Capítulo 39

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Sebastián

El amanecer iluminaba el cielo con suaves tonos dorados, como un presagio de lo que estaba por venir. Valentina y yo habíamos pasado tantas noches pensando en el futuro, pero ahora era el momento de hacerlo realidad. El tiempo había sanado las heridas, y el amor que compartíamos era más fuerte que nunca. Aunque aún quedaba un último obstáculo, algo que, a pesar de nuestra felicidad, debía resolverse.

Caminaba por la mansión, con la mente llena de pensamientos, algunos de los cuales eran todavía un poco difusos. Marisol había desaparecido de nuestras vidas, al menos por el momento. Habíamos superado las tensiones de ese fatídico día en la boda, y ahora parecía que por fin podíamos respirar con libertad. Pero, en el fondo, sabía que aún quedaba una sombra del pasado que teníamos que enfrentar.

De repente, escuché un suave golpe en la puerta. Era Valentina.

—¿Puedo entrar? —su voz suave y tímida hizo que mi pecho se apretara, y sentí un nudo en la garganta al ver lo hermosa que se veía.

—Claro, mi amor, ven. —Abrí la puerta, y ella entró con una sonrisa tímida, pero con algo más en sus ojos. Algo profundo, algo que me hizo sentir que estábamos a punto de dar un paso importante en nuestra vida juntos.

Ella se acercó, tomándome de la mano, y me miró fijamente.

—Sebastián, quiero hablar contigo sobre algo, algo que he estado pensando durante mucho tiempo —dijo, su voz serena pero cargada de emoción.

Me senté junto a ella, tomándola en mis brazos, preparado para lo que viniera.

—Dime, Valentina. Lo que sea. Estoy listo para escucharlo.

Valentina respiró hondo, mirando al frente como si estuviera organizando sus pensamientos, buscando las palabras exactas. Finalmente, me miró a los ojos con una expresión decidida.

—Lo que quiero decirte es que, aunque el amor que compartimos es hermoso, quiero dar un paso más contigo. He pensado en esto durante mucho tiempo, y sé que lo que estamos construyendo juntos es más que suficiente. Pero quiero que estemos completos, que hagamos de este amor algo aún más grande.

Mis ojos se abrieron al instante, y el corazón me dio un vuelco. No sabía exactamente a qué se refería, pero una parte de mí ya lo intuía.

—¿A qué te refieres, Valentina? —pregunté, mi voz apenas un susurro, nervioso y lleno de esperanza al mismo tiempo.

Ella sonrió, con una dulzura infinita, antes de abrazarme más fuerte.

—Quiero ser tu compañera, Sebastián. En todos los sentidos. Quiero compartir mi vida contigo, no solo como tu pareja, sino como la madre de tus hijos.

Mi pecho se hinchó de emoción. Nunca imaginé que este momento llegaría tan rápido, pero ahora que estaba aquí, sabía que no había nada que deseara más.

—Valentina, no sabes lo feliz que me haces con esas palabras —respondí, tomando su rostro entre mis manos—. Yo también quiero lo mismo. Quiero construir una familia contigo, quiero que tengamos hijos, quiero que todo lo que hagamos sea junto a ti.

Nos miramos en silencio por un momento, disfrutando de la paz que nos ofrecía ese momento compartido. Sin importar lo que el mundo pensara o dijera, en ese instante, solo existíamos nosotros, juntos, mirando hacia el futuro.

Y fue entonces cuando decidí que debía hacer algo más, algo que necesitaba hacer no solo por mí, sino por nosotros.

—Valentina, quiero pedirte algo —dije, mi voz llena de determinación. Ella me miró curiosa, como si esperara que dijera lo que sabía que estaba a punto de decir.

—Lo que sea, Sebastián. Dímelo.

Sonreí, tomándola de las manos con más fuerza.

—Quiero que me des el honor de pasar el resto de mi vida contigo, pero no solo como pareja. Quiero que seas mi esposa, Valentina. Quiero casarme contigo, quiero que juntos podamos construir una vida llena de amor, familia, risas y todo lo que nos merecemos.

Ella no dijo nada de inmediato. En lugar de eso, su rostro se iluminó con una sonrisa tan grande que casi me hizo sentir que mi corazón iba a estallar. Y entonces, entre risas y lágrimas, sus palabras finalmente llegaron.

—Sí, Sebastián. Sí, quiero. Quiero ser tu esposa, quiero tener hijos contigo, quiero todo lo que la vida nos depare.

Nos abrazamos, rodeados por la calma de la mañana, sabiendo que estábamos a punto de emprender el siguiente capítulo de nuestras vidas. No importaban los retos ni los miedos que alguna vez nos acompañaron, porque estábamos listos para enfrentarlos juntos.

Y mientras la luz del día comenzaba a iluminar nuestra historia, supe que este sería el último paso para cerrar un capítulo lleno de dudas y comenzar uno nuevo, uno donde el amor, la confianza y la familia fueran los pilares de todo lo que construiríamos.

Este era nuestro momento, el momento en que todo lo que habíamos vivido nos llevaba a una sola verdad: estábamos hechos el uno para el otro, y nada ni nadie podría separarnos.

Un lugar que no es casa Where stories live. Discover now