Capituló 4: verdades rebeladas

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La vida en la mansión Montes tenía sus altibajos. Para Valentina, cada día era un nuevo reto, pero también una oportunidad para aprender a sobrellevar su nueva realidad. Desde su llegada, había intentado mantenerse ocupada ayudando a su abuela con las tareas diarias y buscando refugio en las largas caminatas por los jardines. Sin embargo, una noticia inesperada cambió la rutina de todos.

La madre de Sebastián, la señora Montes, regresaba de un largo viaje a México, donde había estado supervisando algunos negocios familiares. La mansión se llenó de ajetreo mientras el personal preparaba su recibimiento. Valentina no podía evitar sentir curiosidad; hacía años que no veía a la señora Montes, pero recordaba su calidez y la forma en que siempre la había tratado con amabilidad cuando era niña.

Cuando llegó el día, la escena fue tan elegante como había esperado. Un auto negro se detuvo frente a la entrada principal, y la señora Montes salió con la gracia de alguien acostumbrada a un mundo de lujos. Vestida con un traje beige impecable y unas gafas oscuras, irradiaba elegancia y autoridad.

—¡Valentina! —exclamó la señora Montes apenas la vio, con una sonrisa que iluminó su rostro.

Valentina, sorprendida por el entusiasmo, apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la mujer la abrazara con fuerza.

—¡Cuánto has crecido, querida! La última vez que te vi eras solo una niña. Mírate ahora, tan guapa como tu madre.

Valentina sonrió tímidamente, sintiéndose un poco fuera de lugar.

—Gracias, señora Montes. Es un gusto verla de nuevo.

—Nada de "señora Montes", dime Sofía, como siempre lo hacías. Qué alegría tenerte aquí, cariño. He escuchado que estás pasando un momento difícil, pero quiero que sepas que esta casa también es tu hogar.

Las palabras de Sofía hicieron que Valentina sintiera una calidez inesperada. Era reconfortante escuchar algo así, especialmente cuando todo a su alrededor parecía tan incierto.

Sebastián, quien había estado observando la escena desde la entrada, se acercó con una sonrisa irónica.

—Parece que tienes una fan, Valentina.

—No seas insolente, Sebastián —dijo Sofía, dándole un leve golpe en el brazo. Luego, volviéndose hacia Valentina, agregó:— Este niño siempre ha sido un poco descarado, pero no le hagas caso. Estoy segura de que se alegrará de tenerte aquí.

Valentina se limitó a sonreír mientras Sebastián le lanzaba una mirada divertida, como si disfrutara del incómodo momento.

Esa misma tarde, mientras Valentina ayudaba a su abuela en la cocina, escuchó fragmentos de una conversación que la dejó helada.

—¿Ya le contaste a Valentina? —preguntó Sofía, su voz resonando desde la sala.

—¿Contarle qué? —respondió Sebastián con indiferencia.

—Sobre tu compromiso, hijo. Es un gran paso, y estoy segura de que Valentina estará feliz por ti.

Valentina dejó caer una cuchara al suelo, el ruido resonando en el silencio de la cocina. Su abuela la miró con preocupación, pero Valentina fingió estar bien mientras recogía la cuchara.

"Compromiso", pensó. Las palabras seguían rebotando en su mente mientras intentaba convencerse de que no le importaba. Sin embargo, algo en su pecho se apretaba con fuerza, como si la noticia hubiera abierto una grieta que ni siquiera sabía que existía.

Más tarde, mientras ordenaba unos libros en la biblioteca, Sebastián apareció de repente, como si nada hubiera pasado.

—¿Estás escondiéndote? —preguntó con esa sonrisa burlona que tanto la irritaba.

Valentina respiró hondo, intentando mantener la calma.

—¿Por qué debería esconderme? —respondió sin mirarlo.

—No lo sé. Tal vez porque escuchaste algo que no deberías.

Valentina se giró para enfrentarlo, cruzando los brazos.

—¿Es cierto? ¿Te vas a casar?

Sebastián la miró fijamente, su expresión perdiendo un poco de su habitual arrogancia.

—Sí. Se llama Marisol.

El nombre golpeó a Valentina con más fuerza de lo que esperaba.

—Pues felicidades. Espero que sean muy felices —dijo con voz firme, aunque sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.

—¿Eso es todo? —preguntó Sebastián, arqueando una ceja.

—¿Qué más esperabas que dijera? —respondió Valentina, intentando no mostrar lo que realmente sentía.

Él se encogió de hombros, pero algo en su mirada revelaba que esperaba una reacción distinta.

—Nada. Supongo que no importa.

Valentina lo vio salir de la habitación, y por primera vez se permitió sentir el peso de la noticia. No entendía por qué le afectaba tanto, pero sabía que nada volvería a ser igual entre ellos.

Esa noche, mientras Valentina estaba en su habitación, su abuela entró con una taza de té caliente.

—Hija, ¿estás bien? Te vi muy callada hoy.

Valentina tomó la taza y asintió lentamente.

—Estoy bien, abuela. Solo... fue un día largo.

La abuela la miró con ojos llenos de sabiduría y comprensión, pero no insistió.

—Recuerda, mi niña, que a veces las cosas que más duelen son las que nos enseñan las lecciones más importantes. El tiempo pondrá todo en su lugar.

Valentina asintió, aunque en su corazón las palabras no hacían más fácil el dolor que sentía. Entre las sombras de su nueva vida y la luz que intentaba encontrar, sabía que tendría que enfrentarse a sus propios sentimientos para poder avanzar.

Un lugar que no es casa Where stories live. Discover now