(Narrado por Sebastián)
Estaba intentando disfrutar del día, o al menos hacer un esfuerzo por aparentar que todo estaba bien. La boda de Marisol se acercaba, y aunque mi mente seguía atorada en algo que no quería enfrentar, allí estaba, tratando de mostrarme como el hombre que se supone que debo ser: comprometido, serio, confiable. Pero mi mirada no podía dejar de ir hacia Valentina.
La vi en la piscina, nadando, moviéndose con una gracia que me descolocaba. En cualquier otro momento, habría estado cerca de ella, quizás bromear o simplemente disfrutar de su compañía. Pero no podía. No cuando Marisol estaba tan cerca, observándome, sonriendo, esperando que todo fuera perfecto. No cuando sabía lo que mi madre quería, lo que todos esperaban de mí. No podía permitirme ser débil.
Pero entonces, lo vi.
Un chico se acercó a Valentina con una copa en la mano, la sonrisa en su rostro, una actitud tan desinhibida que hasta me hizo sentir incómodo. La miró de una manera que solo podía describir como descarada, como si ya la tuviera ganada. Le ofreció la copa, invitándola a beber, y ella, aunque vaciló un momento, aceptó.
Mis puños se apretaron sin que pudiera evitarlo. No era celos, o al menos no solo eso. Era una mezcla de frustración, de rabia contenida, una emoción que no había sido parte de mi vida en años, pero que ahora, al verla sonreír con ese chico, se estaba apoderando de mí.
Miré a Marisol, que estaba justo a mi lado, charlando animadamente con Sofía. La sonrisa de Marisol no me hizo sentir en paz, al contrario. Cada vez que la veía, mi estómago se revolvía más. Sabía que no la amaba. Sabía que no me importaba en lo más mínimo. Pero mi madre había hecho su voluntad, y yo, como siempre, había cumplido con lo que se esperaba de mí.
Marisol no era la persona que quería a mi lado, pero no tenía otra opción. No podía ir contra la voluntad de mi familia. No podía romper lo que ya estaba pactado, no sin consecuencias devastadoras. La boda, el compromiso... todo eso estaba demasiado lejos para que pudiera retroceder.
El chico siguió ahí, insistiendo, y aunque Valentina mantenía una expresión indiferente, su cuerpo no podía ocultar la incomodidad que le causaba. Vi cómo lo miraba, cómo respondía a sus palabras con una sonrisa tensa, como si quisiera ser amable pero al mismo tiempo dejaba claro que no estaba interesada.
¿Por qué me importaba tanto?
Era un golpe directo a mi ego. A mi orgullo. Valentina no era la chica que quería en mi vida. Ella misma lo había dejado claro: no tenía cabida en mi futuro. Entonces, ¿por qué sentía esta rabia? ¿Por qué no podía dejar de pensar en ella?
Marisol notó mi cambio de actitud de inmediato. Sus ojos se posaron en mí con esa mirada inquisitiva que tan bien conocía, como si esperara que le diera alguna explicación, algún indicio de lo que estaba pasando por mi mente. Pero no podía decirle lo que realmente sentía. No podía confesar lo que me estaba devorando por dentro.
—¿Todo bien? —me preguntó Marisol, con su tono dulce pero forzado.
Lo único que pude hacer fue asentir, forzando una sonrisa que no era más que una máscara. No era justo para Marisol, pero tampoco lo era para mí. Sin embargo, no podía cambiar las circunstancias. Estaba atrapado en una vida que no había elegido, en una mentira que todos esperaban que creyera.
De repente, un impulso irracional me llevó a ponerme de pie. No podía quedarme allí, mirando cómo ese chico le hablaba a Valentina. No podía quedarme sentado mientras algo, aunque fuera pequeño, me la quitara de las manos, aunque no fuera mío para comenzar.
—Voy a dar una vuelta —le dije a Marisol, sin darle tiempo a responder, y me alejé rápidamente. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente, y todo lo que quería era acercarme a Valentina, alejar a ese chico, aunque no tuviera ningún derecho de hacerlo.
Me senté al borde de la piscina, con la esperanza de que Valentina me viera y viniera hacia mí, pero ella estaba ocupada conversando con el chico. Eso me hizo sentir más inútil de lo que ya estaba. No era nada para ella. No había sido nada para ella.
—¿Todo bien? —escuché a Josué a mi lado. Al principio no lo vi, pero cuando levanté la mirada, lo encontré observándome con una sonrisa.
—Sí —respondí sin ganas, mirando hacia Valentina, que ya se había alejado un poco del chico.
Josué me observó por un momento y luego, con tono serio, agregó:
—No deberías seguir fingiendo, Sebastián. Si sigues evitando lo que sientes, vas a terminar lastimando a todos, incluyendo a ti mismo.
Sus palabras me dolieron más de lo que esperaba, pero no pude replicar. No podía. No tenía derecho.
El chico se alejó finalmente, probablemente cansado de la indiferencia de Valentina, pero yo seguía allí, mirando cómo se deslizaba en el agua con la gracia que solo ella parecía tener. Mi corazón latía más rápido, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí atrapado entre lo que mi mente me decía que debía hacer y lo que mi corazón pedía a gritos.
Sabía lo que tenía que hacer. Pero también sabía que ya estaba demasiado tarde para cambiar las cosas. Marisol, mi madre, todo el peso de una vida que no había elegido me estaba ahogando. Y Valentina, a pesar de todo, parecía seguir siendo un sueño imposible.
El chico que había estado con ella se alejó, y Valentina se sentó a descansar cerca de la piscina. Sus ojos se cruzaron brevemente con los míos, pero en esa mirada, supe que ella ya había tomado una decisión, una que no incluía a nadie más que a ella misma.
La pregunta era, ¿cómo seguiría yo?
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Un lugar que no es casa
Short StoryValentina siempre había tenido una vida sencilla pero perfecta, hasta que todo cambió. La pérdida del trabajo de su madre la obligó a dejar Chicago y su mundo conocido para ir a España, a vivir con su abuela en una casa que no sentía suya. Allí, el...