SebastiánLa noche había sido un golpe directo, y me encontraba de pie, junto a Valentina, observando el mismo cielo, pero con corazones distintos. Mi mente seguía girando en torno a las palabras de mi padre, a la carga de mi futuro y a las promesas que debía cumplir. Sin embargo, en ese momento, la única verdad que parecía real era el dolor de ver a Valentina aquí, frente a mí, completamente quebrada, mientras yo me desmoronaba por dentro al no poder darle lo que su alma tanto anhelaba.
Sabía que lo que acababa de decirle no era lo que ella quería escuchar, pero era lo único que podía decir. No podía abandonar todo lo que había construido, lo que mi familia esperaba de mí, todo lo que me mantenía atado a un destino que no elegí, pero que estaba decidido. No podía.
Pero eso no significaba que no deseara tener una vida diferente. Cada palabra que Valentina había dicho había tocado una fibra profunda en mí, despertando lo que había estado oculto por tanto tiempo. El amor que sentía por ella era una verdad innegable, pero también lo era el peso de la responsabilidad que llevaba sobre mis hombros.
Mi respiración era irregular, el aire de la noche frío y pesado. Quería decirle más, quería abrazarla, consolarla, pero sabía que nada de eso cambiaría las cosas. Sabía que al día siguiente me casaría con Marisol, y que, por más que deseara estar con Valentina, mi futuro ya estaba escrito en una hoja que no podía arrancar.
La miré por unos momentos, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero las palabras nunca parecen suficientes cuando el corazón está tan roto. Valentina, con su tristeza reflejada en los ojos, se apartó ligeramente, como si también supiera que no había más que decir.
—¿Y ahora qué? —me preguntó, su voz apenas audible, como si el peso de su dolor la hubiera dejado sin fuerzas.
Me quedé en silencio, sin saber qué decir, porque ni yo mismo tenía respuestas. Mi corazón gritaba por Valentina, pero mi mente me obligaba a mantenerme firme en la decisión que había tomado. La vida que ella y yo soñábamos no era más que un espejismo que se desvanecía con la luz de la realidad.
—No lo sé, Valentina... —respondí con sinceridad, mis palabras desmoronándose en el aire frío. —Me gustaría poder cambiar todo, poder hacer lo correcto. Pero no puedo. No de la manera en que lo deseas. Mañana es el día, y no hay vuelta atrás.
El dolor en sus ojos era insoportable. Era como si cada palabra que decía le causara una herida más profunda. No quería ser la causa de su sufrimiento, pero al mismo tiempo, sabía que no podía hacer más.
Un silencio denso se estableció entre nosotros, una brecha insalvable que, aunque deseábamos, no podíamos cruzar. Valentina se apartó lentamente, como si su corazón también necesitara un espacio para sanar, aunque sabía que esa sanación no vendría pronto, ni tal vez nunca. Y, por un momento, me pregunté si el dolor que sentía en mi pecho era el mismo que ella sentía, si ambos estábamos condenados a vivir con este amor no correspondido, con esta conexión rota.
—Vete, Sebastián. No quiero que me veas así —dijo finalmente, su voz suave pero decidida. Era una invitación a escapar, a liberarnos de una conversación que solo nos hacía daño.
Aunque quería quedarme, aunque mi corazón luchaba por decir algo más, sabía que nada de lo que dijera cambiaría lo que ya estaba en marcha. Me giré lentamente, caminando hacia la puerta, sintiendo el vacío entre nosotros, un abismo que no podía cruzar.
Antes de entrar en la mansión, miré una última vez hacia el balcón, donde Valentina estaba de pie, su figura iluminada por la luz de la luna, tan cerca y tan lejos a la vez. No supe qué hacer con esa imagen, ni con los sentimientos que me atormentaban. Solo sabía que mañana todo cambiaría, y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.
La boda seguía en pie, y con ella, mi futuro.
Pero en mi interior, sabía que una parte de mí se estaba perdiendo para siempre.
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Un lugar que no es casa
Short StoryValentina siempre había tenido una vida sencilla pero perfecta, hasta que todo cambió. La pérdida del trabajo de su madre la obligó a dejar Chicago y su mundo conocido para ir a España, a vivir con su abuela en una casa que no sentía suya. Allí, el...