XXXII

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Había sido un mes muy duro, lo sabían. Harry había estado recorriendo Londres de un lado al otro, haciendo entrevistas, recopilando información y cumpliendo con una lista interminable de trabajos, mientras cuidaba de Theo en cada momento. El pequeño casi vivía pegado a su pecho, buscando la seguridad y el consuelo de su alfa, hasta el punto de que una vez tuvo que llevarlo al trabajo porque el niño se negó rotundamente a separarse de él.

Louis, por su parte, estaba atravesando su propio infierno. Las noches eran una sucesión interminable de pesadillas, un ciclo que lo dejaba exhausto, al borde de caer en el abismo del miedo. Intentaba evitar el sueño, temiendo que, al cerrar los ojos, volvería a encontrarse atrapado en los mismos recuerdos aterradores. Pero incluso en la vigilia, las imágenes lo perseguían, nublando su visión, haciéndole sentir el frío hasta en los huesos, como si el pasado no estuviera dispuesto a soltarlo.

Todo el progreso que había hecho se desvanecía poco a poco, sus logros difuminándose ante el peso de la oscuridad que lo envolvía. Y Harry, aunque desgastado por la rutina y las responsabilidades, no dejaba de lado a su omega, cargando el peso de ambos y ofreciéndole su apoyo incondicional. Sabía que Louis lo necesitaba ahora más que nunca, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para mantenerlo a salvo, para ayudarlo a reconstruirse.

Esa noche, Harry se despertó de golpe, con el estómago revuelto y una sensación ardiente en las entrañas. Las náuseas lo sacudían, y, a pesar de que intentó respirar profundo, el malestar no disminuía. Sentía como si un fuego extraño y frío a la vez le recorriera el cuerpo, algo visceral y profundo, que no entendía del todo.

Se pasó una mano por el rostro, tratando de disipar la incomodidad, pero la sensación seguía latente. Miró hacia la cama, y allí estaba Louis, acurrucado en un ovillo pequeño bajo las mantas, vulnerable. Su omega se movía inquieto en sueños, su rostro mostraba rastros de tensión y preocupación, y Harry comprendió que aquello que le quemaba por dentro no era otra cosa que la impotencia y el dolor que sentía por él.

Harry cerró los ojos, tratando de calmarse y encontrar claridad. No podía seguir viendo a Louis sufrir de esa manera, no cuando su propia alma ardía en desesperación por no poder quitarle todo aquel dolor.

Con el cuerpo temblando, Harry se levantó de la cama, sintiendo un nudo en el estómago que parecía retorcerse con cada paso que daba. Con un esfuerzo titánico, caminó hasta el baño, apenas llegando antes de que su cuerpo finalmente cediera y expulsara todo a su paso. Se apoyó en el lavabo, jadeante, mientras sus manos temblaban y el sudor frío le recorría la frente.

Por un momento, cerró los ojos, tratando de calmar su respiración y estabilizarse. La intensidad de todo lo que estaba sintiendo, el agotamiento, la preocupación, la frustración, parecían consumirlo. Cuando finalmente se miró en el espejo, sus ojos reflejaban un cansancio profundo, una mezcla de dolor y determinación.

Después de enjuagarse la boca y pasar un poco de agua por su rostro, respiró hondo y se forzó a calmarse. Sabía que tenía que ser fuerte, tenía que ser el refugio que Louis necesitaba. No podía flaquear ahora.

Con dificultad, Harry se dirigió al placar, cada paso pesado y su cuerpo aún estremecido. Abrió la puerta y buscó un buzo grueso, sintiendo el suave tejido en sus dedos antes de colocárselo lentamente, como si el calor de la tela pudiera calmar el frío que sentía en su interior.

Respiró profundo, intentando reunir las pocas fuerzas que le quedaban, y con movimientos lentos salió de la habitación, caminando por el pasillo en dirección a la cocina. Necesitaba algo que lo reconfortara, algo tan simple como una taza de té caliente para aliviar la tensión en su pecho y el ardor en su estómago.

Mientras ponía a calentar el agua, el silencio de la madrugada pesaba en el ambiente. Los ojos de Harry se posaron en la luz tenue del reloj en la pared, y por un instante, deseó que todo el dolor, el cansancio y el miedo simplemente desaparecieran.

No podía permitirse caer enfermo, no ahora, cuando Louis lo necesitaba más que nunca. Louis lo necesitaba fuerte, presente, como su pilar. Respiró hondo, aferrándose al borde de la mesada mientras el agua hervía, intentando contener las náuseas que se intensificaban con cada segundo.

