Capítulo 37

1 0 0
                                    



El sol comenzaba a ponerse, tiñendo de naranja y violeta el cielo, mientras Valentina y yo caminábamos por el jardín de la mansión, rodeados de flores que parecían estar celebrando nuestra alegría. No había nada más importante en ese momento que tenerla a su lado, sabiendo que todo lo que habíamos pasado nos había llevado a este punto: a un futuro juntos, sin más obstáculos, solo amor.

Habíamos hablado durante horas sobre el futuro, sobre los sueños que compartíamos, las pequeñas cosas que queríamos construir. Y en cada palabra, en cada risa, sentía que nuestros corazones se unían más.

—¿Sabes? —le dije, tomando su mano suavemente mientras caminábamos entre los árboles—, me siento como si estuviera viviendo un sueño. Todo lo que hemos vivido, todo lo que hemos superado, y ahora... aquí estamos.

Valentina me miró, sus ojos brillando con una ternura infinita.

—Yo también me siento así. A veces me pregunto si realmente todo esto es real, pero cuando te miro, cuando estoy a tu lado, sé que lo es.

Mi pecho se llenó de emoción al escuchar sus palabras. Todo lo que había vivido, todas las decisiones que tomé, me trajeron hasta ella. Y no había nada que quisiera más que hacerla feliz, ser el hombre que ella merecía.

Nos detuvimos cerca de una pequeña fuente, y sin pensarlo, la tomé entre mis brazos, abrazándola con fuerza. Ella cerró los ojos, apoyando su cabeza sobre mi pecho. Podía sentir la suavidad de su cabello, el latir de su corazón, todo en ella me hacía sentir como si no necesitara nada más.

—Sé que hemos pasado por cosas difíciles, Valentina. Y tal vez no siempre sea fácil, pero te prometo que siempre estaré aquí para ti. Siempre seré tu compañero, tu amigo, tu amor. No hay nada que me importe más que verte feliz.

—Te creo, Sebastián —respondió suavemente, levantando la cabeza para mirarme con los ojos llenos de amor—. Y yo te prometo lo mismo. Pase lo que pase, no dejaré de luchar por nosotros.

Me incliné hacia ella, sin poder resistirme a la necesidad de besarla. Cuando nuestros labios se encontraron, fue como si el mundo se detuviera. Cada beso, cada caricia, era una promesa de que siempre estaríamos ahí el uno para el otro.

Cuando nos separamos, ambos estábamos sonriendo, respirando profundamente, disfrutando de la paz que compartíamos.

—A veces, Valentina, cuando te miro, no puedo evitar pensar en el futuro, en todo lo que podemos hacer juntos... en nuestra familia.

Ella me miró con los ojos brillando, su rostro tan cerca del mío que podía sentir su respiración cálida.

—A mí me pasa lo mismo —dijo, su voz suave y llena de emoción—. Me imagino viviendo toda mi vida contigo. Tenía miedo de no poder ser feliz, de que todo lo que quería se desvaneciera, pero ahora que estás a mi lado, sé que podemos hacer todo realidad.

Tomé su rostro entre mis manos, mirándola con seriedad y amor.

—Lo haremos, Valentina. Lo haremos juntos. Y no importa lo que venga, lo enfrentaremos de la mano.

Su sonrisa se amplió, y pude ver cómo sus ojos se llenaban de confianza.

—Sebastián, eres mi todo. Y sé que, pase lo que pase, siempre serás la persona con la que quiero compartir mi vida.

Sus palabras me llenaron de una felicidad que no podía describir. No era solo el amor que sentíamos, era esa certeza profunda de que todo lo que habíamos vivido nos había preparado para este momento. Y no había nada que me detuviera ahora.

Al final del día, mientras la noche comenzaba a envolvernos en su manto de estrellas, su mano se entrelazó con la mía, y ambos caminamos en silencio, sin prisa, sabiendo que este era solo el comienzo de una historia que siempre recordaríamos como el capítulo más hermoso de nuestras vidas.

Un lugar que no es casa Where stories live. Discover now