CAPÍTULO - 25 (I)

130 18 20
                                    

"Siempre es levemente siniestro volver a los lugares que han sido testigos de un instante de perfección"—Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato.


—Harry, estate quieto.

—¡Es que estás acercando mucho esa cosa!

—La gota tiene que caer dentro del ojo, no fuera. Ábrelo más y no lo entrecierres.

—Pero acércate más lento, no tan rápido, que me asustas — rodeó mi antebrazo con su mano y separó la mía de su rostro.

Resoplé desesperada, y pasé el pañuelo de papel por los pómulos de Harry — que se hallaba sentado sobre la silla de su cuarto en el apartamento — para retirar los restos del líquido de antibiótico que llevaban con destino su ojo sin lograr alcanzar su cometido.

Eran las cuatro de la tarde de nuestro cuarto día en Málaga y Harry había decidido ir a la playa un rato después de ir a correr por el paseo marítimo, a eso de las doce de la tarde, hora a la que todo médico en su sano juicio prácticamente te prohíbe pisar la extensión de arenas doradas y más aún para personas con la piel blanca, como lo es en su caso.

El chico no sólo se había puesto como una gamba sino que además había contraído una infección de conjuntivitis en sus ojos al tenerlos abiertos demasiado tiempo en el agua del mar, por lo que había tenido que comprar unas gotas de antibiótico para que el rojo de sus ojos volviese a ser blanco.

—¿Me soltarás algún día?

Le pregunté, mirando al techo, con mi antebrazo aún sujeto por la enorme mano de Harry, el cual rehusaba a dejar que mi mano con el pequeño cuentagotas se aproximase a su ojo.

Inspiró y espiró, parpadeando, haciendo todo un drama de la situación, haciéndome morderme el labio inferior para ahogar una sonrisa.

—Vale, ya estoy listo.

Soltó su agarre de mi brazo y procedí, lentamente, a acercar el cuentagotas a su ojo izquierdo, el cual estaba abierto de par en par, justo como lo estaba su boca, y reprimí la risa una vez más, tratando de concentrarme en la ardua tarea en que se estaba convirtiendo verter una gota en un ojo.

En el momento en que dejé caer la gota, Harry pegó un salto en la silla y cerró el ojo — un milisegundo después de que la gota entrase en él, gracias a Dios —; y esta vez sí que no pude evitar estallar en carcajadas por su exagerada reacción.

—A mí no me hace gracia — musitó parpadeando exageradamente, de brazos cruzados con cara enfurruñada —. Tienes a un amigo convaleciente y tú te ríes.

Esto sólo hizo que me riera aún más, tanto, que tuve que secar las lágrimas de mis ojos y sorberme los mocos de la nariz.

Cuando me recuperé del ataque de risa, cogí de nuevo el botecito con el líquido en él y llené el cuentagotas.

—Venga, anda, prepárate de nuevo, machote — ahogué una risa a la que Harry sólo respondió riéndose falsamente —. Y esta vez, procura no llegar al techo.

Posé mi mano en su mejilla y dirigí mi pulgar hacia debajo de su ojo, tratando de abrirlo un poco más. Noté su mirada fija en la mía y esto me hizo sentir incómoda.

—Harry, mira hacia arriba.

Una vez que obedeció y dejé de sentir sus ojos intimidantes sobre los míos a tan poca distancia, apreté el cuentagotas y dejé caer la gota sobre su otro ojo, obteniendo la misma reacción que antes: un salto por parte de Harry. Mi reacción también volvió a ser la misma y sentía que me dolía el abdomen de tanto reír.

Mi sueño, mi vida || Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora