Capítulo 35

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Sebastián

El ambiente en la mansión estaba cargado de tensión después de la explosión de Marisol. Aunque intenté mantener la calma para Valentina, por dentro, una mezcla de enojo y preocupación se apoderaba de mí. No solo por sus acusaciones, sino porque sabía que esto podía afectar a Valentina más de lo que ella admitía.

Después de la cena, cuando todos se retiraron a descansar, pedí a Don Adolfo que me acompañara al despacho. Necesitaba su consejo, como siempre.

—¿Qué piensas de todo esto, papá? —pregunté, dejándome caer en el sillón frente a su escritorio.

Él me miró con una mezcla de seriedad y calma. —Creo que Marisol está jugando su última carta. Quiere desestabilizarte, y está usando lo que cree que es su mayor arma.

—¿Y si no es un juego? —dije, aunque sabía en mi interior que las posibilidades eran mínimas.

Don Adolfo cruzó los brazos y se inclinó hacia adelante. —Entonces lo enfrentarás, Sebastián. Haremos la prueba de paternidad y, si por alguna razón el niño resulta ser tuyo, asumirás tu responsabilidad como padre. Pero eso no significa que debas sacrificar tu relación con Valentina.

—¿Y si ella no puede soportarlo? —pregunté, el miedo haciéndose evidente en mi voz.

—Sebastián, si Valentina te ama como tú la amas, luchará contigo, no contra ti. Pero primero, necesitas demostrarle que estás dispuesto a pelear por lo que tienen, sin importar lo que pase.

Su consejo me dio claridad, aunque no alivió la ansiedad que se acumulaba en mi pecho. Esa noche, apenas dormí. Mi mente no dejaba de dar vueltas a las palabras de Marisol y al miedo de perder a Valentina.

A la mañana siguiente, después de que todos desayunamos, tomé la mano de Valentina y la llevé al jardín trasero. El rocío todavía cubría las flores, y el aire fresco parecía más liviano que el peso que sentíamos.

—Quiero que sepas que pase lo que pase, no dejaré que esto nos separe —le dije, mirándola directamente a los ojos.

Ella asintió, aunque su mirada mostraba una mezcla de tristeza y esperanza. —Confío en ti, Sebastián. Pero todo esto... es mucho para mí.

—Lo sé. Y te prometo que haré todo lo posible para resolver esto rápido. Marisol y yo nos veremos hoy mismo para organizar la prueba de paternidad.

Valentina bajó la mirada, jugando con un mechón de su cabello. —No quiero que pienses que no confío en ti. Solo... no quiero que nada de esto cambie lo que hemos construido.

—Nada lo cambiará —afirmé, tomándola por los hombros—. Valentina, eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Nada ni nadie va a quitarme eso.

Ella sonrió débilmente, y en ese momento supe que debía demostrarle que estaba dispuesto a proteger lo nuestro.

Por la tarde, me reuní con Marisol en una clínica privada para iniciar el proceso de la prueba de paternidad. Ella llegó con su habitual aire altivo, aunque su mirada traicionaba un leve nerviosismo.

—Espero que esto aclare todo de una vez por todas —dije mientras firmábamos los documentos necesarios.

—Claro que lo hará —respondió con una sonrisa irónica—. Solo espero que estés preparado para lo que venga después.

No respondí. Estaba decidido a enfrentar cualquier resultado, pero en mi corazón sabía que las probabilidades estaban de mi lado.

Pasaron dos semanas. Dos semanas de espera, en las que traté de mantenerme enfocado en Valentina y en nuestra relación, aunque las dudas seguían rondándome. Finalmente, llegó el día de los resultados.

Me presenté en la clínica con Don Adolfo a mi lado. La doctora nos recibió con una expresión profesional, aunque neutral.

—Señor Montes, los resultados de la prueba ya están aquí —dijo mientras abría el sobre.

El tiempo pareció detenerse mientras esperaba sus palabras.

—La prueba ha confirmado que usted no es el padre del niño.

Sentí que un enorme peso se levantaba de mi pecho. Dejé escapar un suspiro de alivio y miré a mi padre, quien sonrió ligeramente.

—Gracias, doctora —dije antes de salir de la sala.

No había tiempo que perder. Necesitaba ver a Valentina y decirle la verdad. Ella merecía saber que esta tormenta había pasado y que nada podría interponerse entre nosotros.

Cuando llegué a su casa, la encontré en el balcón, mirando al cielo como lo hacía siempre que buscaba consuelo. Subí rápidamente y, al verme, sus ojos se iluminaron con una mezcla de ansiedad y esperanza.

—No es mío, Valentina —dije antes de que ella pudiera preguntar.

Ella dejó escapar un suspiro tembloroso, y luego se lanzó a mis brazos, abrazándome con fuerza.

—Sabía que era mentira —susurró—. Pero no sabes lo mucho que necesitaba escucharlo de ti.

La besé suavemente, sintiendo que, por primera vez en semanas, la paz volvía a nuestras vidas. No había más dudas, no más mentiras. Solo nosotros, juntos, listos para enfrentar lo que el futuro nos trajera.

Un lugar que no es casa Where stories live. Discover now