El atardecer pintaba el cielo de colores cálidos mientras Sebastián y yo permanecíamos en el balcón, abrazados como si el mundo alrededor no existiera. La brisa fresca acariciaba mi rostro, pero lo único que podía sentir era el latido constante de su corazón junto al mío.—Valentina —murmuró, separándose un poco para mirarme a los ojos—, quiero hablar contigo.
Algo en su tono me hizo sentir un nudo en el estómago, pero cuando vi la ternura en su mirada, supe que no tenía de qué preocuparme.
—Dime —respondí, tomando su mano entre las mías.
Sebastián respiró profundamente, como si buscara las palabras correctas. Luego, deslizó una mano hacia mi rostro, acariciando mi mejilla con una delicadeza que me dejó sin aliento.
—Cuando Marisol apareció diciendo que estaba embarazada, lo único que me venía a la mente era lo injusto que sería traer un hijo al mundo sin amor. —Hizo una pausa, sus ojos explorando los míos, como si quisiera asegurarse de que entendiera cada palabra—. Pero contigo, Valentina, es diferente.
Sentí cómo mi corazón se aceleraba al escuchar eso.
—¿Diferente cómo? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
Sebastián sonrió suavemente, su pulgar trazando pequeños círculos en mi mejilla.
—Contigo, puedo imaginarlo todo. Un futuro lleno de amor, risas, y sí... hijos. Hijos que nazcan de un amor verdadero, no de una obligación o un error.
Mi respiración se detuvo por un momento. Las palabras que acababa de decir eran como un sueño que nunca me atreví a tener en voz alta.
—¿De verdad lo piensas? —logré preguntar, sintiéndome vulnerable y al mismo tiempo llena de esperanza.
Él asintió, inclinándose un poco más cerca de mí. —Claro que sí. Te imagino cuidando a nuestros hijos, corriendo por el jardín, riendo juntos. Los imagino con tus ojos, tu sonrisa... tu bondad. Y no puedo imaginarme eso con nadie más que contigo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no de tristeza, sino de felicidad. Nunca nadie me había hablado de esa manera, ni me había hecho sentir tan especial.
—Sebastián... —comencé, pero mi voz se quebró por la emoción—. Yo también sueño con un futuro contigo. Uno lleno de amor y paz.
Él sonrió y me tomó ambas manos, entrelazando nuestros dedos.
—Entonces hagámoslo realidad, Valentina. Vamos a construir esa vida juntos. Sin miedos, sin dudas. Tú y yo, y lo que venga después.
Me incliné hacia él, dejando que mis labios encontraran los suyos en un beso que selló nuestra promesa. En ese momento, no había pasado ni futuro, solo el presente y el amor que compartíamos.
Cuando nos separamos, ambos sonreíamos, como si el peso de las últimas semanas se hubiera desvanecido.
—¿Sabes algo? —dijo Sebastián, con una chispa juguetona en sus ojos.
—¿Qué cosa? —pregunté, todavía con la sonrisa en los labios.
—Creo que si nuestra primera hija tiene tu carácter, voy a tener que aprender a negociar mejor.
Solté una carcajada, y él me abrazó más fuerte, riendo conmigo.
—Y si se parece a ti, probablemente será tan testarudo que nadie podrá ganarle una discusión —repliqué, divertida.
—Entonces será perfecta —respondió, y con esas palabras, me besó de nuevo, haciéndome sentir que todo en mi vida finalmente estaba en su lugar.
YOU ARE READING
Un lugar que no es casa
Short StoryValentina siempre había tenido una vida sencilla pero perfecta, hasta que todo cambió. La pérdida del trabajo de su madre la obligó a dejar Chicago y su mundo conocido para ir a España, a vivir con su abuela en una casa que no sentía suya. Allí, el...