CAPÍTULO - 37 (I)

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"Nadie más que uno puede liberar su mente de la esclavitud" — Bob Marley.


Ya nos encontrábamos en la última semana de agosto. Era increíble lo rápido que había pasado el tiempo. Podría afirmar, sin miedo a equivocarme, que había sido el verano más fugaz de mi vida.

"Eso es porque ha sido el mejor verano de tu vida, Raquel".


Después de haber hablado con mis padres y de que Harry mostrase tal insistencia que incluso llegó a enfadarse conmigo en una ocasión, decidí aceptar la beca que me permitiría realizar mis estudios relativos a mi próximo y último curso en la Universidad de Cambridge, aquí en Manchester. Mis ganas de cambiar de aires y de vivir una nueva experiencia fueron las principales causas por las que decidí aceptarla, aunque pudiera ser que también tuviese dentro de mí la pequeña esperanza de que así sería mucho más fácil no perder el contacto con Harry y su familia. Sabía que Harry estaría de gira todo el año y que apenas le vería, pero un día sería mejor que nada, que es lo que lograría verle si me quedase en Madrid.

Aún así, el chico no fue la principal razón por la que acepté la beca, tal y como he aclarado antes; mis metas y objetivos en la vida siempre han estado muy claros y sus cimientos eran tan resistentes que ni siquiera un chico de dulce sonrisa y tiernos hoyuelos podría derribarlos. Mis padres siempre me habían inculcado el valor de ser una mujer independiente y Harry también estaba muy de acuerdo con eso. "Te seguiría insistiendo en que aceptaras esa beca incluso si fuera para estudiar en Helsinki: tu formación y tu experiencia es lo primero que debes mirar para poder iniciar una vida próspera y trabajar en algo que realmente te guste", me había dicho justo antes de que enviase mi correo de confirmación. Esa era otra de las muchas razones por las que Harry era un chico ejemplar.

Hablando del chico en cuestión, hoy no había venido a recogerme en mi último día de trabajo porque me dijo que había quedado con unos amigos; era comprensible que el muchacho no quisiese verme al menos durante un día. Tenía que estar muy harto de mí.

A lo largo de las semanas había notado algo extraño en él, algo que definitivamente yo no sabía y que además no estaba dispuesto a compartir conmigo. Yo actuaba como si no me diese cuenta de nada, aunque en realidad no fuera así. Habían sido yo varias veces las que le había pillado hablando con alguien por teléfono y él mismo se encargaba de finalizar la llamada cuando veía que yo le estaba prestando atención, o incluso salía a la calle para descolgar la llamada cuando su móvil sonaba mientras estábamos viendo una película. Yo no era su madre, ni su hermana, ni su novia, para preguntarle quién era el o la protagonista de aquellas misteriosas llamadas. Él tampoco hacía nada por contarme acerca de ellas, así que lo he ido dejando pasar durante estas últimas tres semanas.

"Sabes que es una chica, Raquel, alguien de verdad podría gustarle a Harry y hacerle feliz, tal y como el chico merece y tal y como tú no vas a lograr nunca".


Era viernes, y las tardes de los viernes solíamos pasarlas con Anne y Gemma; bien íbamos a comprar algo al centro comercial — a Gemma le encantaba la moda —, o bien a merendar a una cafetería pequeña pero muy acogedora situada en el centro de Manchester. Los sábados y los domingos Anne me invitaba a cenar a su casa y, a pesar de que me daba mucho apuro, era incapaz de decirle que no. "Eres una chica encantadora y voy a tratarte como si fueras mi hija, así que ni se te ocurra volver a decirme que te da apuro venir aquí", me dijo con tono enfadado una de las veces.

Hoy había sido mi último día de trabajo con la señora Evans, pero tenía claro que seguiría visitándole una vez volviese a Manchester. Por muy solitaria y silenciosa que fuese aquella mujer, desprendía tal aura de misterio e intriga que me era imposible pensar acerca de no volver a verla, no sin antes descubrir su razón de ser y conocer un poquito más acerca de su longeva vida; aunque también tenía que reconocer que le había empezado a tomar cariño a sus ojos grises confundidos y a la vez sumamente avispados e intrépidos; a sus manías de almorzar y echar la siesta a ciertas y exactas horas del día y no a otras; a su forma de decir mi nombre cuando era ella la que quería iniciar una conversación de la que a veces se acababa evadiendo; e incluso a su obsesión en torno a aquellos números tan o más especiales que ella misma.

Mi sueño, mi vida || Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora