EPÍLOGO ALTERNATIVO

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Querida Raquel:

Aprovecho este momento de lucidez para dirigirme a ti, ya que no sé cuándo será la próxima vez que mi cerebro decida bendecirme de esta forma. Ya sabes que no se me da del todo bien expresar lo que siento en persona, así que he decidido escribirlo todo en esta carta.

Conocerte ha sido una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida, y aunque no tuviese el placer de contar con tu compañía antes, ha merecido la pena vivir los ochenta años restantes por el mero hecho de los momentos que me faltaban vivir contigo después.

Eres una de las pocas personas que me ha entendido, me ha apoyado y me ha dado la felicidad que tanto buscaba entre mis números y que nunca hallé en ellos; tuvieron que pasar ocho décadas para que me percatase de que la felicidad está en los momentos que vivimos con otras personas y los recuerdos que estos nos dejan. Aunque, como tú bien dices, más vale tarde que nunca.

Gracias a ti, mi nombre cuelga en las paredes de la Universidad de Cambridge como la matemática que ha logrado resolver el misterio de los números primos, aunque según las noticias, pronto también aparecerá en los libros de texto de los futuros alumnos de las ciencias exactas en universidades de todo el mundo. Entregar todos mis apuntes a la universidad bajo mi nombre fue muy astuto por tu parte, aunque sabes perfectamente que no necesitaba todo este reconocimiento incluso cuando estabas tan empeñada en ello; ganar premios no me iba a dar más felicidad de la que tenía con cada visita o charla contigo.

Hace ya un año, después de que Harry y tú os fuerais tras decirme que ibais a ser padres por primera vez y que vuestra hija llevaría mi nombre, sentí la calidez de las lágrimas por mis mejillas después de muchísimo tiempo. Puede que no mostrase mucha emoción con vosotros —ya sabes cómo soy—, pero el único pensamiento que invade mi mente cada vez que esta regresa de uno de los tanto viajes al olvido que emprende últimamente, es saber que yo haya significado tanto para ti como para honrarme de esa forma.

No sé cuánto tiempo más me quedaré por aquí, pero trataré de aprovechar cada minuto que tenga con vosotros y adorar la maravillosa familia que habéis formado. Perdonadme si no os reconozco, si no os hablo o si ni siquiera os miro; ojalá pudiese controlar esta enfermedad que me amenaza cada día con olvidarme hasta de mí misma.

No sintáis lástima por mí; firmaría vivir otra vida tal y como la que he tenido.

Te quiere,

Rose Evans.

Había leído tantas veces aquella carta durante los últimos cinco años que ya me la había aprendido de memoria. Sin embargo, no lograba evitar que se me formase un nudo en la garganta cada vez; echaba de menos a la señora Evans, todos lo hacíamos, pero también teníamos que aceptar que la vida seguía su curso, y que Rose dejó de ser ella misma cuando el Alzheimer quiso llevársela a un mundo perdido del que nunca supo regresar. Cuando falleció, una parte de mí supo que su alma al fin se había liberado de una mente completamente arrasada por la enfermedad, y estaría siendo feliz donde quiera que estuviese.

Doblé el papel en dos y volví a introducirlo en el sobre donde la propia anciana me lo había entregado antaño, ya algo arrugado por el paso del tiempo. Lo coloqué entre las páginas del libro que había estado leyendo minutos antes y lo guardé en mi bolso.

Me incorporé sobre mis codos en la fina manta de algodón que separaba mi vestido rojo de la hierba de Heaton Park, tan verde como los ojos del hombre que jugaba alegremente con sus hijos varios metros por delante de donde yo me encontraba bajo la sombra de un robusto sauce. Extrañamente, lucía el sol en los cielos de Manchester, y me atrevería a decir que aquel día dos de agosto había sido uno de los más cálidos del año. Sonreí cuando esa mañana Harry me había dicho que era debido a que "el cielo de Manchester también estaba celebrando mi cumpleaños".

Mi sueño, mi vida || Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora