Capítulo 10

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Valentina necesitaba un respiro. Madrid, con su bullicio, sus calles llenas de historia y vida, era el lugar perfecto para desconectar de todo lo que había sucedido en los últimos días. Las tensiones con Marisol, la confusión con Sebastián, y el dolor de viejos recuerdos la habían dejado exhausta. Pero aún había algo que la mantenía atrapada en esa mansión: la idea de que quizás, solo quizás, al salir de ahí podría encontrar algo de paz.

Decidió que iba a hacer algo que llevaba mucho tiempo posponiendo: ir a pasear por las calles de Madrid. Nunca había tenido la oportunidad de conocer la ciudad a fondo, siempre había estado más centrada en su vida dentro de la mansión, en los problemas familiares, en las dudas sobre Sebastián y todo lo que giraba alrededor de él. Pero hoy, quería escapar de esa burbuja y ver el mundo con otros ojos.

Justo cuando estaba por salir de su habitación, escuchó voces en el pasillo. Reconoció una de las voces de inmediato: era Sebastián. Pero lo que más la sorprendió fue la otra voz, una que no había escuchado en mucho tiempo. Se asomó con cautela por la puerta, intentando no hacer ruido, y vio a Sebastián junto a un hombre alto, de cabello oscuro y ojos intensos. Él sonrió al reconocerla, y Valentina sintió un vuelco en el estómago al verlo. Era Josué, el primo de Sebastián.

Josué había sido su amigo cuando eran pequeños, antes de que todo se complicara entre ella y Sebastián. Recordaba cómo se reían juntos, cómo él siempre estuvo allí para apoyarla, incluso cuando Sebastián la había humillado años atrás. Josué había sido el único que la había defendido en ese entonces, y por eso, ella siempre lo había querido como un hermano. Después de aquel incidente, no lo había visto mucho, pero siempre guardó un cariño especial por él.

—¿Valentina? —preguntó Josué, alzando una ceja al verla aparecer en el umbral de su puerta. Su voz era cálida y amigable, sin la tensión que normalmente había entre ella y Sebastián.

Valentina sonrió, sintiendo una mezcla de alivio y nostalgia al ver a Josué.

—Josué, no sabía que habías llegado —respondió ella, con una sonrisa que no podía ocultar. —Hace mucho tiempo que no te veía.

Él dio un paso hacia ella, extendiéndole la mano.

—Lo sé, ha pasado mucho tiempo —dijo, sonriendo de vuelta—. Pero me alegra verte. Y más saber que todavía estás aquí.

Valentina le dio un pequeño apretón de manos, recordando aquellos días cuando solían pasar horas hablando y riendo sin preocupaciones. Aunque las circunstancias no eran las mejores, ver a Josué le daba una sensación de calma que no había sentido en mucho tiempo.

Sebastián observó en silencio desde un costado, con una mirada algo distante. Sabía lo que Valentina sentía por Josué, aunque nunca lo había hablado abiertamente. Josué había sido siempre el amigo de Valentina, pero su relación con él había sido diferente. Mientras Sebastián se había apartado de ella, Josué había estado allí, sin pretensiones.

—Voy a salir a dar una vuelta por la ciudad —comentó Valentina, intentando romper el silencio. Miró a Josué con una ligera sonrisa—. ¿Te gustaría acompañarme? Sé que tú conoces mucho mejor la ciudad que yo.

Josué pareció pensar por un momento antes de responder con una sonrisa traviesa.

—¿Pasear por Madrid? Claro, ¿por qué no? Además, me vendría bien algo de aire fresco. Sebastián, ¿quieres acompañarnos?

Sebastián frunció el ceño ligeramente, sin decir nada por un momento. Parecía que algo lo inquietaba, pero finalmente respondió:

—No puedo, tengo algunas cosas que hacer. Pero no les preocupen, disfruten de su paseo.

Valentina notó el tono evasivo de Sebastián, pero prefirió no hacer preguntas. En ese momento, no quería pensar en él ni en las tensiones que había entre ellos. De hecho, se sentía un poco agradecida de que él no se uniera. Era su oportunidad para estar sola, para respirar un poco.

Josué y Valentina se dirigieron hacia la salida de la mansión, y al pisar las calles de Madrid, una sensación de libertad comenzó a envolverla. Era una ciudad vibrante, llena de vida, y por un momento, Valentina se permitió dejar de lado las preocupaciones que tanto la habían perseguido.

—¿Cómo has estado, Josué? —preguntó Valentina mientras caminaban por la Gran Vía, dejando que el bullicio de la ciudad los envolviera.

—Bien —respondió él, echándole una mirada divertida—. He estado ocupadísimo con el trabajo, pero también me siento aliviado de estar de vuelta. Y más sabiendo que todavía te acuerdas de mí, eso es un buen signo.

Valentina rió suavemente, recordando cómo solían bromear sobre todo. La conversación fluía de forma natural, sin la incomodidad que sentía normalmente cuando hablaba con Sebastián. Josué no tenía las mismas expectativas ni complicaciones, solo era un amigo que había estado allí cuando más lo necesitaba.

—Oye, sé que no hemos hablado mucho de esto —dijo Josué de repente, bajando la voz—, pero quiero que sepas que lo que pasó con Sebastián hace años... yo estaba allí, ¿sabes? Y lamento que te haya tenido que pasar eso. Yo nunca quise que te sintieras así.

Valentina se detuvo por un momento, mirando a Josué. Aquellas palabras, aunque eran simples, tocaron algo profundo en su interior. Años atrás, cuando Sebastián la humilló, Josué fue el único que la defendió. El único que le dio una mano en el momento en que todo se desmoronaba.

—Gracias, Josué —dijo ella con sinceridad, sintiendo una punzada de gratitud y dolor al mismo tiempo. —Nunca lo olvidé. Tú fuiste el único que me dio fuerzas cuando lo necesitaba.

Josué la miró con una expresión cálida, y luego cambió de tema para hacerla reír, llevándola a un café al aire libre donde el bullicio de la ciudad se sentía a la distancia. Mientras tomaban un café, Valentina se dio cuenta de que no solo estaba disfrutando del momento, sino que también comenzaba a darse cuenta de lo que realmente quería en su vida. Por un momento, Madrid le ofreció la paz que tanto necesitaba.

Un lugar que no es casa Where stories live. Discover now