Capitulo 26

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Valentina

La noche había caído con una calma inquietante. La mansión Montes, en su magnitud, parecía más una prisión que un refugio, una cárcel dorada que me mantenía atrapada entre los recuerdos y las esperanzas rotas. El aire fresco me acariciaba la piel, pero no podía calmar el nudo que se había formado en mi estómago, esa angustia que no dejaba de aumentar mientras pensaba en él.

Sebastián se casaba mañana. Mañana. Esa palabra retumbaba en mi cabeza como un eco que no podía silenciar. Había esperado tanto tiempo para que algo entre nosotros pudiera ser, y ahora, todo estaba a punto de desvanecerse. Él iba a casarse con Marisol, y yo... yo iba a ser una espectadora más de su vida, una que nunca podría ocupar el lugar que siempre había deseado.

Me levanté del sillón, sintiendo el peso de la tristeza sobre mis hombros, y caminé hacia el balcón. Desde allí, el cielo parecía más lejano que nunca, y las estrellas, que alguna vez me parecieron cercanas, ahora me parecían inalcanzables. ¿Qué hacer con este dolor que me consumía por dentro? ¿Qué hacer con los sentimientos que no podían ser? La respuesta era tan simple y tan cruel: nada.

Me apoyé en la barandilla del balcón, mirando las estrellas como si pudiera encontrar alguna señal, alguna respuesta, algo que me dijera que todo esto no era real. Pero nada cambiaba. Sebastián seguía adelante con su vida, y yo seguía aquí, atrapada en mis propios deseos no correspondidos.

Fue entonces cuando lo vi. Sebastián apareció en la puerta del salón, mirando al frente, como si también estuviera buscando algo en la oscuridad. Pero, al verme, su mirada se detuvo. No dijo nada, pero sus ojos parecían pesar más que las palabras. Yo no podía moverme, no podía dejar de mirarlo, como si de alguna manera esperara que dijera algo, que me diera una respuesta que ya sabía no llegaría.

—Valentina... —su voz rompió el silencio, suave, casi vacilante, como si no supiera si debía acercarse o quedarse atrás.

Me volví hacia él, intentando que mi rostro no mostrara lo que sentía por dentro. Pero era inútil. Las emociones se reflejaban en mis ojos, y no podía ocultarlas.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, tratando de sonar tranquila, pero mi voz temblaba ligeramente. No quería que me viera débil, no quería que supiera lo mucho que me dolía.

Sebastián dio un paso hacia mí, su expresión más seria de lo normal. Podía ver la lucha interna en su rostro, esa tensión que siempre había estado presente entre nosotros, pero que ahora se manifestaba con una intensidad que me dolía.

—No quería interrumpir, pero... vi que estabas sola —dijo, su voz baja, como si buscara las palabras correctas para esta situación que ninguno de los dos había pedido.

El aire entre nosotros estaba cargado, pesado, como si todo lo que no habíamos dicho durante tanto tiempo estuviera flotando en ese espacio. Y no pude más. El dolor, la rabia, la frustración, todo salió de mí de golpe.

—Sebastián, ¿por qué? —le pregunté, sin poder evitar la angustia en mis palabras—. ¿Por qué tienes que casarte con ella? Sabes lo que siento por ti, ¿verdad? Sabes que he estado esperando todo este tiempo, esperando que algún día pudieras mirarme de la misma manera. Pero mañana... mañana te vas a casar con otra. Y yo... yo voy a quedarme aquí, viendo cómo te vas y cómo me quedo con este vacío que no sé cómo llenar.

Las lágrimas me quemaban los ojos, pero me obligué a no dejarlas caer. No quería mostrarle lo vulnerable que me sentía, lo rota que estaba por dentro. Sebastián me miraba, su rostro pálido bajo la luz de la luna, pero no decía nada. Estaba callado, observándome con una mirada que lo decía todo.

El silencio entre nosotros se estiraba, denso, hasta que finalmente él habló, pero sus palabras no eran las que esperaba.

—Valentina... —dijo con voz baja, como si cada palabra le costara un esfuerzo enorme—. Yo... yo también siento algo por ti. Algo que no puedo ignorar, algo que ha estado allí todo el tiempo. Pero... —su voz se quebró, y por un segundo, vi una rendija en su fachada, una grieta en esa armadura que había construido a lo largo de los años—. No puedo cambiar lo que está decidido. Mañana me caso, y aunque en mi corazón... en mi corazón siento que debería estar tomando otro camino, este es el que debo seguir. No puedo dar marcha atrás.

Mis manos temblaron, y me sentí como si todo se desmoronara alrededor de mí. La respuesta que temía había llegado, y, aunque ya lo sabía, escuchar esas palabras me desgarró.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —pregunté, mi voz apenas un susurro. ¿Qué se hace cuando el amor no es suficiente? ¿Qué se hace cuando todo lo que deseas parece fuera de tu alcance?

Sebastián no respondió. Solo me miró, y en sus ojos vi lo que nunca quiso admitir, lo que nunca pudo decir: que su corazón también estaba atrapado, que sus sentimientos por mí eran tan reales como los míos por él, pero que el destino, las expectativas, la familia... todo eso pesaba más que cualquier otra cosa.

Nos quedamos allí, bajo las estrellas, en silencio, mientras el futuro de ambos se desvanecía lentamente en la noche.

Un lugar que no es casa Where stories live. Discover now