Notas en pausa

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Saliendo de clases no tuve que correr a la cafetería y ponerme aquel uniforme rosado con holanes por todos lados, hoy era diferente... hoy corría, pero a mi nuevo lugar de trabajo. Hoy corría en dirección a una agencia de entretenimiento.

Llegue diez minutos antes y me reporté con la persona que era mi superior.

-Buenos días

-¿Bilingüe? Si como no... -me desconcertaron sus primeras palabras, pero después me di cuenta que era el señor que iba con Kim Jung Ryul la noche que me dio su tarjeta - No hubieras tenido que asistir a la entrevista con ese curriculum -me miró como si algo no cuadrara en mi -eres una niña y ya dominas cuatro idiomas.

Sonreí apenada. No quería alardear sobre eso porque cuando mis compañeros de clase lo supieron dejaron de hablarme.

- ¿Qué es lo que voy a hacer exactamente? -dije para cambiar de tema

-¡ah cierto! Sígueme

Salimos de su oficina, atravesamos un pasillo lleno de cuadros autografiados de grupos que no conocía ni siquiera por nombre, no presté atención tampoco a las caras de estos. Todo el edificio tenía la sensación de estudio de grabación, la música se respiraba por todos los rincones, lo que resultaba abrumador para una persona que como yo, en su vida había tenido interés en este campo.

Finalmente llegamos a un cuarto enorme alumbrado por la luz que se colaba por los ventanales de frente, con una vista de la ciudad indescriptible, la pantalla plasma colgada de la pared era enorme y estaba segura que la definición debía ser alucinante, del techo colgaban unos candelabros de como si fueran pequeñas gotas de lluvia hechas cristal, al centro había una mesa ovalada de color ocre con sillas a su alrededor, que fungían como el elemento más vistoso de toda la habitación.

-Es el salón de juntas algunas veces, pero funciona como el departamento de comunicados internacionales y relaciones públicas casi todo el tiempo. Aquí trabajaras junto con otras personas que no deben tardar en aparecer.

-De acuerdo -dije recuperándome del asombro -¿Cuál es mi función?

-Vas a encargarte de traducir lo que entra y sale de la empresa, pero no te preocupes, no tienes que hacerlo sola, además de eso sólo sigue las instrucciones de tus superiores.

Cuando se fue, me senté en una de las sillas disfrutando de la sensación de estar en ese lugar.

Mi primera semana no fue todo un éxito pero tampoco un fracaso rotundo. Tenía dos compañeras y un compañero, los cuales no eran los trabajadores incansables que imaginaba, sino todo lo contrario. Había montañas de papeles atrasados, los primeros dos días me quede hasta muy tarde para adelantar algo, el tercer día estallé e ignorando que era la "nueva", reasigne tareas y terminamos el trabajo de las dos semanas pasadas para el viernes.

Ninguno se quejó y si lo hizo, no me lo dijeron de frente, los resultados hablaban y nadie podía discutir eso. Aunque admito que tal vez no gozaba de su simpatía y en el fondo tenía miedo de lo que pensaran.

Es por eso que el lunes decidí cambiar un poco mi actitud y hacer casi todo el trabajo por mi cuenta para evitar molestarlos como había hecho. No quería ser odiada desde la primera semana, mantener un perfil bajo parecía ser mi mejor opción.

A unos metros de la sala de juntas se encontraba un pequeño salón que se usaba para archivar canciones y documentos que yo a menudo utilizaba. En esa misma habitación había un piano, nadie lo usaba, salvo un señor que se sentaba ahí sin hacer nada más que observar las teclas como si fueran estrellas, hermosas e inalcanzables, al principio me extraño que estuviera demasiado seguido ahí, pero después de dos semanas me di cuenta que pasaba ahí las horas y después se iba.

Hoy regresaba al cuarto del piano para recoger unas letras de canciones archivadas para corregir la ortografía y verificar las traducciones para después entregárselas a mi "superior" y que este las autorizara y fueran grabadas por alguno de los artistas.

El señor, de nuevo, se encontraba sentado frente al piano, no notó que entré, como todas las veces anteriores. Tomé los papeles que necesitaba y antes de salir me detuve, lo decía... no lo decía... lo decía... ¡Qué más daba!

-¿Por qué no aprende a tocarlo si tanto le gusta? -dije un poco más fuerte de lo normal para que el señor me escuchara.

Alzo los ojos por primera vez desde que le había visto, no era tan grande como pensaba, rondaba en sus treintas, vestía un pantalón color camel y una playera de algodón blanca debajo de un saco gris, cómodo y sencillo. Me miró con el ceño fruncido.

-¿Disculpa? -dijo incrédulo

-El piano -señale sintiéndome mal de haber hablado desde un principio -nunca es tarde para aprender si realmente se quiere.

-¿Crees que no sé tocarlo? -añadió levemente molesto

-Es que...

-¿Qué? ¿Acaso sabes algo de mí? ¿Sabes quién soy?

-No pero...

-¿Entonces? -Vio el gafete que colgaba de mi cuello- solo sigue con tu trabajo y déjame en paz

No entendía el porqué de su repentino enojo, pero si estaba bastante segura de que no lo merecía, desde mi punto de vista yo sólo había dado un consejo inocente y con la mejor intención. Me di la vuelta pero no pude dar el paso, esa persona ya había dicho todo lo que quería, yo no.

-Tiene razón, no sé quién sea usted, así que voy a decirle únicamente lo que sé. Siempre que vengo está sentado frente a ese piano como si tuviera un amor no correspondido con él. Quiere tocarlo, pero no lo hace, pensé que era porque no sabía, pero ahora creo que es porque no quiere. En lugar de contemplarlo todos los días sólo haga algo. Si va a hacer música hágalo, si va a dejarlo, entonces deje de venir. Talvez su problema está en la falta de determinación.

Su rostro perplejo me hizo saber que era momento de irme, esta vez no dude y cerré la puerta a mis espaldas con cuidado para no dar un portazo, no era mi estilo.

Esa fue la última vez que vi al señor en aquel lugar.

Llegando a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora