Kenya, 18 años. Me mudé de ciudad a los 16, no soportaba vivir en mi casa, y mucho menos que la gente me siguiera mirando de la manera en la que lo hacía.
Estaba trabajando en el bar cuando sonó mi teléfono, era mi padre, mi madre había muerto.
Conduje cuatro horas en coche hasta llegar a mi ciudad, una vez allí empecé a buscar el tanatorio. Una hora más tarde lo encontré.
Cuando entré toda mi familia me miró de arriba a abajo, vale, no iba muy acorde a la situación, pero no me había dado tiempo a cambiarme y no es mi culpa que mi uniforme de trabajo sea de camarera de los 60.Nadie, ni siquiera mi padre se acercó a darme un beso y muchísimo menos iba a ir yo a mendigarles cariño, total, había vivido así dieciocho años, por un día más...
Salí del tanatorio y me monté en el coche, ahí no pintaba nada. Iba a arrancar pero mi padre se puso delante para evitarlo. Bajé la ventanilla y se acercó:
-Kenya, el entierro es mañana a las una. Quédate en casa esta noche, si quieres.
-No, gracias, tengo que ir a cambiarme.-Dicho esto de la forma más fría posible, arranqué y me fui... Otras cuatro horas en coche...Cuando llegué a mi casa, si es que se le puede llamar casa a un apartamento de apenas 20 m2 y una habitación, miré el móvil y tenía diez llamadas perdidas de Nacho, mañana le llamaré. Me dormí, eran más de las tres de la mañana.
Me despierto a las nueve. Me ducho y me visto, esta vez más acorde para el entierro. Me pongo unos vaqueros, una blusa de tirantes negra y mis Converse, negras también, me recojo el pelo en una coleta y me voy.
Llego a la hora justa. Mi padre y su hermana están sentados en el primer banco, el resto de los bancos están ocupados por gente que conozco lo mínimo, llorando y ensalzando lo buena que era mi madre, pero yo no pienso ser tan hipócrita y me siento en el ultimo banco.
Estamos en el cementerio, ya han sepultado la caja de pino que lleva a mi madre dormida en un sueño infinito.
Todos los vecinos y amigos le dedican a mi padre la mejor versión de si mismos mostrándole su dolor y su apoyo; a mi, en cambio, a penas se dirigen y si lo hacen es para reprocharme cosas.Vuelvo a casa. Por fin. Abro la pesada puerta de madera y suelto las llaves en la mesita del salón construida a base de palés pintados de blanco.
-Si?
-Nacho soy yo.
-Hola nena, que pasa?
-Acabo de volver del entierro.
-Y que tal?
-En fin... Parecía que mi padre la quería y todo...-Suspiro.
-Quieres que vaya?
-No, estoy bien. Sólo quiero descansar.
-Pasa buena noche.
-Gracias amor. Te quiero.
-Y yo.Me voy a mi pequeña habitación y me echo a dormir.
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De Lobo a Cordero
RomansKenya, 18 años. Mi vida nunca ha sido un cuento de hadas, pero ahora, gracias a él, veo luz al final del túnel; aunque esa luz se disipe por momentos.