CAPÍTULO - 31 (I)

150 18 31
                                    

"Siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas" — Jean Jacques Rousseau.


El manto de nubes blancas y esponjosas que se extendía bajo el enorme y pesado aparato volador parecía no tener fin, dando así la sensación de que nos hallábamos flotando a diez mil metros de altura, sin avanzar si quiera un milímetro, como si estuviésemos sentados en el sofá de casa y mirásemos por la ventana en un día de niebla densa.

Siempre me había parecido curioso el hecho de que, al estar dentro de un avión, yo podía asegurar que mi cuerpo no se estaba moviendo, es decir, que mi velocidad relativa con respecto al avión era completamente nula — siempre que me halle sentada, obviamente —; sin embargo, una persona que se encuentra en tierra, aseguraría que ella es la que está quieta y que tanto el avión como mi cuerpo son los que se están moviendo a una velocidad de novecientos kilómetros por hora. Por otra parte, una persona situada en el espacio diría que, debido al movimiento rotacional y traslacional de la Tierra, la persona que se encuentra en tierra se estaría moviendo junto con nuestro planeta, por lo que su velocidad es distinta de cero.

Es por eso por lo que me parece tan interesante la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein: todo en este mundo es relativo, es decir, los factores que estemos considerando dependen del punto de vista en que se miren.

Sentía mi hombro derecho algo adormecido debido al peso de la cabeza del chico que estaba sentado justo a mi lado. Parecía no molestarle ese hueso pronunciado que todos tenemos en los hombros, pues su respiración era acompasada con el movimiento de su pecho, demostrando así, con su mejilla completamente pegada a mi hombro y sus rizos enredados con los míos — haciéndome cosquillas en la piel desnuda de mi cuello —, que estaba completamente dormido.

Sonreí al recordar lo nervioso que se había mostrado durante la comida en su casa hacía ya casi una semana, cuando me había propuesto venirme a Nueva York con él bajo la atenta mirada de sus padres y Gemma. Yo, para seguir siéndome fiel a mí misma, me había ruborizado levemente y acto seguido acepté su propuesta con ilusión: viajar a Nueva York era uno de mis sueños que aún no se habían cumplido, hasta el día de hoy.

La razón por la que Harry viajaba a Nueva York era que uno de los amigos que había hecho gracias a su profesión de cantante, celebraba esta noche su cumpleaños en uno de los mejores barrios de Manhattan, allá por el famoso East Side.

Era bastante irónico el hecho de que mañana sábado era mi veintiún cumpleaños y estaba viajando a Nueva York en este preciso instante para asistir a una fiesta que no iba a ser la mía.

Harry no tenía ni idea de que mi cumpleaños era mañana y yo no pensaba sacarle de su ignorancia: odiaba el dos de agosto con todo mi corazón desde hace ya siete años y no quería que nadie me felicitase o tratase de celebrar algo que no tenía ánimo ni razón alguna para celebrar.

Pero, con suerte, el dos de agosto pasaría desapercibido para Harry y así trataría que fuese para mí también.

—Harry, ya estamos descendiendo — susurré, girándome hacia el chico que dormía cómodamente sobre mi hombro. Aparté algunos cabellos ondulados de su rostro de ángel, rozando su mejilla involuntariamente en una suave caricia.

Como siempre, hizo alguna mueca graciosa con sus labios antes de abrir sus párpados poco a poco, acción que acompañaba con un ronco mmm que se escapaba de su garganta.

En vez de incorporarse, deslizó su rostro desde el extremo de mi hombro, donde su cabeza se hallaba apoyada, hasta la base de mi cuello, pegando su nariz ahí, haciendo que el aire cálido que emanaba de esta chocase contra mi piel sensible y que mi corazón palpitase con algo más de intensidad.

Mi sueño, mi vida || Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora