Capitulo 2: el pasado

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Valentina despertó al día siguiente con una sensación extraña en el pecho. El sol entraba tímidamente por la ventana de su habitación, iluminando los bordes de los muebles antiguos y el papel tapiz con flores descoloridas. Era un contraste con la vida moderna que había dejado atrás en Chicago. Aunque la mansión de los Montes era lujosa, Valentina no podía evitar sentir que todo a su alrededor estaba teñido de una quietud incómoda, como si todo estuviera detenido en el tiempo.

Se levantó rápidamente y se dirigió hacia el baño, intentando disipar la sensación de incomodidad que la perseguía. Mientras se lavaba la cara, no podía dejar de pensar en Sebastián. Su sonrisa arrogante, sus palabras despectivas... Algo en él la desarmaba, la hacía sentir que no podía controlarse. A lo largo de los años, había aprendido a ser fuerte y a no permitir que los demás la afectaran. Pero con Sebastián era diferente. No entendía por qué, pero siempre parecía ser capaz de hacerla dudar de sí misma.

—Valen, ven a desayunar —la voz de su abuela resonó desde el pasillo.

Valentina suspiró, alejando la imagen de Sebastián de su mente, y salió de la habitación. Encontró a su abuela en la cocina, preparando una tostada con mermelada de naranja. Aunque la mansión Montes era lujosa y grandiosa, la cocina siempre tenía ese aire hogareño y cálido que Valentina tanto apreciaba.

—¿Cómo dormiste, mi niña? —preguntó su abuela, mientras le ofrecía una taza de té.

Valentina se sentó en la mesa, tomando la taza entre sus manos, pero sin beber.

—No demasiado bien —admitió, mirando la taza vacía. —No estoy acostumbrada a este lugar.

Su abuela asintió con una sonrisa comprensiva, como si supiera lo que pasaba por su cabeza.

—Sé que todo esto es difícil para ti, pero te aseguro que aquí estarás segura. Sé que es un cambio, pero esto también es una oportunidad para ti. Las cosas mejorarán.

Valentina no respondió, aunque apreciaba el intento de consuelo de su abuela. La verdad era que no podía imaginar cómo todo esto mejoraría. La idea de estar lejos de su madre, lejos de sus amigos, de su vida... le parecía un golpe demasiado fuerte.

Después del desayuno, Valentina decidió dar una vuelta por los jardines. Necesitaba despejarse, alejarse de todo lo que la rodeaba. Mientras caminaba entre las flores, escuchó pasos detrás de ella y, antes de que pudiera girarse, una voz conocida la hizo detenerse.

—¿Así que ahora te paseas por los jardines como si fuera tuyo?

Valentina se dio vuelta y ahí estaba Sebastián, apoyado en una de las columnas de la pérgola, con su expresión de siempre: desinteresada y desafiante.

—No es mi intención ofender a nadie —respondió ella, tratando de mantener la calma.

—No es cuestión de ofender —dijo él, acercándose un paso. —Es solo que no entiendo qué haces aquí. Deberías estar en Chicago, con tus amigos, no en una casa de lujo rodeada de gente como nosotros.

Las palabras de Sebastián golpearon como una bofetada, pero Valentina no quería darle el gusto de verla afectada. Respiró profundamente y levantó la cabeza.

—No elegí estar aquí. No te creas tan importante. No tengo que explicarte nada.

Sebastián sonrió, esa sonrisa arrogante que siempre la hacía sentir tan pequeña. Sin embargo, en ese momento, Valentina no iba a dejar que él tuviera el control de la conversación.

—¿Sigues siendo la misma de siempre? —preguntó Sebastián, con un tono que parecía burlarse. —Siempre tan dura, Valen.

Valentina no quería seguir perdiendo el tiempo con él. Con una mirada fría, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la casa. No iba a permitir que Sebastián desestabilizara aún más su mundo.

Al entrar, se encontró con su abuela en el salón, observando algunas fotos antiguas en un álbum.

—¿Todo bien, mi niña? —preguntó su abuela, sin apartar la vista de las fotos.

—Sí, solo necesito acostumbrarme —respondió Valentina, aunque en el fondo no estaba tan segura.

Su abuela cerró el álbum con suavidad y se levantó de la silla, caminando hacia ella.

—Sé que no es fácil, Valentina. Pero en este lugar, aunque parezca que todo es perfecto, la vida también tiene sus complicaciones. Tienes que aprender a ver más allá de lo que parece, porque todo tiene un propósito.

Valentina la miró, confundida. ¿Qué propósito podía tener estar lejos de su madre, de su vida? ¿Qué propósito podía tener convivir con alguien como Sebastián? Pero antes de que pudiera hacer más preguntas, su abuela la interrumpió.

—Hoy iremos a la iglesia. Quizás te ayude a sentirte mejor, a encontrar algo de paz.

Aunque no creía que eso cambiara mucho las cosas, Valentina decidió acompañarla. A veces, solo el hecho de hacer algo diferente podía ofrecer algo de claridad. Mientras se preparaban para salir, la sensación de estar atrapada en una vida que no había elegido la invadió aún más, pero no tenía más opciones que adaptarse.

Al menos, por ahora.

Un lugar que no es casa Where stories live. Discover now