Capítulo 8

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El sol de la tarde comenzaba a caer, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras Valentina caminaba por los pasillos de la mansión, ajena al bullicio que se generaba dentro. Aunque las voces de los sirvientes y los invitados se mezclaban en la distancia, para ella todo sonaba lejano, como si estuviera en un mundo aparte.

Había tomado una decisión, y aunque aún sentía el peso de sus emociones, no podía dejar que Sebastián siguiera siendo una presencia tan constante en su vida. No más dudas, no más juegos. Lo que había sucedido entre ellos, años atrás, seguía siendo un muro que no podía atravesar, y a pesar de la conexión que ahora compartían, Valentina sabía que no podía perdonarlo.

Esa mañana, al salir al jardín, Sebastián la había detenido con esas palabras que la dejaron atrapada en una tormenta interna. Pero ahora, mientras se preparaba para enfrentarse a él, sabía que tenía que hablar con la verdad, aunque eso significara herirlo.

Valentina encontró a Sebastián cerca de la biblioteca, mirando distraídamente una de las ventanas. La luz cálida del atardecer iluminaba su rostro, pero él no parecía notar su presencia hasta que ella se acercó lo suficiente.

—Necesitamos hablar —dijo ella, rompiendo el silencio con una voz que, aunque firme, no ocultaba la tensión que sentía.

Sebastián giró lentamente, y cuando sus ojos se encontraron, Valentina vio algo que la hizo dudar por un segundo. Ese brillo en su mirada, la misma intensidad que había visto años atrás, estaba presente, pero había algo diferente, como si ahora fuera más genuino, menos arrogante.

—Te escucho —respondió él, con una suavidad que la hizo sentirse incómoda.

Valentina tomó aire, sabiendo que lo que estaba a punto de decir podría cambiarlo todo entre ellos.

—No quiero que sigas buscando algo entre nosotros, Sebastián. No quiero que sigas pensando que hay alguna posibilidad de que las cosas entre tú y yo sean diferentes. —Se detuvo un momento, sintiendo cómo las palabras se atoraban en su garganta. Pero tenía que seguir, tenía que ser clara. —Lo que pasó, hace años, no se olvida. No puedes esperar que todo se borre con un par de palabras.

Sebastián frunció el ceño, y un rastro de confusión cruzó su rostro. Dio un paso hacia ella, pero Valentina levantó una mano, pidiéndole que se detuviera.

—No me miraste como a una igual, Sebastián. —Su voz se quebró un poco, pero Valentina la controló rápidamente. — Cuando te confesé que me gustabas, me humillaste delante de todos. Me dejaste allí, sola, avergonzada. Me hiciste sentir pequeña, como si no valiera nada.

Las palabras salieron de su boca como un torrente, y por un momento, Valentina temió que su franqueza hubiera sido demasiado. Pero no, tenía que decirlo. Necesitaba que él supiera por qué no podía perdonarlo, por qué no podía dejar que sus emociones la guiaran ahora.

Sebastián se quedó en silencio, sus ojos fijos en ella. Por un momento, Valentina no pudo leer su expresión. Pero después, algo en su rostro cambió. No fue una sonrisa arrogante ni una mirada de desafío, sino algo más vulnerable, como si estuviera procesando lo que ella había dicho.

—No sabía... no sabía cuánto te había lastimado —dijo finalmente, con una tristeza genuina en su voz. Su tono era diferente, sin esa confianza que a veces parecía robarle la humanidad. — Valentina, yo... nunca quise hacerte daño. Estaba tan atrapado en mi propio mundo, en mis propios miedos, que no vi lo que estaba haciendo.

Valentina lo miró fijamente, sin saber si creerle. Sabía que las palabras eran fáciles de decir, pero las acciones eran lo que realmente importaba. Y aunque Sebastián parecía sinceramente arrepentido, las cicatrices de lo que había vivido años atrás no se desvanecían con una disculpa.

—Eso fue hace años, Sebastián. Y no me importa si ahora estás arrepentido, porque el daño ya está hecho. —Su voz sonaba dura, pero era la única manera en que podía protegerse. — Ya no soy la misma chica que fuiste capaz de humillar. No me voy a quedar aquí esperando a que cambies de opinión.

Sebastián la observó por un largo momento, como si estuviera luchando con algo en su interior. Su rostro mostraba un conflicto profundo, pero al final, solo asintió lentamente.

—Entiendo —dijo en un susurro. — Si no quieres que haya nada entre nosotros, lo aceptaré. No tengo derecho a presionarte.

Valentina sintió una mezcla de alivio y tristeza. Sabía que era lo mejor para ambos, pero no podía evitar sentir que algo dentro de ella se había roto aún más. La posibilidad de un "nosotros" ya no existía, y aunque había tomado la decisión correcta, el dolor seguía presente.

—Gracias —dijo ella, casi en un susurro, dándose la vuelta para alejarse. Pero antes de dar un paso, se detuvo y lo miró una última vez. — Y, Sebastián... no olvides que mi vida no gira en torno a ti. Estoy construyendo mi futuro, con o sin ti.

Con esas palabras, Valentina dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el interior de la mansión. Cada paso que daba era un paso más lejos de él, de lo que pudo haber sido, pero también un paso hacia su propio crecimiento. La puerta se cerró tras ella con un suave clic, y aunque el peso de la decisión la seguía acompañando, Valentina sabía que era el principio de algo nuevo para ella.

Sebastián se quedó allí, mirando cómo se alejaba, con la sensación de que, tal vez, había perdido algo que nunca podría recuperar. Y aunque no podía entender del todo las razones de Valentina, sabía que tenía que aceptar las consecuencias de sus propios actos.

El futuro de ambos estaba ya decidido, y ninguno de los dos sabía con certeza qué les depararía. Pero lo que sí sabían era que, por fin, las palabras estaban dichas. Y ahora, solo quedaba seguir adelante.

Un lugar que no es casa Where stories live. Discover now