La mañana siguiente, Valentina despertó con la sensación de que la noche anterior había sido un sueño perturbador. Pero al abrir los ojos, el peso en su pecho la recordó que todo lo que había vivido era real. Sebastián se casaba, y a ella le dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir.Se levantó lentamente, tratando de ignorar el nudo en su estómago, y caminó hacia la ventana. Desde allí, la mansión parecía tranquila, como siempre, pero dentro de ella todo estaba en caos. Las conversaciones sobre la boda, las invitaciones, los preparativos... todo había tomado un giro que la había dejado fuera de lugar.
Después de unos minutos de mirar el jardín, Valentina decidió que no podía quedarse allí, sumida en sus pensamientos. Necesitaba hacer algo, algo que la sacara de esa espiral de confusión. Se puso una chaqueta y salió de su habitación, decidida a no dejarse arrastrar por la sensación de impotencia que la acosaba.
Cuando bajó las escaleras, encontró a Sofía en la cocina, preparando el desayuno. La mirada de su amiga fue directa, como si supiera que algo no estaba bien, pero no dijo nada. En lugar de eso, la invitó a sentarse con un gesto amable.
—¿Todo bien? —preguntó Sofía mientras servía dos tazas de café, una de ellas frente a Valentina.
Valentina dudó por un momento. Podía decirle la verdad, podía confesarle lo que sentía, pero sabía que eso solo complicaría aún más las cosas. Además, ¿qué podría hacer Sofía para ayudarla?
—Sí... solo un poco cansada —respondió, evitando la mirada inquisitiva de su amiga.
Sofía no insistió, pero el silencio entre las dos era denso. Ambas sabían que había algo más, pero ninguna de las dos se atrevía a mencionarlo.
Valentina bebió un sorbo de café y decidió que necesitaba salir de la mansión. A veces, los problemas se volvían más claros cuando se estaba lejos de todo, cuando el aire fresco tocaba la piel y el silencio de la naturaleza te rodeaba. Así que se levantó, agradeció a Sofía y salió al jardín, buscando la paz que tanto necesitaba.
Cuando caminaba cerca de los rosales, algo llamó su atención: una figura familiar estaba cerca, entre las sombras del jardín. Sebastián. Estaba parado junto al mismo banco de madera donde había estado la noche anterior, mirando las estrellas, pero esta vez no parecía preocupado por nada. Sólo estaba allí, en silencio, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, como si esperara algo o a alguien.
Valentina se detuvo al verlo, la tensión volviendo a su cuerpo. No sabía si debía acercarse o dar media vuelta, pero algo la impulsó a caminar hacia él.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz más suave de lo que pretendía.
Sebastián giró lentamente, como si hubiera estado esperando que ella llegara. Su rostro se iluminó ligeramente al verla, pero no dijo nada de inmediato. Solo la observó en silencio, como si estuviera evaluando si debía hablar o no.
—Pensé que podrías necesitar compañía —respondió al final, su tono tranquilo, pero había algo en sus ojos que no pasaba desapercibido.
Valentina frunció el ceño, pero no dijo nada. No estaba preparada para hablar con él de nuevo, no en ese momento.
—¿Por qué no me dejas en paz, Sebastián? —preguntó, con una mezcla de cansancio y frustración en su voz. — Tú te vas a casar, y yo... yo solo soy una espectadora en tu vida.
Sebastián la miró fijamente, sus ojos llenos de algo que Valentina no podía entender. Sin embargo, su tono no fue de desafío ni arrogancia. Esta vez, parecía sincero.
—No quiero que seas solo una espectadora —dijo, su voz suave, casi como una confesión. —No sé qué significa todo esto entre nosotros, pero no quiero que te alejes.
Valentina sintió una punzada en su pecho, y aunque intentó ignorarla, no pudo. El dolor de escuchar esas palabras la alcanzó con fuerza.
—No te entiendo, Sebastián. —Su voz temblaba levemente. — ¿Qué quieres de mí?
Él dio un paso más cerca de ella, pero sin invadir su espacio personal. Miró hacia el suelo antes de responder.
—No lo sé... pero creo que te he estado buscando, sin darme cuenta. Y ahora que te he encontrado, no quiero perderte.
Valentina se quedó paralizada, sin saber qué decir. Las palabras de Sebastián la habían dejado sin aliento, y el remolino de emociones que había estado luchando por controlar comenzó a desbordarse.
—No entiendo. —La confusión la ahogaba. — ¿Por qué después de todos estos años...?
Sebastián levantó la vista, y sus ojos se encontraron con los de ella. La conexión entre ambos era innegable, pero también lo era la situación que los separaba.
—Porque nunca te dejé ir, Valentina. —Su voz fue firme, pero también había algo de vulnerabilidad en ella. —Y no sé cómo seguir adelante sin saber qué hay entre nosotros.
Valentina se alejó unos pasos, sintiendo que el aire se le escapaba de los pulmones. Las palabras de Sebastián la habían dejado atónita, pero no podía permitirse seguir pensando en él, no cuando su futuro estaba en juego.
—Tienes que casarte, Sebastián. —La voz de Valentina sonó más dura de lo que quería, pero la desesperación por mantener su autocontrol la hizo hablar de esa manera. — No puedes seguir buscando respuestas en mí.
Sebastián la observó por un largo momento, y aunque sus ojos mostraban un profundo conflicto, no dijo nada. En su lugar, se quedó en silencio, contemplando el jardín bajo la luz tenue de la mañana, como si pensara en todo lo que se estaba a punto de perder.
Valentina dio media vuelta y caminó hacia la mansión, sin mirar atrás. Aunque sentía que algo había cambiado entre ellos, sabía que no podía dejarse arrastrar por lo que sentía. La boda de Sebastián seguiría adelante, y ella tendría que encontrar una manera de vivir con su propio dolor, porque el amor no siempre era suficiente para cambiar el destino.
Aquel día, Valentina sabía que enfrentaría muchas más preguntas. Pero por primera vez en mucho tiempo, también entendía que las respuestas tal vez nunca llegarían.
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Un lugar que no es casa
Short StoryValentina siempre había tenido una vida sencilla pero perfecta, hasta que todo cambió. La pérdida del trabajo de su madre la obligó a dejar Chicago y su mundo conocido para ir a España, a vivir con su abuela en una casa que no sentía suya. Allí, el...