Finalmente, vertió el agua caliente sobre la bolsita de té y esperó, deseando que el calor lo ayudara a estabilizarse. Dio un par de tragos, dejando que el líquido cálido bajara por su garganta, pero las náuseas volvieron con más fuerza, obligándolo a apoyarse contra el mesón, respirando entrecortadamente mientras luchaba por mantenerse de pie.

El mundo a su alrededor parecía tambalearse, como si estuviera en un barco en medio de una tormenta. Su cabeza daba vueltas, y un calor sofocante se apoderaba de su cuerpo, como si estuviera ardiendo desde adentro. Apenas podía mantenerse en pie, sintiendo cómo la fiebre se apoderaba de él, consumiéndolo. Intentó recostarse un momento sobre la mesada, esperando que el frío del mármol le brindara algo de alivio, pero ni eso ayudaba.

Harry cerró los ojos, sintiendo cómo el agotamiento y el malestar lo vencían lentamente. —No ahora— se dijo a sí mismo. Louis lo necesitaba fuerte, y Theo también. Sin embargo, su cuerpo parecía tener otros planes.

Tomó el té con manos temblorosas, pero cada sorbo le revivía las náuseas. Sentía la garganta arder, y apenas podía sostener el vaso sin que sus dedos cedieran. De pronto, una punzada en su cabeza lo obligó a apoyarse en la encimera nuevamente, mientras un sudor frío le recorría la frente. Su piel estaba tan caliente que casi dolía, como si su cuerpo entero estuviera a punto de rendirse.

Se obligó a respirar hondo una vez más. La idea de recostarse y descansar era tentadora, pero el sonido de los suaves murmullos de Louis desde el cuarto lo empujaron a continuar. Sabía que su omega necesitaba alguien firme a su lado, alguien que pudiera sostenerlo, y aunque su propio cuerpo estaba al límite, la preocupación por Louis lo impulsaba a mantenerse en pie.

Con un último esfuerzo, se llevó el vaso a los labios, pero tuvo que dejarlo casi de inmediato al sentir otra oleada de náuseas. Decidió que quizás lo mejor sería volver junto a Louis, asegurarse de que estuviera dormido, y luego descansar un momento a su lado.

Harry se quedó inmóvil, apoyado contra el marco de la puerta, mientras su cuerpo le exigía rendirse y su mente le imploraba seguir adelante. No podía dejar que Louis lo viera así. Su omega estaba tan frágil, apenas aferrándose a la realidad mientras enfrentaba pesadillas y recuerdos sombríos. Louis necesitaba verlo fuerte, como el alfa protector y seguro que siempre había prometido ser para él.

Con una mano temblorosa, Harry se frotó el rostro, intentando recobrar la claridad. Inhaló profundamente y se forzó a adoptar una postura firme, luchando contra el mareo que amenazaba con derrumbarlo. Necesitaba mantenerse entero, aunque solo fuera una fachada. Louis no podía permitirse ver su debilidad; merecía la seguridad de saber que su alfa podía enfrentarlo todo.

Harry tragó con dificultad, y aunque una pequeña voz interna le pedía que descansara, que se cuidara un poco más, desechó esa idea de inmediato. En estos momentos, él era todo lo que Louis tenía, y no permitiría que su propio malestar interfiriera en el apoyo que su omega necesitaba desesperadamente.

Mientras las náuseas aún lo invadían, contempló la posibilidad de dormir en el sillón hasta que su cuerpo se estabilizara y la fiebre desapareciera. No podía arriesgarse a contagiar a Louis, no en su estado tan vulnerable. Con un último suspiro de determinación, Harry tomó una manta y se acomodó en el sofá, decidido a mantenerse cerca, pero a la distancia suficiente para proteger a su omega.

La seguridad de Louis era lo más importante ahora. Harry no tenía dudas de eso; protegerlo se había convertido en su razón de ser. Iba a cumplir su promesa, a mantenerlo a salvo, incluso si para ello debía protegerlo de él mismo.

Sentado en el sofá, abrazado a la manta, sintió el peso de la fiebre mezclarse con el cansancio en sus huesos, pero se obligó a mantenerse despierto, alerta. Los escalofríos recorrían su cuerpo, y aunque cada parte de él rogaba descansar, no se lo permitiría. Louis necesitaba un alfa que fuera fuerte, alguien en quien pudiera apoyarse sin temor, y Harry no iba a fallarle.

Mientras sus ojos comenzaban a cerrarse, no dejó de pensar en su omega, en cómo había jurado protegerlo de todo daño, aunque eso significara alejarse cuando lo más natural para él sería abrazarlo y prometerle que todo estaría bien. Porque ahora, más que nunca, cumpliría su promesa.

El vecino: Bajo el Mismo TechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora