harry, sin decir palabra, se sentó a su lado, dejando que su presencia fuera el ancla que Louis necesitaba.

Los minutos pasaron lentos, cada segundo aumentando la tensión que Louis intentaba disimular. Finalmente, el nombre "Louis Tomlinson" apareció en la pantalla frente a ellos, y sintió un leve temblor en sus manos.

Harry, percibiendo su inquietud, le apretó la mano con suavidad y firmeza, una promesa silenciosa de que estaría allí, de que no iba a irse. Louis le dedicó una mirada agradecida, llenándose de valor, y asintió antes de soltar su mano para dirigirse al consultorio.

Al llegar, la puerta se abrió, y el médico lo recibió con una sonrisa calmada.

—Bienvenido, Louis —saludó el médico, haciéndose a un lado para que él pudiera pasar.

Louis observó al hombre por un momento, tratando de tranquilizarse. El doctor parecía en sus cuarentas, con una expresión amable y profesional. Afortunadamente, era un beta, lo que le hizo sentir una pizca de alivio. Sus ojos marrones irradiaban empatía, y su tono suave invitaba a la calma.

—Tome asiento, adelante —invitó el médico, señalando una silla frente a su escritorio.

Louis se sentó despacio, manteniendo sus manos entrelazadas sobre su regazo para evitar que se notara el temblor en sus dedos. El ambiente del consultorio era acogedor, con paredes en tonos claros y un par de plantas que parecían haber sido colocadas para añadir serenidad al espacio. Sin embargo, la calma del lugar no lograba apaciguar los recuerdos ni el miedo latente que se removía en su interior.

El vecino: Bajo el Mismo TechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora