Capítulo 29

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Valentina

La furia de Marisol me golpeó como un torrente, cada palabra que salía de su boca era un martillazo, y aunque intentaba mantener la compostura, sentía como si mi mundo se estuviera desmoronando. Sebastián había hecho lo impensable. Había confesado su amor por mí delante de todos, y al mismo tiempo, me había expuesto a la ira de Marisol, cuya rabia parecía no tener límites.

Las miradas de los asistentes se clavaron en mí, y el peso de la incomodidad me hacía sentir más pequeña de lo que ya estaba. Marisol seguía gritando, lanzando insultos que yo ni siquiera entendía completamente, pero que me atravesaban de todos modos. Mis manos temblaban, y mis piernas se sentían como si fueran a ceder bajo mi peso. No quería estar aquí, no quería ser parte de este caos, pero la verdad era que ya no podía escapar de lo que había comenzado.

Miré a Sebastián, su rostro había perdido todo el color, sus ojos reflejaban arrepentimiento, pero también una resolución que no comprendía completamente. Me dolía verlo así, tan atrapado entre lo que deseaba y lo que debía hacer, entre lo que sentía y lo que había prometido.

—Sebastián... —musité, mi voz apenas un susurro entre el ruido—. No es necesario esto... No tienes que arruinarlo todo. Sabes que no podemos seguir con esto.

Marisol se adelantó, empujando a un lado a los que intentaban calmarla, y se plantó frente a mí, su rostro distorsionado por la rabia. Sus ojos chisporroteaban, como si quisieran incendiar todo a su paso.

—¡No te atrevas a hablarme así! —gritó, apuntándome con el dedo—. Eres una mujer sin principios. Pensé que era solo un juego para él, pero parece que no te importa destruirme por completo. ¡Eres una traidora!

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no las dejé caer. No iba a darle a Marisol esa satisfacción. El dolor que sentía era profundo, pero mi corazón se estaba enfocando en algo mucho más importante: no quería que Sebastián tuviera que cargar con el peso de su decisión por mi culpa. No podía seguir siendo el centro de este torbellino.

Volví a mirar a Sebastián. Él estaba allí, inmóvil, sus ojos vacíos, como si buscara las palabras correctas para decir, pero ninguna parecía suficiente.

—Marisol, por favor... —dijo finalmente, su voz quebrada. —Lo siento. Te fallé. Pero nunca te amé. Y no puedo seguir viviendo una mentira. A ella la amo, y siempre la he amado.

Fue como si el tiempo se detuviera por un momento. No había vuelta atrás. Las palabras estaban fuera, ya no quedaba espacio para más excusas. La verdad estaba ahí, a la vista de todos, sin filtros. Y en ese momento, me di cuenta de que el futuro de todos había cambiado en un instante.

Marisol no lo soportó. Con una furia descontrolada, giró sobre sus talones y comenzó a caminar rápidamente hacia la salida. Los murmullos entre los invitados crecieron, algunos intentando calmarla, otros simplemente observando la escena. Pero yo no pude hacer nada más que quedarme allí, sintiéndome atrapada entre el dolor y la culpa.

Sebastián se giró hacia mí, sus ojos ahora más suaves, pero con una tristeza profunda que me atravesaba. No podía mirarlo sin sentir que, aunque el amor que había confesado era real, su vida estaba irremediablemente rota por todo lo que había sucedido.

—¿Y ahora qué? —preguntó en voz baja, su mirada perdida en la multitud que comenzaba a dispersarse.

No supe qué responder. Las palabras parecían insuficientes. Sabía que la vida de ambos había cambiado para siempre, pero no podía evitar preguntarme si alguna vez tendríamos la oportunidad de ser realmente felices juntos. Mi corazón aún latía por él, pero el camino hacia la felicidad parecía lejano, incierto.

Sebastián

La tormenta de emociones que sentía dentro era abrumadora. Marisol había dejado la iglesia en un estallido de ira, dejando tras de sí una estela de caos y tristeza. No sabía cómo enfrentar lo que había hecho, cómo enfrentar la culpa de haber hecho daño a alguien que no merecía nada de esto. Pero, por otro lado, sentía que mi alma estaba finalmente alineada con la verdad, con lo que siempre había sido evidente para mí.

Me giré hacia Valentina, pero no encontré palabras. La miraba, deseando con todo mi ser poder protegerla de la tormenta que se desataba. Ella, la mujer que había ocupado mis pensamientos todos estos años, estaba aquí, frente a mí, y sin embargo, parecía tan distante, tan inaccesible. Sabía que no podría arreglar lo que había roto, y ni siquiera sabía si ella podía perdonarme por todo lo que había causado.

—Valentina... —dije, mi voz quebrada, pero decidida—. No quiero que me mires como si fuera el villano. Lo que hice, lo hice por amor. Pero sé que no hay forma de que todo esto sea fácil para ti. No te pido que me perdones, pero quiero que sepas que lo que siento por ti no tiene comparación.

Ella me miró por un instante largo, como si intentara leer mi alma, y yo, por primera vez, deseaba que pudiera ver lo profundo que era mi amor por ella. Pero había algo en su mirada que me hizo temer lo peor: la duda, el temor de que nunca fuera suficiente para ella.

Finalmente, Valentina dio un paso atrás, como si estuviera tratando de poner distancia entre nosotros. —Lo sé, Sebastián, lo sé. Pero ahora las cosas son diferentes. Ya no podemos seguir como si nada. Esto ha cambiado todo.

La desesperación llenó mi pecho. Sabía que tenía razón. No importaba cuánto lo deseara, ya nada sería igual. Sin embargo, una parte de mí, una pequeña pero poderosa parte, se negaba a rendirse.

—Valentina, te pido una oportunidad. No sé qué nos depara el futuro, pero no quiero seguir viviendo sin ti.

El silencio se alargó, y por un momento, pensé que ella no diría nada. Pero cuando finalmente levantó la vista, sus ojos estaban llenos de una mezcla de tristeza y amor no correspondido.

—Tal vez algún día, Sebastián. Tal vez algún día —susurró, antes de volverse y salir de la iglesia, dejándome solo con mi arrepentimiento y mis esperanzas rotas.

Y así, la boda que nunca debió ser, terminó con más preguntas que respuestas.

Un lugar que no es casa Where stories live. Discover now