Capítulo 5: Verdades y Silencios

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Los días que siguieron al anuncio del compromiso de Sebastián fueron extraños para Valentina. A pesar de sus esfuerzos por mantenerse ocupada y aparentar indiferencia, el tema parecía perseguirla por toda la mansión. Desde las conversaciones casuales de los empleados hasta las miradas insistentes de Sebastián, sentía como si todo estuviera diseñado para recordarle lo que prefería ignorar.

Una tarde, mientras estaba en el jardín recogiendo algunas flores para su abuela, Sofía apareció con su habitual elegancia. Valentina no la había visto acercarse, pero su presencia siempre traía consigo un aire de calidez y autoridad que era difícil ignorar.

—Valentina, querida, ¿puedes acompañarme un momento? Me gustaría hablar contigo.

Valentina asintió, un poco desconcertada, y siguió a Sofía hasta la terraza, donde un par de tazas de té ya esperaban sobre una mesa de hierro forjado. Se sentaron, y Sofía la miró con una sonrisa amable que, sin embargo, parecía esconder algo más.

—¿Cómo te estás adaptando, mi niña? —preguntó Sofía mientras revolvía su té con una cucharilla.

—Bien, creo. Es... diferente, pero estoy tratando de acostumbrarme.

Sofía asintió, como si esperara esa respuesta.

—Me alegra escucharlo. Pero debo decir que he notado que estás un poco... distraída últimamente.

Valentina sintió un leve nudo en el estómago.

—No, estoy bien. Solo he tenido mucho en qué pensar.

Sofía dejó la cucharilla a un lado y la miró directamente, su expresión cambiando a algo más serio.

—¿Y eso tiene que ver con Sebastián?

El nombre cayó como una piedra en el silencio. Valentina sintió que el color se le subía al rostro, pero intentó mantenerse serena.

—¿Sebastián? No... no sé de qué habla.

Sofía entrecerró los ojos, como si pudiera ver a través de las palabras de Valentina.

—Hija, te conozco desde que eras una niña. Puedo notar cuando algo te afecta. Y siendo honesta, creo que tú y Sebastián tienen algo no resuelto.

Valentina dejó la taza sobre la mesa, sintiendo que sus manos temblaban ligeramente.

—Está equivocada. Sebastián y yo... apenas nos llevamos. Ni siquiera lo soporto la mayoría del tiempo.

Sofía esbozó una leve sonrisa, como si encontrara la respuesta divertida.

—¿De verdad? Porque no parece ser así. Al menos, no desde mi perspectiva.

—Es cierto —respondió Valentina, con más firmeza de la que esperaba encontrar.

Sofía la observó por un momento antes de cambiar de tema, aunque su expresión dejó claro que no le creía del todo.

—En fin, hablemos de algo más agradable. El matrimonio de Sebastián será un gran evento. Marisol es una joven encantadora, de buena familia, y tienen grandes planes juntos.

Valentina sintió un frío incómodo recorrer su espalda.

—Seguro será... hermoso —dijo, intentando no mostrar su incomodidad.

Sofía sonrió, ajena o quizá consciente del efecto que sus palabras tenían en Valentina.

—Sí, lo será. Sebastián y Marisol hacen una pareja preciosa, ¿no crees?

—Supongo que sí —respondió Valentina, apretando los labios.

—¿Sabes? Creo que Marisol es justo lo que Sebastián necesita. Es paciente, sabe lidiar con su carácter, y lo adora. Estoy segura de que serán muy felices juntos.

Cada palabra se sentía como un golpe, pero Valentina mantuvo la compostura, fingiendo un interés que no sentía.

—Claro. Le deseo lo mejor.

Sofía la miró con una mezcla de ternura y curiosidad antes de inclinarse un poco hacia ella.

—Valentina, cariño, si alguna vez necesitas hablar de lo que sea, sabes que estoy aquí, ¿verdad?

Valentina asintió rápidamente, ansiosa por terminar la conversación.

—Gracias, señora Montes... Sofía. Lo recordaré.

Sofía sonrió y, con un gesto elegante, terminó su té.

—Bueno, será mejor que te deje. Gracias por tu compañía, querida.

Cuando Sofía se marchó, Valentina se quedó sentada en silencio, mirando el té frío en su taza. La conversación había removido cosas que intentaba enterrar, pero también la había dejado con una sensación de impotencia.

¿Por qué le afectaba tanto el compromiso de Sebastián? ¿Por qué no podía simplemente seguir adelante?

Mientras observaba el horizonte, Valentina supo que no podría evitar sus emociones para siempre. Tendría que enfrentarlas, aunque no estuviera lista. La pregunta era: ¿cómo lo haría sin perderse a sí misma en el proceso?

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