Capítulo 12: Sintiendo el miedo (Especial Halloween)

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El sábado por la mañana, el día de la fiesta.

—Ey, he ido a leer el tablón de anuncios otra vez y creo que molaría si te disfrazas —anunció Marth.

—¿D-disfrazarme? No creo que me quedase bien un disfraz, ja, ja. Además, ya no me daría tiempo de encontrar uno.

—¿Quién ha dicho que tenga que ser encontrado? Hay algo mágico llamado Youtube que te puede enseñar cómo disfrazarte en poco tiempo y sin gastos.

—Tienes razón. Pues ya que lo dices, disfrázate tú también.

—¡Pero si nadie me va a ver, ja, ja, ja...!

—Pero yo sí te veré.

—Touché...

Fuimos a mi ordenador y buscamos tutoriales de estos caseros de disfraces económicos.

—Mm... ¿De mimo asesino? —propuso Marth.

—¡Ja, ja, ja...! Bueno, tiene que ser algo que podamos hacer con lo que tenemos: pintura blanca, pintalabios rojo y rosa, sombra de ojos marrón, negra, lila y estas... —le enseñé una caja que estaba llena de maquillaje.

—Hala, ¿cómo es que tienes tanto maquillaje? No hay ninguna mujer en casa...

—Esto... ¿Hola? ¿No soy una mujer? —reí.

—Ja, ja..., pero nunca te maquillas.

—Mm... Touché —intenté expresarme como él antes hizo—. Pero nunca se sabe. Además, maquillarse no solo es cosa de chicas.

—Lo sé. Al menos nos ha venido bien que no lo usases.

—Mejor no digo nada respecto a ese comentario.

—¡Eh, mira! ¿Qué te parece disfrazarnos de este tío?

—¿A ver? ¡Ah, ese es Jeff the killer! Un personaje muy famoso en el mundo de los creepypastas.

—¿El de esa historia de terror que leíste?

—Sí. Si quieres cuando vayamos de camino a la fiesta te la cuento.

—Vale.

—A ver, la ropa que necesitaríamos sería: una sudadera blanca con capucha, pantalones negros ajustados y... zapatos negros.

—¿Tienes eso?

—Sí, bueno, la sudadera blanca no tiene capucha pero no importa.

—Perfecto entonces.

—En cuanto a ti... —le miré de arriba a abajo—. ¿Qué talla se supone que usas?

—No sé —se miró él también.

—Bueno, puedo pedirle a tío Karl que te deje algo suyo. Creo que tenéis más o menos la misma.

Hicimos una pequeña pausa para comer, hablamos entusiasmados sobre la fiesta.

—Hola, ¿otra vez hablando sola? —preguntó tío Karl, que había salido del baño.

—Sí bueno... No me digas tú a mí que tú no hablas solo.

—A veces... ¿Cómo lo sabes?

—Hablas muy alto.

—Supongo. Bueno, estaba calentando la comida.

—Ok. Por cierto, ¿me prestarías ropa tuya para un disfraz?

—¿Un disfraz de qué? ¿Halloween?

—Sí.

—En mis tiempos eso no se hacía..., pero vale. Aunque no creo que haya algo que te pueda estar bien.

Ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora