El calor del sol me envolvía mientras descansaba al borde de la piscina. Me sentía agotada, como si todo lo que había pasado en los últimos días, todas las emociones reprimidas, finalmente hubieran hecho su efecto. Miré al cielo, buscando algo de paz en la vastedad azul, pero mis pensamientos seguían siendo un torbellino. El chico con la copa me había dejado algo más que una sonrisa incómoda; me había hecho recordar lo que había dejado atrás, lo que había intentado olvidar.Sebastián estaba cerca, pero no se acercó. No lo esperaba, en realidad. Después de todo, ¿qué derecho tenía él de acercarse a mí? Su vida, su futuro, estaba claro para él: Marisol. No era mi lugar, ni lo sería nunca. Aunque sus ojos me buscaran, aunque su presencia me hiciera sentir algo más que confusión.
Mi mirada se desvió hacia él, que estaba parado a unos metros de donde me encontraba, con una expresión de tensión en el rostro. Parecía estar luchando contra algo que no podía entender. Pero yo ya no estaba dispuesta a ser parte de esa batalla interna que él tenía. Ya no era su preocupación, ni él la mía.
Josué se acercó a mí con su sonrisa característica, esa que siempre había tenido desde que éramos pequeños. Sus ojos brillaban con un toque de complicidad, como si supiera exactamente lo que pasaba por mi mente. Me senté más cómodamente, observando cómo su mirada se dirigía a Sebastián, que parecía estar demasiado ocupado en sus pensamientos para notar lo que sucedía a su alrededor.
—No le hagas caso a Sebastián —me dijo, y su tono no era de reproche, sino más bien una advertencia. Sabía que me había dado cuenta de todo lo que pasaba entre ellos, de la tensión que siempre existía cuando Sebastián estaba cerca de mí.
Yo lo miré, preguntándome si en algún momento alguien vería lo que yo estaba viendo. Sebastián no me amaba. Lo sabía. Y aunque eso me dolía más de lo que quería admitir, no podía seguir aferrándome a algo que nunca fue mío. Él tenía su vida, su compromiso, su futuro con Marisol. Y yo tenía el mío, que estaba forjándose a pesar de todo lo que había sucedido.
—Sé que no es fácil —agregó Josué, sin perder la sonrisa, pero con una mirada de preocupación—. Pero no dejes que eso te afecte más de lo que ya te ha afectado. Él está atrapado en algo que no eligió, y tú no eres parte de su guerra.
Las palabras de Josué resonaron en mi mente. No era parte de su guerra, pero en algún momento había estado involucrada. Tal vez, sin darme cuenta, había esperado más de lo que me correspondía. Ahora todo parecía tan claro: Sebastián estaba atado a su familia, a su futuro, a su compromiso con Marisol. ¿Y yo? ¿Qué era yo en todo eso? ¿Una ilusión pasajera?
—No quiero seguir pensando en esto —respondí, sacudiendo la cabeza con frustración—. Quiero disfrutar de este momento, aunque sea por un segundo. No quiero que todo me esté hundiendo.
Josué sonrió, como si al fin entendiera lo que necesitaba. A veces, él era el único que podía sacarme de esos momentos de tormenta interna, cuando todo parecía estar al borde del colapso.
—Tienes razón —dijo mientras se sentaba junto a mí—. No dejes que ellos decidan por ti. Haz lo que te haga bien. Si tú eres la única que puede cambiar tu historia, entonces que nadie te diga lo contrario.
Miré a Sebastián una vez más, esa vez con menos dolor y más comprensión. Sabía que nunca sería parte de su vida de la manera que había soñado. Pero estaba lista para dejar de perseguir lo imposible. Estaba lista para escribir mi propia historia, sin importar lo que los demás pensaran.
El sol continuaba brillando, y aunque mi corazón todavía estaba herido, algo en mi interior me decía que tal vez, solo tal vez, podía aprender a vivir sin la sombra de Sebastián sobre mí. Podía seguir adelante, encontrar mi propio camino, sin importar cuán difícil fuera.
Al final, lo que me quedaba era esta vida, la que yo podía controlar. Y aunque no tuviera todas las respuestas, sabía que podía seguir adelante.
—Vamos a disfrutar del día —dije, con una sonrisa que sentí sincera por primera vez en mucho tiempo—. No más sombras, solo sol.
Josué me miró, aprobando mi actitud. Y por primera vez desde que llegué a ese lugar, sentí que podía respirar. Sin Sebastián. Sin Marisol. Sin las expectativas que otros habían puesto sobre mí. Solo yo. Solo Valentina.
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Un lugar que no es casa
Short StoryValentina siempre había tenido una vida sencilla pero perfecta, hasta que todo cambió. La pérdida del trabajo de su madre la obligó a dejar Chicago y su mundo conocido para ir a España, a vivir con su abuela en una casa que no sentía suya. Allí, el...