CAPÍTULO - 48 (II)

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"A las líneas paralelas no tocarse nunca les duele lo mismo que no poderse separar".


Los rayos de sol se colaban por los poros de mi piel blanca y delicada como la porcelana, alimentándola con su riqueza después de haber pasado todo un invierno escondida y resguardada bajo gruesas capas de abrigo. Empezaba a notar la calidez en mis mejillas y a pesar de que apenas llevaba expuesta al sol diez minutos, supe que no tardarían en quemarse. Pero estaba tan a gusto con mis ojos completamente cerrados y mi espalda tendida sobre la mullida hierba que no era capaz de encontrar un solo vestigio de fuerza de voluntad para romper aquella paz absoluta. No todos los días alcanzábamos los veintiún grados en Manchester, y menos aún a finales de mayo.

Comencé a mover mis dedos, que yacían enterrados entre los rizos del muchacho, los cuales, a su vez, se encontraban desparramados por mi abdomen.

—Nene, voy a darme la vuelta porque creo que ya me estoy quemando.

Un gruñido en forma de protesta se escapó de su garganta y sus manos se aferraron con más ímpetu a los bordes de mi blusa celeste, sobre mi cintura.

—Mmmh... pero si se está muy bien...

—Claro, guapo, tú estás de espaldas al sol y con tu cabeza apoyada en mi barriguita, pero a mí me está dando el sol en la cara y empieza a dolerme la espalda.

Apoyó sus codos sobre la hierba a cada lado de mis costados y levantó su peso sobre mi cuerpo, enfrentando su rostro al mío, haciendo que el sol desapareciera de mi vista para dar paso a sus ojos, cuya luz podría llegar a ser incluso más intensa y cegadora.

—Qué niña tan delicada tengo aquí.

—No pensarías lo mismo si fueras tú el que tuviera que soportar a alguien que pesa cuarenta kilos más que tú.

—Eh, cuidado, peso sólo treinta y cinco más — puntualizó, levantando su dedo índice —. Pero tú eres una chica fuerte, seguro que puedes conmigo, mira.

Di un pequeño grito ahogado cuando sentí parte de su peso sobre el mío — porque sabía que se hubiese dejado caer por completo me habría aplastado —, y noté mis pulmones quejarse por el peso inesperado que les impedía funcionar con total normalidad.

—Ayy...¡quítate, que me asfixio! — reí, agarrándome a sus costados mientras trataba de patalear sin éxito.

—Cariño, te quejas por todo, ¿no te molestaba el sol? Pues ahora te estoy cobijando de él — inquirió en broma, llenando mi mandíbula y mi cuello de besos, finalmente acomodando su rostro en este último; podía sentir su respiración tranquila y sosegada acariciar mi piel.

Llevé mis manos hasta su ancha espalda, cubierta por una de mis camisas favoritas de entre todas las que tenía; aquel verde agua resaltaba sus ojos de manera sobrecogedora. El viaje que mis dedos emprendieron desde el centro de su espalda hasta sus cabellos — con un leve desvío hacia sus hombros antes de aterrizar en su nuca — me era ya tan familiar que mi tacto era capaz de dibujar con antelación el relieve de sus músculos incluso antes de toparse con ellos; creo que podría reconocer su cuerpo incluso si me privasen de mis cuatro sentidos restantes, dejándome únicamente con el tacto.

—A veces es mejor la enfermedad que el remedio — dije divertida haciendo referencia a su contestación anterior.

Su ronca risa resonó contra su pecho y, por tanto, el mío también vibró al encontrarse ambos pegados. Giró sobre su costado, apartando su peso de mi cuerpo y quedándose de lado, encarándome. Hice lo propio, adoptando una posición fetal, y sonreí cuando sus manos acogieron mis mejillas con cariño mientras acortaba la escasa distancia existente entre nuestros rostros, rozando su nariz con la mía; le encantaba esta última muestra de cariño.

Mi sueño, mi vida || Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora