CAPÍTULO - 41 (II)

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"El sol brilla en todas partes, pero algunos no ven más que sus sombras" — Arthur Helps.


Tras haber estado esperando pacientemente — o no tanto — durante quince minutos a que aquellas cintas negras automáticas que a veces podían llegar a formar circuitos de lo más enrevesados transportasen mi preciado equipaje, seguí cada una de las indicaciones de los carteles del aeropuerto de Manchester para poder encontrar la salida. En realidad me bastó con seguir a un grupo de personas que también habían tomado mi vuelo y que caminaban rápidamente y con seguridad en las direcciones adecuadas; por sus ropas elegantes y sus maletas pequeñas deduje que se trataban de viajeros de negocios habituales.

Finalmente, atravesé una puerta de cristal automática y me encontré a mí misma en el amplio espacio del aeropuerto reservado para las llegadas de los pasajeros. Noté muchas de las miradas de las personas que se encontraban allí — claramente esperando a alguien — puestas sobre mí y no pude evitar cohibirme un poco ante tanta atención.

Mis ojos recorrieron tímidamente los rostros de aquellas personas, sintiendo mi corazón latiendo con fuerza contra las costillas. Me encontraba ansiosa, nerviosa y emocionada al mismo tiempo, aunque no tuve que esperar mucho tiempo para encontrar a aquella persona a la que había echado tanto de menos durante el último mes.

Un par de esmeraldas deslumbrantes, situadas a pocos metros de mí, ligeramente a la izquierda, brillaban, eclipsando todo aquel escenario y haciendo que mi enfoque se centrase plenamente en ellas. Sabía que mi rostro se había iluminado con luz propia y supuse que mi sonrisa debió ser casi tan grande o más que la suya, que amenazaba con romper su piel allá donde los dos profundos hoyuelos aniñaban su expresión.

Las personas a mi alrededor parecieron esfumarse al igual que lo hace el rocío cuando el sol comienza a calentar en la mañana, y no pude evitar apresurar mi paso, llegando casi a correr, hasta alcanzar su figura, que avanzaba hacia mí del mismo modo.

Dejé mi maleta sobre sus rueditas en el suelo y no dudé al lanzarme a sus brazos abiertos, que resultaron ser más cálidos y seguros que nunca.

—Harry — murmuré sobre su hombro, con mis ojos cerrados.

Ni siquiera me había dado cuenta de que mis pies no estaban tocando el suelo; la dulzura de su olor me tenía completamente embriagada y hechizada a la vez. Aferré mis manos a su cuello y a parte de su espalda mientras sentía su toque deslizarse desde mi cintura hasta mis rizos, que sin duda estaban encantados de disfrutar de sus mimos después de tanto tiempo.

—Te he echado mucho de menos, Ray — susurró en mi oído, dejando un besito en mi oreja.

Me estremecí al notar la calidez de sus labios y volví a posar mis pies sobre el suelo, sin deshacer nuestro abrazo.

—Yo también te echado de menos.

Deslicé mis dedos entre sus cabellos castaños, que ya le rozaban los hombros, y me deleité con la suavidad de sus bucles. Nos separamos un poco pero no aparté mis manos de sus hombros, envueltos con la gruesa tela de su abrigo azul oscuro. Sus manos acunaron mis mejillas y cerré los ojos cuando sentí sus labios sobre mi frente, donde dejaron un beso. Esperé a que tomase la iniciativa y fuese él quien uniese nuestros labios pero su rostro tomó cierta distancia del mío de nuevo, aunque sus manos no se movieron de mis mejillas, que se sonrosaban bajo la caricia de sus pulgares.

—Estás guapísima.

Sonrió mientras sus ojos escrutadores recorrían mi rustro sin apuro alguno y noté el calor apoderarse de mi cuerpo.

Mi sueño, mi vida || Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora