El aire de la noche se había vuelto más frío, pero la tensión en el ambiente mantenía a todos alerta. La cena había terminado, y los invitados se dispersaban por el jardín, disfrutando de la música suave y de las luces que seguían colgando sobre ellos.Valentina estaba en un rincón, observando cómo Sofía reía con otros amigos. Sentía una paz inesperada después de su conversación con Josué, como si finalmente estuviera soltando los pesos que la habían retenido durante tanto tiempo. Sin embargo, esa tranquilidad no duró mucho.
Marisol apareció de la nada, como una tormenta que nadie había visto venir. Su vestido rojo llamaba la atención entre la multitud, pero no fue eso lo que captó la atención de Valentina, sino la expresión en su rostro. Estaba molesta. Furiosa.
—¿Qué fue eso, Sebastián? —La voz de Marisol cortó el aire como un cuchillo, lo suficientemente alta como para que varios de los presentes voltearan hacia ellos.
Valentina apenas tuvo tiempo de procesar lo que estaba ocurriendo antes de notar que Sebastián estaba a unos metros de ella, parado frente a Marisol con una expresión de incomodidad.
—¿De qué estás hablando? —respondió él en un tono bajo, claramente intentando calmarla.
—¡De lo que estoy hablando! —exclamó ella, cruzando los brazos de forma dramática—. Te pasaste toda la noche mirándola. Otra vez.
Valentina sintió que su corazón se detenía. ¿Mirándome? El calor le subió al rostro al darse cuenta de que Marisol la había descubierto. Intentó dar un paso hacia atrás, como si con eso pudiera escapar del fuego cruzado, pero no lo suficientemente rápido.
—¡Ah, claro! —continuó Marisol, girando hacia Valentina con una sonrisa fría—. Seguro que fue una casualidad, ¿verdad, Valentina? Tú ni siquiera te diste cuenta.
—Marisol, basta —dijo Sebastián, visiblemente frustrado—. Esto no tiene nada que ver con ella.
—¡Claro que tiene que ver con ella! —Marisol lo señaló, su voz alzándose aún más—. Siempre tiene que ver con ella, Sebastián. Desde que apareció, desde que empezaste con tus miradas, tus excusas...
Valentina levantó las manos, intentando calmar la situación.
—Mira, yo no tengo nada que ver con esto. No quiero problemas.
—¿Problemas? —repitió Marisol, con una risa sarcástica—. ¡Tú eres el problema! No sé qué estás intentando, pero Sebastián es mío.
Esas palabras golpearon a Valentina como un balde de agua fría. Quería responder, aclarar las cosas, pero las palabras no salían. Antes de que pudiera decir algo, Josué apareció junto a ella, colocando una mano firme en su hombro.
—Valentina no tiene la culpa de tus inseguridades, Marisol —dijo Josué con calma, pero su tono era lo suficientemente fuerte como para que todos lo escucharan—. Tal vez deberías hablar con Sebastián en privado, en lugar de armar un espectáculo.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Marisol fulminó a Josué con la mirada, pero no dijo nada más. Sebastián aprovechó el momento para tomarla del brazo suavemente.
—Marisol, vámonos. Ahora.
Ella se resistió por un momento, pero finalmente cedió, aunque no sin lanzar una última mirada cargada de resentimiento hacia Valentina.
—Esto no ha terminado —murmuró antes de dejarse llevar por Sebastián.
Cuando desaparecieron entre la multitud, Valentina dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.
—Gracias, Josué —dijo, mirando a su amigo con gratitud.
—No tienes que agradecerme nada —respondió él con una sonrisa ligera—. Aunque creo que necesitas algo de aire. ¿Vamos?
Valentina asintió, dejándose guiar hacia una zona más tranquila del jardín. Mientras se alejaban, su mente seguía reviviendo el momento, pero ahora había algo más en ella: la certeza de que no quería ser parte de ese caos nunca más. Sebastián y Marisol podían librar su guerra, pero ella no sería el campo de batalla.
Josué caminó junto a ella en silencio, hasta que finalmente habló:
—¿Estás bien?
—Sí —respondió Valentina, aunque su voz apenas era un susurro—. Creo que sí.
—Eso es todo lo que importa —dijo él, y aunque no dijo nada más, su presencia fue suficiente para calmarla.
Por primera vez en mucho tiempo, Valentina sintió que no estaba sola, y que quizá, solo quizá, había alguien que realmente estaba de su lado.
YOU ARE READING
Un lugar que no es casa
Historia CortaValentina siempre había tenido una vida sencilla pero perfecta, hasta que todo cambió. La pérdida del trabajo de su madre la obligó a dejar Chicago y su mundo conocido para ir a España, a vivir con su abuela en una casa que no sentía suya. Allí, el...