Capítulo 22

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El sol comenzaba a ponerse, tiñendo la sala de estar con tonos cálidos y suaves. Los invitados comenzaban a llegar al lugar, el bullicio y la conversación se mezclaban en una sinfonía de risas y palabras apagadas. Sin embargo, en el pequeño círculo de amigos y familiares que se encontraba cerca de la chimenea, Valentina sentía una creciente incomodidad.

Marisol estaba sentada en el sofá, con la mirada fija en Sebastián, quien conversaba con su madre al otro lado de la sala. La expresión de Marisol era suave, pero había algo en sus ojos que no pasaba desapercibido. Un brillo especial, como si estuviera soñando con el futuro, con la vida que estaban a punto de comenzar juntos.

Valentina observaba en silencio, incapaz de quitarle la vista de encima. El peso de la situación le oprimía el pecho. Marisol miró a Valentina y, con una sonrisa, se acercó.

—¿Sabes? He estado pensando mucho en el futuro con Sebastián —dijo Marisol, sin rodeos, su voz llena de ilusión—. Siempre quise una familia, y estoy tan emocionada de que finalmente estemos dando ese paso juntos. Sebastián y yo... quiero que tengamos hijos pronto, una familia.

El corazón de Valentina dio un vuelco al escuchar esas palabras. Las palabras de Marisol fueron simples, pero para Valentina, resonaron como un eco profundo en su mente. Hijos. Futuro. Sebastián. Sabía que Marisol estaba hablando con el corazón, pero esas palabras la golpearon con una fuerza que no esperaba.

¿Qué quería Valentina realmente?

Marisol continuó, ajena a los pensamientos de Valentina, su entusiasmo creciendo.

—Siempre soñé con tener una hija, o tal vez un hijo primero... Me gustaría que Sebastián y yo pudiéramos hacer de nuestra casa un hogar lleno de amor. La familia que siempre soñé.

El aire parecía volverse más espeso, y Valentina sintió como si todo el mundo a su alrededor se desvaneciera. Miró a Sebastián desde el otro lado de la sala. Él estaba sonriendo a su madre, distraído, sin saber lo que estaba sucediendo en su corazón.

Era imposible. Estaba claro que Sebastián amaba a Marisol, y que este era un sueño compartido para ellos. No importaba si lo hacía por obligación o no. El simple hecho de que él estaba a punto de casarse con ella significaba que su futuro ya estaba marcado. Valentina era solo un recuerdo en su vida, un paso en su camino que, al parecer, había sido breve.

Sintió una oleada de tristeza recorrer su cuerpo, como un peso en su pecho que no sabía cómo manejar. ¿Por qué seguía sintiendo todo esto por él? Sabía que Sebastián era una parte del pasado, una parte que ya no podía cambiar.

Marisol le dedicó una sonrisa brillante, inconsciente de la tormenta interna que azotaba a Valentina.

—Sé que no nos hemos hablado mucho, Valentina, pero me encantaría que fueras parte de nuestro futuro, que lo compartas con nosotros. Sebastián te quiere mucho, y para él es importante que seas parte de su vida, de nuestra vida.

Las palabras de Marisol fueron como una bendición, pero también una condena. Valentina no podía dejar de sentirse atrapada, como si todo en su vida hubiera girado en torno a un sueño que nunca podría alcanzarse.

Con el corazón pesado y los ojos cargados de dudas, Valentina se levantó del sofá. La conversación seguía fluyendo, pero ella ya no podía estar allí. No podía escuchar más sobre el futuro de Marisol y Sebastián, un futuro que no tenía cabida para ella.

—Lo siento, necesito un momento —dijo con voz suave, intentando no mostrar lo que sentía en su interior.

Sin esperar respuesta, caminó hacia la puerta de la sala, y salió de la habitación con rapidez. Los murmullos de la conversación se desvanecieron a medida que se alejaba, pero la tristeza la envolvía con cada paso que daba.

Subió las escaleras con los ojos llenos de lágrimas que no quería dejar ver. Cuando llegó a su habitación, cerró la puerta detrás de ella, buscando refugio en el silencio. Se apoyó contra la puerta, dejándose caer lentamente al suelo.

¿Por qué no podía dejar de amarlo? Sebastián ya no era suyo, nunca lo había sido. Y en dos días, se casaría con Marisol. El compromiso estaba sellado, la boda era inminente, y Valentina no tenía derecho a interferir. No podía seguir alimentando un amor que solo la lastimaba.

Él se casará con ella.

El pensamiento le atravesó el alma, profundo y doloroso. ¿Por qué seguía pensando en un futuro que no existía? Sebastián ya tenía su vida, su familia, su amor. Mientras tanto, ella solo estaba... perdida.

Sintiéndose culpable y confundida, Valentina cerró los ojos, sintiendo que cada segundo que pasaba la alejaba más de lo que había soñado, de lo que había querido. Era su culpa. No podía seguir aferrándose a algo que nunca podría ser.

Tal vez lo mejor era aceptar la realidad.

Su corazón palpitaba con tristeza y desesperanza, pero también con una claridad creciente. Tenía que dejarlo ir. No solo por Sebastián, sino por ella misma. No podía seguir viviendo en el pasado, no podía seguir esperando algo que nunca llegaría.

Mientras las lágrimas caían silenciosas sobre sus mejillas, Valentina se levantó del suelo y miró al espejo. La chica que veía allí, con la tristeza reflejada en su rostro, era alguien que ya no quería ser.

Era hora de seguir adelante.

Sin embargo, a pesar de las decisiones que debía tomar, una parte de su corazón seguía aferrándose a Sebastián, como si en algún rincón secreto de su ser, aún esperara que todo fuera diferente. Pero la boda llegaba, y con ella, la necesidad de aceptar la verdad.

Un lugar que no es casa Where stories live. Discover now