La magia del alcohol

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El sol estaba por ponerse, seguramente la noche caería dentro de poco.

—¿Te gustaría tomar un trago? —Sugirió Aaron mientras esperábamos la luz verde en el semáforo. Al otro lado de la calle podía verse un puesto callejero con el anuncio de "Licor" a las afueras, y al lado un menú para acompañar las bebidas.

Jamás había entrado a una de esas carpas y hoy por algún motivo la idea no me desagradó. Asentí y en cuanto avanzamos, estacionó el auto y tomamos una de las mesas libres.

Arrugué la nariz en cuanto el líquido entró en mi garganta dejando una ligera quemazón y un sabor amargo en mi boca. Él tomó la suya también de un solo trago y volvió a llenar nuestros vasos.

—¿Por qué fuiste?

No contesté, tan solo rellené el vaso y lo tomé enseguida.

—¿Mencionó algo?

—¿Sobre qué? —Respondí reacia— Fue un error, le cause más daño al final.

Me observó durante unos segundos antes de carraspear y suavizar su voz.

—Olvidemos todo lo que ha sucedido hoy —Brindó.

No hice ningún comentario y sólo choqué nuestras bebidas y desaparecí de nuevo la mía de un sorbo.

Conformé pasaba el tiempo y después de varias rondas, mi mente comenzó a ofuscarse y el sueño comenzó a invadirme ligeramente.

—Creo que es suficiente —Dijo quitándome el vaso de las manos una vez que lo hube llenado de nuevo.

—¡No! —Me quejé emberrinchada recuperándolo y bebiéndolo todo de una vez— Esto calma el dolor.

Y después extrañamente comencé a reírme.

—Vamos —Anunció poniéndose de pie y rodeando la mesa para llegar hasta mí.

Hice pucheros y un montón de gestos más para oponerme pero con un simple jalón logró ponerme de pie. Avancé un paso y me tambaleé, incapaz de mantener el equilibrio. Me sostuvo y paso mi brazo sobre su hombro para apoyarme y ser capaz de caminar sin caerme.

Salimos y las estrellas iluminaban el cielo como pequeños diamantes regados por doquier.

—Nieve —Grité emocionada cuando de un momento a otro diminutos copos comenzaron a caer de pronto.

—La primera nevada —Concordó Aaron admirado— Se supone que debía llegar hasta la siguiente semana.

—¿Quieres que te diga un secreto? —Pregunté de pronto mientras miraba extrañamente fascinada como uno caía y aterrizaba en la palma de mi mano.

—¿Qué pasa? —Aceptó divertido.

—Fui porque quería verle, porque necesitaba saber que estaba bien —Admití distraída— y aunque estuvo mal, me alegra haber ido. ¿Qué pasa si no lo encontraban a tiempo?

De la nada mi voz perdió fuerza y el dolor me invadió de nuevo al pensarlo.

—¿Qué hay de ti? Tú fuiste la única que salió lastimada y lo único que te preocupa es si ese idiota tiene o no un resfriado.

Le fruncí el ceño molesta.

Me tomó por los hombros para que estuviésemos frente a frente, inclinando la cabeza ligeramente hasta que sus ojos estuvieron a la altura de los míos, increíblemente cerca.

—Mírame sólo a mí. Él ni siquiera quiere verte, en cambio yo jamás me atrevería a dejarte.

Cerró los ojos e intentó cerrar la distancia que había entre nosotros.

Llegando a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora