Capítulo 9

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CAPÍTULO 9

La clase de química había terminado, los estudiantes de segundo año estaban libres. Mirta no se presentó en la escuela. Agarré mi cuaderno y le apreté contra mi pecho. Una manía que lleva desde que iba a la escuela.

Eros y yo bajamos las escaleras que unía el aula con la planta baja. En la distracción tropecé con uno de los escalones, donde la caída hubiera sido certera si no fuera por la velocidad de la mano de Eros que me sostuvo en ese momento. Me quedé inmóvil, con la frialdad de su mano, qué fría, aun haciendo tanto calor.

-¡Cuidado! - dijo amparándome con su brazo izquierdo.

-¡Qué mano fría! -Dije sin pensar.- Quiero decir... -Traté de eludir lo que dije y fui interrumpida con su voz sensual.

-Sufro de una enfermedad rara.

Yo me di cuenta de que estaba avergonzado por mi comentario y, a continuación explicó el motivo de su frialdad.

- Evito tocar a la gente a causa de eso.

-Nunca he oído hablar de esta enfermedad.

Le dije piadosamente.

-Debido a que es un caso en un millón... Muchos la desconocen.

- Soy una de esas personas.

-Es un trastorno para mí, vivir con esto. –Nos miramos. - Me veo como un muerto -vivo.

Nos miramos de nuevo.

-¿No existe un tratamiento?

Desvié la mirada hacia un lado.

-Hice varios y nada funcionó.

-¿Tú siempre estás así...helado?

-Todo el tiempo.

-¡Nosotros! ...

-Hasta mañana. -caminó, dejándome atrás.

- Adiós. - le respondí, desanimada, pensé que no debería haber comentado de su mano fría, quizá lo había ofendido.

Seguí el camino de la escuela a mi casa caminando. Al cabo de sólo media hora, caminaba lentamente. Quedé mirando el suelo, meditando lo heladas que eran las manos de Eros. ¿Cómo puede una persona estar fría todo el tiempo, incluso en días calurosos? Su enfermedad no sólo le molestaba, sino que también molestaba a las personas que eran tocadas por él. Sentí un fuerte deseo de ser poder ayudarle, tratar de encontrar una cura y resolver su problema. Pero nada podía hacer, más que llorar y sentir un poco de pena. Esto fue anormal.

Le comenté a mi madre sobre lo que me había sucedido.

- Dijo que sufre de una enfermedad rara.

-tu padre también parecía un hielo.

-¿Mi padre? -Me sorprendió el comentario de mi madre. -¿Él sufría de esta enfermedad?

- No sé, nunca dijo nada...En realidad, Yo sólo lo vi una vez.

-¿Tú y mi padre nunca se enamoraron?

-Nunca te hablé de esto, pero creo que es hora de que sepas toda la verdad.

-¿En serio? -Fue grave.

- Conocí a tu padre en una discoteca, nos fuimos y... ¿Cómo puedo decir?

-te acostaste con él. - Facilité las palabras en su boca.

-Pasamos la noche juntos. -Se sentó en el sofá, desanimada. -Sólo fue una noche...

Se desahogó arrepentida de su pasado.

-Y yo llegué al mundo. -Completé la frase indignada - ¿por eso tú lo odias tanto?

-No odio a su padre, sólo evito hablar de ello. Fue muy difícil para mí hacer frente sola.

Una lágrima brotó en su rostro.

- Ser una madre soltera, y sin que nadie supiera quién era el padre... - levantó la mano a la cara para detener las lágrimas.

- Deberías haber sido prevenida. - Dije dura.

-Y tú no estarías aquí.

-Habría sido mejor. -Busqué refugio en mi habitación.

Hablar de mi padre siempre ha sido un tormento para ambas.

-¡No digas eso Valquiria! - Vino atrás de mí. -Tú eres mi vida.

-No estoy diciendo que no lo soy. -me senté en la cama y puse la almohada sobre su regazo. -Creo que no fue necesario que hubieses pasado por todo eso...Si yo no hubiera nacido.

-Me enfrentaría a cosas peores para tenerte aquí conmigo.

Su abrazo demostró todo. Nos quedamos juntas por mucho tiempo, mi madre era todo lo que tenía y yo era todo lo que ella tenía. Todo se hizo más claro en ese momento. Una dependía de la otra.


Valquiria - La princesa vampiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora