Capítulo 31

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El día después de la boda, la mansión estaba en silencio. El eco de las risas, los pasos apresurados de los empleados y la música que había invadido la casa desaparecieron, dejando solo la quietud que me envolvía como una sombra. A pesar de que había pasado una noche sin dormir, mis pensamientos seguían corriendo a la misma velocidad, como un río desbordado, arrastrándome con él.

No podía dejar de pensar en Sebastián. En su confesión, en la valentía con la que había desvelado su amor por mí delante de todos, rompiendo la estructura de su vida y su compromiso con Marisol. Mi corazón latía con fuerza al recordar su mirada en el altar, como si todo hubiera dejado de existir excepto nosotros dos. Pero aún había una nube de incertidumbre. ¿Qué significaba todo esto ahora? ¿Realmente lucharía por nosotros?

Mi mente se llenaba de preguntas sin respuestas. ¿Sería capaz de olvidar el dolor que habíamos causado a otros? ¿Podríamos reconstruir nuestras vidas después del caos? Si la vida había sido complicada hasta ahora, ¿qué nos esperaba en el futuro?

A medida que me levantaba de la cama, la luz del sol entraba a través de las ventanas, iluminando la habitación con una suavidad que contrastaba con el torbellino que sentía en mi interior. El reloj marcaba el paso del tiempo de manera implacable, como si todo el mundo a mi alrededor siguiera funcionando, pero yo estaba atrapada en un rincón de confusión y esperanza.

Decidí salir al jardín. Necesitaba aire fresco, sentir que el mundo seguía girando aunque mi vida estuviera paralizada en ese preciso momento. Mientras caminaba por los senderos cubiertos de flores, me encontré con don Adolfo y Sofía, que parecían conversar con seriedad. Al verme, Sofía sonrió con amabilidad, pero podía notar la preocupación en sus ojos.

—¿Cómo estás, Valentina? —preguntó con suavidad.

Miré al suelo, sin saber cómo responder. ¿Cómo estaba después de todo lo que había sucedido? ¿Cómo podía estar bien con todo el peso de las decisiones que se habían tomado?

—Estoy... intentando entender todo lo que ha pasado —respondí con voz baja, mis palabras llenas de duda.

Don Adolfo me observó con esa mirada profunda que siempre tenía, y se acercó a mí. —Sabemos que las cosas no son fáciles, Valentina. La situación con Sebastián, Marisol, el compromiso, todo ha sido un caos. Pero quiero que sepas algo muy importante.

Me quedé en silencio, esperando que continuara.

—Sebastián ha tomado una decisión, y esa decisión es luchar por ti. Lo que pasó ayer, aunque doloroso, también fue liberador para él. No fue solo un acto de valentía, fue una declaración de lo que realmente siente —dijo don Adolfo, su voz firme pero cálida.

Sofía asintió, su expresión seria. —No te lo decimos solo porque estemos felices de que Sebastián esté con alguien que realmente lo haga feliz, sino porque entendemos lo que es el verdadero amor. Sé que temes lo que pueda pasar. Yo también lo hice en su tiempo, cuando conocí a tu padre, pero lo que te puedo decir es que cuando el amor es verdadero, todo lo demás pierde importancia.

Miré al suelo, sintiendo cómo las palabras de Sofía calaban hondo en mi alma. ¿Cómo podía dejarme llevar por este amor, por esta oportunidad que la vida me había dado, cuando tanto había estado en juego? Aún no me sentía preparada para dar ese paso. Todo parecía tan incierto.

—¿Y si todo esto es un error? —pregunté con vulnerabilidad, mirando a Sofía. —Lo quiero, pero... no sé si debo arriesgarlo todo.

Don Adolfo se acercó más, poniendo una mano en mi hombro. —No hay garantías en la vida, Valentina. Pero lo que sí sabemos es que, si no luchas por lo que sientes, podrías arrepentirte más tarde. La vida te ofrece oportunidades, pero tú decides si tomarlas o no.

Sofía sonrió suavemente, mirándome con comprensión. —Tienes todo nuestro apoyo, Valentina. Pero recuerda, lo más importante es ser fiel a ti misma y a lo que sientes.

Un suspiro escapó de mis labios, como si toda la tensión acumulada se liberara por un momento. Podía sentir el peso de sus palabras, el amor que me ofrecían como un refugio, y al mismo tiempo, la responsabilidad de lo que podría pasar si decidía seguir adelante. Estaba aterrada, sí, pero también me sentía más viva que nunca.

De repente, escuché pasos a lo lejos. Cuando levanté la vista, allí estaba Sebastián. Su figura se recortaba en la entrada del jardín, como si él también estuviera buscando respuestas. Su rostro mostraba señales de agotamiento, pero en sus ojos había algo más: determinación, esperanza.

Se acercó lentamente, y sin decir una palabra, me tomó las manos, mirándome fijamente.

—Valentina, sé que las cosas han sido confusas. Sé que lo que hice no fue fácil para ti, ni para mí. Pero quiero que sepas que estoy dispuesto a luchar por nosotros. Quiero estar contigo, no por obligación, no por presión, sino porque te amo. Y si me permites, quiero que construyamos juntos algo real, algo que valga la pena.

Mi corazón latió con fuerza al escuchar sus palabras. Las dudas seguían ahí, pero había algo más grande que las apagaba: el amor que compartíamos, el amor que había sido el motor de todo este caos, y ahora, quizás, el único que podría sacarnos de él.

Sebastián me miró, esperando una respuesta, y en ese momento, supe lo que tenía que hacer. No sabía qué nos depararía el futuro, pero una cosa era cierta: no podía dejar que el miedo me detuviera. El amor verdadero no era algo que se encontrara fácilmente, pero si lo teníamos, debía ser nuestro.

—Sí, Sebastián —respondí finalmente, con la voz llena de emoción—. Yo también te amo. Y voy a luchar por nosotros.

Y con esas palabras, todo comenzó a cobrar sentido.

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