La cena se desarrollaba en el patio trasero, bajo un techo de luces cálidas que colgaban entre los árboles. Las mesas estaban dispuestas de manera casual, con manteles blancos y pequeños jarrones llenos de flores silvestres. El aroma del pan recién horneado y los platos de pasta llenaban el aire, mientras las conversaciones y risas flotaban como una música suave alrededor de Valentina.Se sentó junto a Sofía, una amiga de la infancia que no veía desde hacía meses. Josué estaba en la misma mesa, justo al otro lado, y aunque no decían mucho, sus miradas se cruzaban de vez en cuando, compartiendo una complicidad silenciosa que Valentina agradecía.
—Entonces, Valentina —dijo Sofía mientras cortaba un trozo de lasaña—, ¿alguna vez has pensado en cómo será tu futuro?
La pregunta tomó a Valentina por sorpresa.
—¿Qué parte del futuro? —respondió con una sonrisa nerviosa.
—Ya sabes, cosas grandes —dijo Sofía con un brillo curioso en los ojos—. Trabajo, amor, hijos...
Valentina dejó el tenedor sobre el plato y tomó un sorbo de agua, ganando unos segundos para pensar en su respuesta. Podía sentir las miradas en la mesa girando hacia ella, aunque trataba de ignorarlas.
—Bueno... trabajo, seguro. Amor, espero. Y... hijos, sí. Algún día.
—¿En serio? —insistió Sofía con una sonrisa amplia—. Nunca te imaginé como mamá. ¿Y cómo sería? ¿Te gustaría tener muchos o solo uno o dos?
Valentina rio suavemente, más cómoda con la idea ahora que la conversación había tomado un tono ligero.
—Creo que uno o dos. Pero solo si estoy con alguien que sea el amor de mi vida.
El silencio que siguió fue breve, pero lo suficientemente notable como para que Valentina levantara la vista y notara cómo todos parecían estar evaluando sus palabras. Sobre todo Josué, que tenía una expresión que mezclaba sorpresa e interés.
—¿Y quién sería ese amor de tu vida? —preguntó Sofía, siempre directa, con una sonrisa traviesa que Valentina conocía demasiado bien.
Valentina se rio y negó con la cabeza, pero su respuesta fue firme:
—No lo sé todavía. Pero sé que no quiero nada a medias. No quiero estar con alguien por comodidad o porque otros esperan que esté con él. Quiero algo real, algo que me haga sentir que todo valió la pena.
Por un instante, todos en la mesa parecieron quedar en silencio. Luego, Sofía asintió, como si estuviera de acuerdo con la filosofía de Valentina.
—Esa es una buena manera de verlo —dijo finalmente—. Espero que encuentres eso, Vale.
Josué seguía mirándola desde el otro lado de la mesa, y aunque no dijo nada, Valentina pudo sentir la calidez en su mirada. Esa sensación de que alguien realmente la entendía.
La conversación en la mesa retomó otros temas, pero Valentina todavía sentía el peso de sus propias palabras. No estaba pensando en Sebastián mientras hablaba. No pensaba en nadie en específico, pero había algo reconfortante en saber que su corazón estaba finalmente abierto a algo nuevo, algo que valiera realmente la pena.
Mientras recogían los platos y las luces comenzaban a titilar con la brisa, Josué se acercó a ella, llevando un par de vasos vacíos en las manos.
—¿El amor de tu vida, eh? —dijo con una sonrisa tranquila.
Valentina lo miró, un poco avergonzada, pero no lo suficiente como para arrepentirse de lo que había dicho.
—Sí. ¿Por qué no? —respondió Valentina con un encogimiento de hombros y una sonrisa que ocultaba una leve inquietud.
Josué dejó los vasos en la mesa más cercana y se cruzó de brazos, mirándola con esa mezcla de curiosidad y seriedad que siempre la descolocaba.
—No es una respuesta que escuches todos los días. La mayoría de las personas están dispuestas a conformarse antes de encontrar algo así.
—Yo no soy como la mayoría de las personas —dijo Valentina con un tono suave, pero firme.
Josué sonrió, asintiendo lentamente.
—No, no lo eres.
Había algo en su mirada que hizo que el corazón de Valentina latiera un poco más rápido. Era como si esas palabras fueran algo más que un simple cumplido. Ella desvió la vista hacia el jardín, tratando de calmar el torbellino que se estaba formando dentro de ella.
—¿Y tú, Josué? —preguntó de repente, sorprendiendo incluso a sí misma—. ¿Crees en eso? ¿En encontrar el amor de tu vida?
Él pareció meditarlo por un momento, observando el suelo antes de levantar la mirada hacia ella nuevamente.
—Sí, creo en eso. Pero también creo que no siempre es fácil reconocerlo cuando lo tienes frente a ti.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire entre ellos, cargadas de un significado que Valentina no estaba segura de querer descifrar. Josué dio un paso más cerca, su tono volviéndose más bajo, casi como si no quisiera que nadie más escuchara.
—Pero si lo encuentras, tienes que luchar por ello. Porque algo así no se encuentra dos veces.
Valentina tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta. No sabía cómo responder, ni siquiera sabía si debía responder. Pero antes de que pudiera decir algo, Sofía apareció, interrumpiendo el momento con su energía habitual.
—¡Chicos! ¿Qué hacen? ¿Hablan de cosas serias sin mí? —bromeó, dándoles una mirada inquisitiva.
Josué se alejó un poco, rompiendo el contacto visual con Valentina, aunque todavía quedaba una sombra de complicidad en su expresión.
—Nada serio —respondió él, con una sonrisa tranquila—. Solo filosofando sobre la vida.
—¡Bah! La vida es más simple cuando no piensas tanto —dijo Sofía, agarrando a Valentina del brazo—. ¡Ven, quiero que me ayudes a elegir el postre!
Valentina dejó que Sofía la llevara, pero no pudo evitar mirar hacia atrás una última vez. Josué seguía ahí, observándola, con una expresión que le dijo más de lo que cualquier palabra podría haber dicho.
Algo estaba cambiando, y aunque no sabía exactamente qué, Valentina sintió que estaba en el camino hacia algo que finalmente se sentía correcto.
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Un lugar que no es casa
Short StoryValentina siempre había tenido una vida sencilla pero perfecta, hasta que todo cambió. La pérdida del trabajo de su madre la obligó a dejar Chicago y su mundo conocido para ir a España, a vivir con su abuela en una casa que no sentía suya. Allí, el...