CAPÍTULO - 59 (I)

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Harry le caía bastante bien a la señora Evans. En realidad, aún no había tenido la desdicha de conocer a alguien que tropezase con el carácter educado, amable y encantador del muchacho. A pesar de todo, las personas le hacían daño aún no lo pretendiesen, sobre todo, aquellas que se dedicaban a inmiscuirse en su vida privada sin respetar el hecho de que sólo su faceta como cantante era la que el joven deseaba mostrar al público. Harry cada vez odiaba más todo aquello. Le gustaba la música, por supuesto, pero los inconvenientes comenzaban a ganar por número a las ventajas de aquel mundo estrambótico —y a veces horripilante— de la fama. Sabía que temía por mí y por cómo pudiese afectarme unas palabras descuidadas e ignorantes por parte de un desconocido. Sinceramente, aquel aspecto dejaba de importarme conforme transcurrían los días y veía cómo el muchacho parecía amarme cada vez más. No importaba cuánto discutiésemos, siempre parecíamos encontrar el camino hacia los brazos del otro una y otra vez, sin orgullo o rencor. Era como si encontrásemos algo bello en pelearnos por el simple hecho de ganarnos una reconciliación después.

Sin embargo, había algo de la fama que sí que podría llegar a resultarme incómodo, y era el hecho de que me reconociesen por la calle. Muchas personas se quejaban de ser invisibles ante el resto; a mí, la mayor parte del tiempo, me gustaba serlo. Era increíble pasear por la orilla de Crosby Beach ajena a todas las miradas, o por el camino hacia el puerto de Liverpool, donde las flores sonreían al cielo a pesar de estar siempre nublado; aquella sensación era parecida a tener entre tus manos un tesoro extremadamente valioso y que únicamente te pertenecía a ti. Harry, tras varios años ante los focos y las cámaras, también echaba de menos sentirse invisible, y podría verlo en su rostro cada vez que le paraban por la calle o nos privaban de un momento a solas en un restaurante. No sabía hasta qué punto su amor por la música era más grande que el deseo de sentirse como una persona completamente normal.

Hush, el labrador de pelaje claro que Harry y yo le habíamos regalado a la señora Evans hacía unos meses, trotó en dirección al banco en el que nos hallábamos su dueña y yo, agarrando bien fuerte la pelota de tenis entre sus dientes. La mano pálida y arrugada de la anciana acarició el pelaje del cachorro —apenas tenía cuatro meses y ya lucía como un perro fuerte y adulto— y palmeó su cabecita mientras le decía "buen chico, pequeño" antes de lanzarle de nuevo la pelota, esta vez, un poco más lejos que antes.

—Es un perro muy listo — murmuró la mujer, con sus ojos grises perdidos en algún punto del horizonte al que se dirigía su mascota.

Subí mis piernas al banco número cinco de Heaton Park, cruzándolas como un indio y apoyando mi espalda sobre la madera.

—Desde luego. Parece que él y Toby se llevan muy bien.

Aquel último fin de semana de noviembre, Harry y yo habíamos decidido ir hasta Manchester para así hacer una visita a la familia y a la señora Evans. El joven también echaba de menos a sus padres y a su hermana, a pesar de que no lo dijese en voz alta a menudo. Liverpool estaba muy cerca de allí; apenas necesitábamos media hora en coche para estar en nuestro antiguo hogar, pero Harry tenía que estudiar mucho, y aquello suponía una gran limitación para todo. Había fines de semanas en los que ni siquiera tenía tiempo libre, así que solíamos salir a cenar o a dar un paseo una vez su jornada de estudio hubiese concluido.

Yo había empezado a estudiar un máster de ingeniería y negocios, porque aún quería seguir formándome y no conformarme tan solo con un trabajo durante el resto de mi vida. Todavía me quedaba mucho por aprender. Además, así los dos tendríamos une estilo de vida parecido; estudiábamos, él iba a clase y yo al trabajo, y nuestras horas libres eran coincidentes. Era una rutina dura, pero confiaba en que poco a poco los dos encontrásemos más tiempo para nosotros.

Mi sueño, mi vida || Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora