Capituló 40

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El día de nuestra boda llegó con la misma calidez que aquel primer amanecer que compartimos juntos. El sol se alzaba sobre el horizonte, iluminando nuestra pequeña pero significativa ceremonia, rodeados de amigos y familiares que, al igual que nosotros, habían sido testigos de todo lo que habíamos superado. La mansión estaba llena de risas y alegría, pero en el fondo solo importaba una cosa: que por fin habíamos encontrado nuestro lugar en el mundo, el uno junto al otro.

Miré a Valentina desde el altar, vestida de blanco, pero con una luz propia que hacía que todo a su alrededor pareciera desvanecerse. Sus ojos brillaban de emoción, y su sonrisa, esa sonrisa que había sido mi refugio durante tantos años, se hizo aún más resplandeciente cuando nuestras manos se entrelazaron. Ella era mi todo. Mi razón para seguir adelante, para luchar por nuestro amor.

El sacerdote comenzó a hablar, pero mis pensamientos solo giraban en torno a ella. Era el momento de sellar este amor que había crecido tanto, un amor que había nacido de un pasado turbulento, de momentos difíciles y, a veces, de separaciones dolorosas. Pero hoy estábamos aquí, con la certeza de que nada ni nadie podría separarnos.

—¿Aceptas a Valentina como tu esposa, para amarla, honrarla y cuidarla todos los días de tu vida? —preguntó el sacerdote.

Mi voz era firme, mi corazón latiendo con fuerza al recordar cada paso que habíamos dado juntos, las veces que habíamos levantado el uno al otro cuando las circunstancias nos empujaban a caer.

—Sí, acepto —respondí, sin dudar, sin vacilar. Porque desde el primer día que la vi, supe que era ella con quien quería compartir mi vida. No había espacio para dudas, solo para amor.

Luego, el sacerdote se volvió hacia Valentina, quien me miraba con los ojos llenos de ternura.

—¿Aceptas a Sebastián como tu esposo, para amarlo, respetarlo y acompañarlo en cada paso que den juntos?

—Sí, acepto —dijo, su voz cargada de emoción, pero serena y segura. Yo no necesitaba escuchar más. Ya lo sabía, su amor por mí era tan profundo como el mío por ella.

El sacerdote nos declaró marido y mujer, y nos sellamos con un beso que, aunque breve, simbolizaba el comienzo de una nueva etapa. No era el final de nuestra historia, sino el comienzo de algo aún más grande. El futuro, lleno de posibilidades, nos esperaba con los brazos abiertos.

La fiesta que siguió estuvo llena de música, de baile y de momentos felices. Pero en mi mente solo existía una imagen: Valentina, a mi lado, con una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor. Ella era mi hogar, mi amor eterno, y lo sabía con certeza.

Mientras bailábamos juntos, rodeados de nuestros seres queridos, me sentí agradecido. Agradecido por haber tenido el valor de luchar por lo que sentía, por no dejar que el miedo ni las expectativas ajenas definieran mi vida. Finalmente, había encontrado mi lugar.

No era un lugar físico, sino emocional. Era el espacio donde Valentina y yo estábamos juntos, y nada ni nadie podría separarnos.

Los días siguientes fueron un sueño hecho realidad. Nos mudamos a nuestra nueva casa, decorada con amor y paciencia, cada rincón reflejaba nuestra esencia. Pasamos tiempo juntos, soñando sobre el futuro que íbamos a construir, uno que estaba lleno de amor, aventuras y, eventualmente, la familia que habíamos soñado.

Tiempos difíciles, como los que vivimos al principio, nos recordaban lo fuerte que habíamos sido al superarlos. Y aunque el pasado siempre estaría con nosotros de alguna forma, sabíamos que éramos más fuertes ahora. Porque el amor que teníamos era real, y eso nos daba la fuerza para enfrentar cualquier cosa que la vida nos trajera.

Y así, en esa casa llena de amor, comenzamos nuestra vida como esposos, con la certeza de que el futuro estaba en nuestras manos, listo para ser construido, con la firme intención de nunca dejar ir lo que habíamos encontrado el uno en el otro.

Porque, al final, el amor verdadero no se trata solo de encontrar a alguien con quien compartir momentos felices. Se trata de estar al lado de esa persona cuando las cosas se ponen difíciles, de luchar juntos por un futuro mejor. Y eso fue exactamente lo que hicimos.

El final de nuestro viaje juntos no era el final de la historia. Era solo el principio de una nueva aventura, llena de amor, desafíos y sueños compartidos. Y mientras estábamos juntos, sabíamos que nada ni nadie podría separarnos.

Este era nuestro comienzo, y yo sabía que nunca había sido tan feliz como lo era ahora, con Valentina a mi lado, como mi esposa, mi compañera, mi amor eterno.

Un lugar que no es casa Where stories live. Discover now