Capitulo 28

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Valentina

El sol ya se alzaba en el horizonte, pero en mi corazón la noche aún se sentía presente. Había decidido no levantarme, dejar que el día pasara sin que yo tuviera que enfrentar lo que iba a suceder. No quería ser testigo de su boda, no quería ver cómo Sebastián tomaba la mano de Marisol en el altar, prometiéndole un futuro que jamás podría ser el mío. Quería quedarme en mi cama, con las sábanas tapándome hasta la cabeza, como si el dolor que sentía pudiera desaparecer en el olvido.

Pero no podía seguir huyendo. El sonido de un suave golpeteo en la puerta me sacó de mis pensamientos. No quise moverme, esperando que quien fuera entendiera que hoy no quería salir. Sin embargo, la puerta se abrió lentamente, y allí estaba ella: Sofía, la madre de Sebastián, con una sonrisa en el rostro y una actitud decidida.

—Valentina, es hora de levantarse —dijo suavemente, acercándose con un vestido en las manos. El vestido era rojo, rojo pasión, un color que me hacía sentir tanto emoción como miedo. Sabía que no debía recibirlo, pero sus ojos, llenos de amabilidad, no me dejaron rechazarlo.

—Sofía, yo... no puedo —dije, mi voz quebrándose mientras trataba de contener las lágrimas. El peso de todo lo que estaba por suceder me hundía aún más en la desesperación.

Sofía se acercó a mí, sentándose en la cama a mi lado. Su mirada era firme, pero llena de compasión. —Valentina, sé lo que estás sintiendo. Pero no dejes que este día te robe tu dignidad. Eres una mujer fuerte, y te mereces estar aquí, en este día, porque eres parte de la vida de Sebastián, no importa lo que pase. Además, este vestido te queda hermoso, y creo que te hará sentir algo de lo que estás buscando. Confía en ti misma, hija.

Sus palabras me hicieron dudar, pero también me dieron un resquicio de esperanza. Quizás, solo quizás, debía enfrentar lo que venía, no para mí, sino por lo que mi corazón sabía que tenía que hacer.

Me levanté con dificultad y acepté el vestido, dejándome envolver por su tela sedosa. El escote era delicado, pero el diseño arriesgado, con una pierna al descubierto, me hacía sentir como una mujer diferente, más valiente de lo que me sentía en ese instante. Sofía me ayudó a ponerme el vestido, mientras me peinaba el cabello en suaves ondas que caían por mis hombros. Cuando me vi en el espejo, sentí una mezcla de asombro y tristeza. Era hermosa, sí, pero mi corazón estaba roto. Ningún vestido, ningún cambio de apariencia podría sanar lo que sentía por dentro.

Sebastián

El día de mi boda llegó con un peso insoportable. Todo parecía ir en su curso, como una máquina que no podía detenerse. La iglesia estaba llena, las flores decoraban el altar, y todos esperaban la ceremonia. Pero en mi interior, nada era claro. Sabía que todo lo que había hecho hasta ese momento era un sacrificio, una elección que me había llevado a estar aquí, parado frente a Marisol, en el altar, donde todo mi futuro parecía estar sellado.

Sin embargo, mientras el cortejo avanzaba, mi mirada se desvió hacia el fondo de la iglesia, y allí estaba ella. Valentina. Había llegado, aunque había estado tan distante de todo el proceso. Me sorprendió verla, tan impresionante y hermosa con su vestido rojo, con el cabello suelto que caía en ondas. De alguna manera, esa visión me golpeó como una revelación. El dolor en mi pecho, que había estado oculto todo este tiempo, afloró con fuerza. Todo lo que había intentado ignorar volvió de golpe: la certeza de que mi corazón siempre había pertenecido a Valentina, y que mi vida con Marisol no era más que una farsa.

Cuando las campanas sonaron y comenzó la ceremonia, sentí como si mi mundo se estuviera desmoronando. Las palabras del sacerdote se desvanecían mientras mis ojos no podían apartarse de Valentina. Ella no lo sabía, pero mi alma estaba gritando por ella, pidiendo una oportunidad que nunca iba a tener. La tristeza y la angustia me invadían mientras escuchaba la voz de Marisol, tan llena de esperanza y confianza, mientras yo simplemente me estaba ahogando.

Llegó el momento de los votos, y fue en ese instante cuando todo cambió. Al mirar a Marisol, vi la falsa sonrisa que me ofrecía, y en ese mismo momento supe que no podía seguir mintiendo. No podía hacerle más daño a Valentina, ni a mí mismo.

Tomé aire y, con voz firme, miré a los ojos de todos los presentes, incluyendo a Marisol.

—Hoy, mientras estoy aquí, delante de todos ustedes, debo confesar algo —dije, sintiendo que cada palabra me costaba un esfuerzo titánico—. He estado viviendo una mentira. Marisol, no te amo. Nunca lo he hecho. He estado engañándote, y más importante aún, me he estado engañando a mí mismo.

Un murmullo recorrió la iglesia, pero lo que dije a continuación fue aún más fuerte. Me giré hacia Valentina, que estaba en el fondo, mirando con una mezcla de sorpresa y dolor.

—La mujer a la que amo... la mujer que siempre he amado, es Valentina. Lo he sabido durante todo este tiempo, pero he sido un cobarde. Hoy, ya no quiero serlo más. No puedo seguir adelante con un matrimonio que no quiero, ni hacerle daño a nadie más, ni seguir siendo parte de una farsa.

El caos estalló en la iglesia. Marisol, visiblemente furiosa, dio un paso hacia mí, su rostro contorsionado por la ira.

—¡Eres un miserable! ¡Un traidor! —gritó, señalando a Valentina con furia—. Y tú... tú eres igual que él. Siempre supe que había algo entre ustedes, ¡pero nunca imaginé que sería tan ruin! ¿De verdad crees que mereces a Sebastián? ¡Eres una cualquiera!

Valentina, con la cabeza baja, miraba al suelo, como si las palabras de Marisol la estuvieran alcanzando con una fuerza devastadora. No podía soportar verla sufrir, pero ya no había marcha atrás. Las palabras de Marisol continuaron, llenas de rabia, mientras yo, paralizado, me encontraba atrapado entre lo que debía hacer y lo que mi corazón me decía.

Un lugar que no es casa Where stories live. Discover now