El día antes de la boda, la mansión Montes parecía más viva que nunca. La casa estaba llena de preparativos, risas nerviosas, y el bullicio de la última jornada antes del gran evento. Las flores llegaban, los arreglos se ajustaban, y todo tenía que estar perfecto. Sin embargo, entre todo ese caos de felicidad, Valentina se encontraba sumida en sus propios pensamientos, cada vez más distante y absorta en sus dudas.
Había pasado todo el día con su abuela, ayudando a preparar la comida y ocupándose de los pequeños detalles, pero su mente no dejaba de vagar hacia Sebastián y su inminente boda con Marisol. El peso del futuro inminente sobre ella la estaba agobiando, y el simple hecho de pensar en Sebastián al lado de otra, formando una familia con ella, la hacía sentirse más perdida que nunca.
El sonido de un coche estacionándose frente a la mansión la sacó de su trance. Valentina levantó la vista por la ventana y vio que Don Adolfo, el padre de Sebastián, acababa de llegar. Había estado fuera por su trabajo durante los últimos días, y aunque su presencia no era tan frecuente, Valentina siempre lo había considerado una figura de autoridad, amable y sabia. Había crecido con el cariño de Don Adolfo y de su esposa Sofía, quienes la trataban como una hija más.
Don Adolfo entró por la puerta principal con su típica serenidad, saludando a todos con su usual aplomo. A pesar de su carácter serio, Valentina sabía que debajo de esa fachada había una persona comprensiva y generosa. No obstante, hoy parecía notar algo distinto en el aire, como si algo estuviera flotando entre los miembros de la familia. Don Adolfo se acercó a Sofía, y luego su mirada se posó en Valentina, quien estaba sentada junto a la chimenea, observando el fuego con una expresión distraída.
Sin perder la oportunidad, Don Adolfo se acercó a ella con una sonrisa amable, pero también con una cierta preocupación en sus ojos. Sabía que algo no estaba bien con Valentina, y tenía una idea de lo que podría ser.
—Valentina —dijo suavemente—, ¿todo bien? Te noto un poco... distante.
Valentina lo miró, sorprendida por su observación, pero intentó componer su rostro con una sonrisa. —Estoy bien, Don Adolfo. Solo un poco cansada, ya sabes, todo este alboroto por la boda.
Don Adolfo no se dejó engañar por su respuesta. Había conocido a Valentina desde que era una niña, y podía ver cuando algo la preocupaba. A lo largo de los años, había llegado a quererla como una hija, y lo que más deseaba era verla feliz. Además, no podía evitar notar el modo en que Valentina siempre parecía estar ligeramente fuera de lugar en este contexto, como si un pedazo de su alma estuviera atrapado en otro lugar. Sabía lo que significaba, lo había visto antes.
—Valentina, ¿puedo hablar contigo un momento? —preguntó con suavidad, sin presionarla. Su voz tenía una calidez paternal que inmediatamente hizo que Valentina se sintiera cómoda, pero también tensa.
Valentina dudó por un instante, pero asintió. —Claro, Don Adolfo. ¿Qué pasa?
Ambos caminaron hacia el salón principal, lejos de las miradas curiosas, y se sentaron en el sofá. Don Adolfo la miró fijamente a los ojos, sus arrugas reflejando la experiencia y sabiduría de los años, pero también una vulnerabilidad que solo aquellos que verdaderamente se preocupan por los demás pueden mostrar.
—Valentina, sabes que te quiero mucho, ¿verdad? —dijo con suavidad, y sus palabras fueron como un bálsamo que calmaba el ambiente tenso.
Valentina asintió, tocada por sus palabras. —Lo sé, Don Adolfo. Yo también los quiero mucho a usted y a la señora Sofía.
Don Adolfo sonrió ligeramente, y luego su mirada se hizo más seria. —A veces, los sentimientos son complicados, ¿no? Y más cuando se trata de la gente que queremos.
Valentina frunció el ceño, sin entender completamente a dónde quería llegar. —¿A qué se refiere?
—Mira, Valentina... he estado observando cómo te comportas últimamente. La boda de Sebastián y Marisol está a la vuelta de la esquina, y yo sé lo importante que es Sebastián para ti. Pero también puedo ver que hay algo más, algo que no dices, algo que te está haciendo daño —continuó, con una mirada profunda—. Y no me malinterpretes, no estoy aquí para hacerte sentir incómoda. Soy como un padre para ti, y me importa verte bien.
Valentina sintió su estómago dar un vuelco al escuchar esas palabras. No sabía qué responder, no estaba preparada para una conversación tan directa. ¿Cómo podía hablar con él sobre algo tan personal, tan doloroso? El miedo de que sus sentimientos se hicieran evidentes la paralizaba.
Don Adolfo continuó, su tono suave pero firme. —Valentina, sé lo que sientes. No hace falta que lo digas con palabras. He visto la manera en que miras a Sebastián. Y aunque él sea mi hijo, no quiero que te sientas atrapada por algo que te hace daño. Si tus sentimientos aún están allí, y te está costando dejarlo ir, quiero que lo sepas: no es algo de lo que debas avergonzarte.
Valentina no pudo evitar la oleada de emociones que la invadió. Era como si finalmente alguien entendiera lo que había estado guardando en su corazón. Sin embargo, sabía que no podía hablar con Don Adolfo de esa manera. Decirle que seguía enamorada de Sebastián, cuando él estaba a punto de casarse con otra, sería algo tonto, algo que la haría sentir aún más perdida.
—No sé qué decir, Don Adolfo. Es... complicado —murmuró, sus palabras flotando en el aire con la tristeza que llevaba dentro.
Don Adolfo la miró con ternura y comprensión. —Lo sé, Valentina. Las cosas nunca son fáciles, pero lo importante es que no te olvides de ti misma. El corazón tiene sus propias razones, y aunque a veces parezca que no hay solución, siempre hay una forma de seguir adelante. Tienes un gran futuro por delante, y no debes quedarte atrapada en un pasado que ya no te pertenece.
Valentina respiró hondo, las palabras de Don Adolfo resonando en su mente. Por un momento, sintió una pequeña chispa de esperanza, como si alguien le estuviera ofreciendo una salida, un camino para sanar. Pero la realidad seguía ahí, y al final, tendría que enfrentarse a ella.
—Gracias, Don Adolfo. —dijo con voz baja, dándole una pequeña sonrisa, aunque aún cargada de incertidumbre.
Don Adolfo asintió, satisfecho por haber podido expresar sus pensamientos. —De nada, Valentina. Recuerda que siempre puedes contar conmigo y con Sofía. Somos una familia, y siempre estaremos aquí para ti.
A pesar de las palabras de consuelo, Valentina sabía que el día siguiente sería crucial. La boda de Sebastián y Marisol estaba por llegar, y con ella, la necesidad de aceptar la realidad y comenzar a dejar ir lo que había sido.
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Un lugar que no es casa
Short StoryValentina siempre había tenido una vida sencilla pero perfecta, hasta que todo cambió. La pérdida del trabajo de su madre la obligó a dejar Chicago y su mundo conocido para ir a España, a vivir con su abuela en una casa que no sentía suya. Allí, el...