El silencio de la habitación se rompió cuando Valentina se levantó de la cama. Después de un largo rato de estar atrapada en sus pensamientos, decidió salir a despejar su mente. Sabía que no podía quedarse allí toda la tarde, alimentando la tristeza que la invadía. Necesitaba distracción, algo que la sacara de la espiral de pensamientos oscuros que la rodeaban.
Bajó las escaleras lentamente, y cuando llegó a la cocina, el aroma reconfortante de guiso y pan recién horneado la recibió. Su abuela, una mujer de cabello plateado y manos siempre cálidas, estaba en su lugar habitual junto a la estufa, removiendo una olla con calma y precisión.
—Hola, abuela —dijo Valentina, tratando de sonar más animada de lo que se sentía.
La abuela levantó la vista y sonrió con ternura. Sabía que algo no andaba bien, pero también sabía que Valentina no era de hablar de inmediato. La dejó ser, confiando en que en su tiempo, hablaría si quería.
—Hola, mi niña. ¿Cómo te encuentras? —preguntó su abuela, con un tono suave.
Valentina se acercó y se apoyó en la barra de la cocina. —Estoy bien, solo... un poco cansada. Pensé que podría ayudar en la cocina.
—Claro, cariño. Puedes empezar a picar las zanahorias, que ya casi tenemos todo listo —dijo la abuela, entregándole un cuchillo y algunas zanahorias frescas.
Mientras Valentina comenzaba a cortar las zanahorias, el ritmo de la tarea y la presencia de su abuela comenzaron a calmarla. El sonido del cuchillo contra la madera era como un bálsamo para su alma inquieta. A veces, lo que más necesitaba era estar cerca de su abuela, sentir esa paz que siempre había tenido en su hogar.
De repente, la puerta de la cocina se abrió y una sombra apareció en el umbral. Valentina levantó la vista y vio a Sebastián, que entraba con pasos lentos, como si buscara algo o alguien.
—¿Valentina? —dijo con una mezcla de preocupación y confusión en la voz.
Valentina lo miró, sin saber cómo reaccionar. Sebastián se quedó en el umbral, observándola fijamente. Su presencia parecía llenar la cocina de una tensión incómoda.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Valentina, aunque la verdad era que no sabía qué más decir.
Sebastián dio un paso hacia adelante, su mirada fija en ella. —Te vi irte de la sala antes, de repente. No sabía si estabas bien. ¿Por qué te fuiste de esa manera?
Valentina no estaba preparada para esa pregunta. Su estómago se encogió, y un torrente de emociones la invadió. ¿Cómo podía explicarle que el motivo de su huida había sido la angustia de escuchar sobre sus planes con Marisol? La idea de verlos juntos, tener una familia, de pronto la paralizaba. Pero, ¿cómo le explicaba eso sin parecer... irracional? No podía decirle que lo que le molestaba era el hecho de que él pensara en tener hijos con otra mujer. Eso no tendría sentido, ¿verdad?
La abuela, al notar la tensión en el aire, continuó con lo suyo, pero su mirada estaba fija en Sebastián, observando en silencio.
Valentina suspiró, tratando de encontrar las palabras correctas. —No fue nada, Sebastián. Solo... me sentí un poco abrumada. Hay muchas emociones hoy, y... solo necesitaba un momento.
Sebastián la observó por un momento, como si intentara leer su expresión, pero luego asintió lentamente, aparentemente aceptando su respuesta. —Lo entiendo —dijo en voz baja—. No quiero que te sientas incómoda. Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad?
Valentina forzó una sonrisa, pero dentro de ella, una tormenta de pensamientos seguía azotándola. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo podía explicar todo lo que sentía sin que pareciera que su corazón estaba aún atrapado en el pasado?
—Sí, lo sé. Gracias, Sebastián —respondió, y con esas palabras, intentó cerrar la puerta de su corazón, aunque sabía que no era tan fácil.
Sebastián se quedó ahí por un momento, sin saber si debía seguir hablando o irse. Finalmente, dio un paso atrás, mirando a Valentina con una expresión que combinaba preocupación y una pizca de incertidumbre.
—Bueno... si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme —dijo antes de salir, dejando a Valentina con su abuela.
Valentina se quedó en silencio por un momento, el eco de sus palabras aún resonando en la cocina. Sus manos temblaban un poco mientras terminaba de cortar las zanahorias. La abuela, que había observado todo desde el principio, finalmente rompió el silencio.
—No tienes que decirme lo que pasó, pero a veces, es mejor hablar de lo que sentimos, mi niña. El corazón tiene sus propios caminos, y a veces no podemos evitar seguirlos. Pero tienes que ser honesta contigo misma, aunque duela.
Valentina miró a su abuela, con los ojos llenos de confusión y tristeza. —Lo sé, abuela. Solo... a veces es más difícil de lo que parece.
Su abuela le sonrió con amabilidad, sin prisas, como si ya supiera lo que su nieta necesitaba escuchar. —La vida no siempre es fácil, pero no dejes que el miedo o la vergüenza te impidan vivirla con el corazón abierto.
Valentina asintió, sintiendo un poco de consuelo en las palabras de su abuela. No tenía respuestas, no aún. Pero quizás, con el tiempo, las cosas empezarían a aclararse. Por ahora, lo único que podía hacer era seguir adelante, aunque la incertidumbre seguía siendo su compañera.
La tarde avanzó lentamente, con la cocina llena del bullicio de la comida y la calidez del hogar, pero Valentina sabía que aún quedaba mucho por resolver en su corazón.
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Un lugar que no es casa
Short StoryValentina siempre había tenido una vida sencilla pero perfecta, hasta que todo cambió. La pérdida del trabajo de su madre la obligó a dejar Chicago y su mundo conocido para ir a España, a vivir con su abuela en una casa que no sentía suya. Allí, el...