CAPÍTULO - 24 (II)

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"Les aconsejo que no le cuenten sus problemas a nadie, al veinte por ciento no le interesa y al ochenta por ciento le alegra que los tengas".


Poco a poco mis ojos se abrieron con la claridad que iluminaba la habitación y que se hacía paso entre los cristales de la ventana cuya persiana no había sido bajada. El aire que entraba en mi nariz era excesivamente cálido y tenía un olor dulce y embriagador que me hacía no querer moverme en busca de aire más fresco. Lo primero con lo que se topó mi vista fue con una tela blanca que, por cierto, mis dedos agarraban como si fuesen un bote salvavidas en medio de un océano de aguas revoltosas en el que me hallaba ahogándome. La tela no era otra cosa que la camiseta de Harry y, sin duda, la superficie grande y plana a la que mi nariz estaba pegada era su espalda. Ahora entendía por qué no podía respirar del todo bien.

Nuestros cuerpos estaban perfectamente encajados; mis piernas detrás de las suyas y su espalda delante de mi abdomen y de mi pecho. A pesar de que estábamos muy juntos, el único roce entre nuestros cuerpos era el que yo estaba imponiendo debido a mi agarre en su camiseta, el cual deshice enseguida, dejando algunas arrugas en esta que delataban que había pasado bastante tiempo sujeta a él.

La vergüenza me invadió de repente y traté de separarme de él sin que lo notase, echando un vistazo al reloj de la mesita de noche: las doce del mediodía. Tenía que volver al apartamento con las chicas y, con suerte, estas aún estarían dormidas, lo cual era lo más probable ya que si hubiesen visto que no estaba allí, el apartamento de Harry habría sido el primer sitio donde me habrían buscado y yo no había oído el sonido del timbre. En cualquier caso, tenía que llegar allí lo más pronto posible para evitar cuchicheos y preguntas de cotilleo molestas.

—¿Dónde vas? — la voz ronca de Harry me hizo sobresaltar y vi cómo su cabeza se giraba hacia mí, que me hallaba sentada en la cama enfundándome mis zapatillas.

—Son las doce de la tarde, Harry, me quedé dormida aquí. Tengo que volver — me puse de pie y me dirigí hacia la ventana para cerrar la persiana y así el chico pudiese dormir un poco más.

—¿Por qué? ¿No estabas cómoda?

—No es eso, pero de verdad que tengo que volver. Las chicas van a hacerme mil preguntas si no.

—Vale. ¿Me das un beso de buenas noches? — le escuché decir en la oscuridad de la habitación, sólo iluminada por la luz que provenía del pasillo y que se colaba por la puerta.

Solté una pequeña risa.

—Es de día, Harry.

—Bueno, pero si cerras la persiana y yo voy a seguir durmiendo es como si fuera de noche.

Rodé los ojos y salí al pasillo, encajándole la puerta.

—Hasta después, dormilón.

—Eres una desagradecida, encima de que te dejo dormir aquí...

—Que te den, Harry — reí, dirigiéndome hacia la salida mientras escuchaba la risa ronca de mi amigo.

Cuando entré en mi apartamento comprobé que todas mis amigas seguían durmiendo, lo cual hizo que soltase un suspiro de alivio.

Me escabullí entre las sábanas de mi cama pero ya no hubo manera de que pudiese conciliar el sueño, por lo que retomé mi preciada lectura y me sumergí entre las páginas de las increíbles aventuras de Tom Sawyer.

***

Oh, no. No, no y no.

Eché mi cabeza hacia detrás mientras un resoplido escapa de entre mis labios y me desprendía de mis braguitas blancas, ahora levemente tintadas de un color rojo escarlata. Cogí unas limpias de mi armario y guardé el bikini de nuevo, a pesar de haberlo sacado hacía apenas unos segundos con la intención de ponérmelo para ir a la playa. Pero claro, la querida señora del mes se empeñaba en visitarme estos días. Genial.

Mi sueño, mi vida || Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora