CAPÍTULO - 43 (II)

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"El escritor es un hombre sorprendido. El amor es motivo de sorpresa y el humor, un pararrayos vital" — Alfredo Bryce Echenique.


No podía evitar sentirme culpable. Sabía que Harry me había asegurado que deseaba que la normalidad volviese a estar presente en su vida, pero era incapaz de no pensar en el hecho de que si no me hubiese conocido él seguiría cumpliendo el que siempre creí que fue su sueño.

Di la que sería como mínimo la décima vuelta en la cama aquella noche, apoyando mi peso sobre el lado derecho de mi cuerpo e introduciendo mis manos bajo la almohada. Inspiré su olor impregnado en su camiseta de pijama, con la que había dormido desde que él se marchó hacía ya más de una semana, y me acurruqué mejor en su lado de la cama, tratando de encontrar el calor que solo él podía darme, aunque todo lo que hallé fue el frío de las sábanas no usadas.

No iba a ser tan estúpida y masoquista como para alejarme de él y dejarle vivir su vida tal y como había hecho antes de que yo apareciese en ella, porque era consciente de que los dos nos queríamos mucho y esa idea solo nos traería sufrimiento a ambos. Tenía que encontrar la solución a aquella situación y pude tranquilizarme un poco al pensar que aún estábamos a principios de año, por lo que tenía mucho tiempo por delante para hablar con él y hacerle entrar en razón.

"¿Has llegado a pensar que realmente quiere acabar con la vida que lleva y tú solo has sido la solución a su problema?"

Sacudí la cabeza y me abracé más a la almohada, sabiendo que, a pesar de haber terminado ya todos mis exámenes finales, me iba a resultar muy complicado pegar ojo aquella noche.

De repente, en medio de aquellos quebraderos de cabeza, una idea alocada surcó mi mente. No era amiga de los imprevistos y de las aventuras, pero puede que aquella vez fuese la excepción.

Encendí la luz de la lamparita de noche y tomé mi móvil, viendo que apenas era medianoche. Busqué el nombre de la chica entre mis contactos y casi di saltitos de alegría cuando vi que estaba conectada a WhatsApp. No me lo pensé dos veces y marqué su número; sin duda era una de las pocas personas que prefería hablar por teléfono a mandar un mensaje instantáneo.

—¿Raquel? — preguntó la muchacha, extrañada, tras descolgar la llamada.

—Hola, Gemma. ¿Por curiosidad tendrías el número de Niall?

***

Nunca me había aburrido tanto dentro de un avión, y es que catorce horas eran demasiadas; de hecho, podían llegar a hacerse eternas si no había nadie alrededor con quien poder intercambiar palabra o, peor aún, si todas aquellas personas con las que compartías cabina llevaban en sus rostros unas mascarillas que yo únicamente veía en los médicos o dentistas — al menos en Europa Occidental.

Si existiese un alfiler lo suficientemente largo como para que pudiese atravesar la Tierra de polo a polo, estaba completamente segura que al pinchar sobre Inglaterra, la punta de la aguja se hubiese asomado por la superficie del país de Japón. Aún no podía creerme que hubiese viajado a la otra punta del mundo completamente sola.

Pero creía que todo aquello estaría más que pagado en cuanto viese aquellos hoyuelos profundamente marcados mientras un par de esmeraldas brillaban con luz propia; definitivamente merecía dar la vuelta al mundo para ver feliz a Harry, más aún el día de su veintiún cumpleaños.

A pesar de que la idea era romántica y bonita, acarrear la pesada maleta por el aeropuerto de Tokyo sin entender nada de aquellos símbolos que constituían su idioma y rodeada de japoneses que en vez de andar parecían correr, era justamente lo contrario. Noté la ansiedad asaltar mi sistema cuando no vislumbré ninguna cabeza rubia en la zona de llegadas y pensé en que no sería capaz de moverme por aquella ciudad tan enorme y sobrepoblada sin ayuda de alguien. Me detuve en seco y tomé mi teléfono móvil del bolso, aunque una poderosa y característica voz llegó hasta mis oídos.

Mi sueño, mi vida || Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora