Capítulo 38

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Había momentos en los que no podía evitar pensar en el pasado. En lo que había sido, en lo que había dolido. A veces, esos recuerdos aparecían sin previo aviso, como fantasmas que se colaban entre mis pensamientos, recordándome el sufrimiento que había sentido.

Uno de esos recuerdos me asaltó esa tarde mientras caminábamos por el jardín, entre risas y caricias, cuando Sebastián me miró con una expresión que no pude descifrar al principio. Era un brillo de vulnerabilidad, algo que rara vez veía en él.

—Valentina, hay algo que necesito decirte —dijo, su tono grave, como si se preparara para algo importante.

Me detuve un momento, preocupada, y lo miré fijamente.

—¿Qué pasa, Sebastián?

Él respiró hondo, como si las palabras le costaran, y luego me miró a los ojos con una intensidad que me hizo sentir como si el tiempo se detuviera.

—Quiero pedirte perdón, Valentina. Y sé que tal vez no sea suficiente, pero necesito que sepas que me arrepiento profundamente de lo que hice en el pasado, de cómo te traté... de lo que te hice sentir esa vez.

Mis ojos se abrieron con sorpresa. Sabía a lo que se refería, pero escuchar esas palabras de él me dejó sin aliento.

—Sebastián, no... no hace falta —dije, agachando la cabeza, recordando ese día. El día en que me había declarado delante de todos, llena de valentía y emoción, solo para ser rechazada de la manera más cruel.

—Sí hace falta, Valentina. Porque lo que hice fue terrible. Te humillé frente a todos, y sé que ese dolor no se puede borrar fácilmente. Pero necesito que sepas que lo que dije y cómo te traté no era lo que sentía. Era miedo. Un miedo absurdo que me hizo hacer algo horrible.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, recordando el dolor que sentí aquel día. Había sido tan joven, tan insegura. Había creído que Sebastián era todo lo que necesitaba, y su rechazo fue una herida que me costó mucho sanar.

—¿Miedo? —susurré, tratando de procesar lo que él decía.

Sebastián asintió, sus ojos llenos de arrepentimiento.

—Sí. Tenía miedo de mis propios sentimientos. Tenía miedo de amarte, porque me asustaba lo que eso significaba. No entendía lo que estaba sintiendo, y en lugar de enfrentar mis emociones, elegí hacer lo más fácil: esconderme detrás de palabras crueles. Te humillé porque no sabía cómo enfrentar lo que sentía. Pero eso no cambia lo que eres para mí, Valentina. No cambia lo que siento ahora.

Mi corazón latió más rápido mientras lo escuchaba, las palabras de Sebastián calando hondo en mí. Mi joven corazón había estado roto por su rechazo, pero ahora entendía que lo que él había hecho no era por falta de amor, sino por la falta de valentía para enfrentarlo.

Me acerqué a él, tocando su rostro con suavidad, con la esperanza de que mi gesto pudiera mostrarle lo que sentía.

—Te perdono, Sebastián. Yo... yo también te amaba entonces, pero no entendía muchas cosas, como tú tampoco las entendías. Lo que pasó en el pasado, todo eso, ya no importa. Lo importante es lo que tenemos ahora, lo que somos ahora.

Sebastián me miró con tanto amor y gratitud en los ojos que sentí mi corazón latir con fuerza.

—Gracias, Valentina. De verdad. Y te prometo que jamás te haré sentir menos. Nunca más.

Nos quedamos en silencio por un momento, solo disfrutando de la cercanía del otro. Pero las palabras de Sebastián seguían resonando en mi mente. El amor que sentíamos no había nacido de la nada; había estado allí todo el tiempo, oculto entre los miedos y las inseguridades, esperando el momento adecuado para salir a la luz.

Finalmente, Sebastián rompió el silencio con una sonrisa suave.

—¿Sabes qué? —dijo, tomándome de la mano—. Nunca imaginé que, después de todo lo que pasó, estaría aquí, de pie a tu lado, pidiéndote perdón y, al mismo tiempo, prometiéndote que siempre estaré aquí para ti. Que siempre seré lo que te mereces.

Sonreí, sintiendo el amor que nos envolvía, y no pude evitar susurrar:

—Todo ha valido la pena, Sebastián. Todo, para llegar hasta aquí. Y aquí es donde quiero estar: contigo.

Sebastián me abrazó con fuerza, y el mundo, una vez más, desapareció a nuestro alrededor. Sabía que, pase lo que pase, siempre estaríamos juntos, enfrentando lo que viniera. Y aunque el pasado había dejado sus cicatrices, ahora, con él a mi lado, sentía que podía mirar al futuro con la esperanza de que todo lo que habíamos vivido nos había preparado para este amor verdadero.

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